Repasemos lo que importa: en un lejano planeta se descubrirá el carbono alterado, que permite, entre otras cosas, la casi inmortalidad. La sustancia es capaz de almacenar y trasmitir nuestras conciencias en una especie de pilas (fundas, en el lenguaje de la serie) que pueden ser transportadas de cuerpo a cuerpo.

No faltará, sin embargo, quien cuestione esta suerte de inmortalidad. Se trata de los quelistas (el nombre se debe a su líder, Quellcrist Falconer), que se constituirán en una suerte de rebelión contra el Protectorado (los malos, vamos, para qué complicar) y tratarán de destruir el nuevo statu quo.

En la primera temporada de Carbono alterado conocimos a Takeshi Kovacs, el último de esos rebeldes, un desecho de otra época que fue traído al presente contra su voluntad para volver al planeta Harlan –su planeta natal, donde se descubrió el carbono en cuestión– a investigar un crimen.

Aunque entretenida, esa primera temporada fue una copia carbónica –broma intencional– de un montón de referencias de la ciencia ficción, como Blade Runner y Neuromante, que, para ser honestos, no terminaban de cuajar o eran un espectáculo liviano cuya única intención era entretener con conceptos algo licuados y combates con espadas (que tampoco es que tenga nada de malo).

Una vez más, ahora con ritmo

El arranque de la segunda temporada no invita a esperanzarse demasiado. Aunque aprovecha el hecho de que con el cambio de funda podemos cambiar de actor protagonista –sale Joel Kinnaman, entra Anthony Mackie–, la serie regresa a un punto de partida casi idéntico al de su temporada inicial: 30 años después de la primera historia, Kovacs es llevado a Harlan contra su voluntad y termina investigando un crimen.

Pudiendo ir a cualquier parte del espacio y utilizar con toda tranquilidad un elenco por completo nuevo, el comienzo de la reciente temporada de Carbono alterado parece no arriesgar un ápice: repite la receta de su primera temporada, e incluso repite casi de manera idéntica elementos ya vistos.

Pero pronto esta nueva historia va por otros caminos. Reducida a ocho episodios en vez de diez, lo que la concentra y potencia, la historia profundiza y explora la mitología del planeta Harlan. Gracias a un par de saltos narrativos –algo facilongos–, nuestros personajes terminarán explorando contra su voluntad los orígenes de este mundo y del carbono alterado, especialmente la relación con los Antiguos, la extinta raza alienígena que habitaba el planeta antes de la llegada de los humanos, lo que le da a la historia toques lovecraftianos.

Claro que ahí sigue el Protectorado para brindar la cuota de combates en cada episodio, hay idas y vueltas de folletín –persecuciones, alianzas, traiciones– y un devenir que permite consumir la serie sin cuestionarnos demasiado si estamos perdiendo el tiempo (como pasaba a veces en la primera entrega). El cambio de protagonista es positivo – Mackie resulta bastante más versátil que Kinnaman– y se registra una mirada atenta de los realizadores a la hora de potenciar lo que funcionó mejor en la primera temporada.

Aunque Carbono alterado no llega a ser una serie de ciencia ficción imprescindible, esta vez adquiere cierto carácter épico, al tiempo que realza el componente “gente que cambia de aspecto y no sabemos quién es” inherente a su propia historia. Quedamos con ganas de que venga esa tercera temporada para descubrir qué cara tendrá ahora Kovacs y a dónde lo llevarán sus aventuras.