El pueblo de Cherokee, Georgia, se ve conmovido por el horrendo asesinato –con mutilación y canibalismo incluidos– del pequeño Frankie Peterson, cuyo cuerpo se encuentra en un parque a últimas horas de la tarde.

La investigación es llevada adelante por Ralph Anderson, uno de los pocos detectives locales, y pronto tiene un sospechoso. Fue visto junto al niño el mismo día, fue visto en el parque bañado de sangre, fue visto en videos manchado de sangre y el examen de ADN muestra que estuvo en la escena del crimen, que fue él y no otro quien asesinó al niño.

Ese sospechoso es Terry Maitland, profesor de Literatura y entrenador del equipo de baseball infantil, reconocido por los testigos y en los videos. Como todo parece tan evidente, Ralph ordena su arresto frente a todo el mundo –en pleno partido de la liga infantil– y la condena es pública antes que judicial. Pero pronto aparece el problema: Terry insiste en que a la hora del crimen estaba en una conferencia en un pueblo vecino, a 70 kilómetros, y hay testigos, videos y ADN que así lo prueban.

La investigación avanza, pero la conclusión es imposible: ¿cómo puede un hombre estar en dos lugares al mismo tiempo?

Dados los giros de la trama, no conviene adelantar mucho más de The Outsider, la nueva miniserie de HBO que culminó su andadura el domingo.

Tócala de nuevo, Stephen

La serie es una adaptación de una novela de Stephen King que lleva el mismo nombre y que los conocedores consideran bastante olvidable. The Outsider reúne varias de las obsesiones del escritor, pero pasadas por el tamiz del policial de procedimiento, léase el policial realista a dos pasos de ser mero costumbrismo.

No obstante, si el origen novelesco de esta obra puede ser descartable, no sucede así con el resultado de su adaptación. The Outsider se presenta como un complejo descenso a los infiernos, como el choque de lo real con lo sobrenatural y del escepticismo versus la (necesaria) iluminación.

Tres nombres explican el éxito de esta serie. El primero es el del guionista Richard Price. Veterano con más de 30 años trabajando para la televisión, Price ha sido parte fundamental en algunas de las mejores series de la historia –The Wire y The Deuce, por ejemplo, ambas junto a David Simon y George Pelecanos– y es un verdadero maestro a la hora de desarrollar personajes. En este caso, en los diez episodios de The Outsider consigue, de manera tan pausada como calma, construir a sus protagonistas: Ralph Anderson, que es la razón, la ciencia, y Holly Gibney, la detective que carga su propia cuota de eventos improbables encima y que representa la fe y la creencia. Además, tenemos no menos de otros diez personajes relevantes, cada uno de ellos construido con tanto esmero y cariño que se nos hacen inolvidables y queribles. Nos interesamos por ellos, los entendemos y nos preocupamos a medida que el peligro se va volviendo tangible, real y cercano.

El segundo responsable del ascenso de The Outsider es Jason Bateman, que produce, actúa –le da vida al desgraciado Terry Maitland– y dirige los primeros dos episodios de la serie, a la vez que da el tono que tendrá el resto de la historia. Conocido como comediante popular –uno más, de poco destaque–, Bateman dio recientemente un giro espectacular hacia el drama, como actor y como director (la estupenda serie Ozark es su niña mimada).

The Outsider gana puntos de inmediato con su estilo, que recuerda por momentos a la primera temporada de True Detective, pero de un modo más austero y realista, incluso cuando el elemento sobrenatural termina por ser evidente. No hay capítulos desparejos o de relleno, pero acaso los dos primeros –por presentar la trama y el misterio– son los más atrapantes (junto con el final, que está por completo a la altura, pero del que no daremos detalles).

El tercer nombre clave es el de Ben Mendelsohn. El actor australiano fue ganando importancia con producciones en su país de origen, pero Hollywood le encontró un nicho como villano (lo que muchas veces desaprovecha su versátil talento). En televisión, Mendelsohn se había destacado en Bloodline como el impredecible Danny Rayburn, pero lo que hace aquí es para aplaudir de pie. Los pequeños gestos, las miradas, los muchos momentos que comparte con su esposa (la estupenda Mare Winningham, aquí en un papelazo) hacen de Ralph el protagonista absoluto del relato, aquel por cuyos ojos los espectadores iremos viendo la pesadilla que se va desenvolviendo.

El elenco está a la altura. Acaso si Cynthia Erivo tiene la tarea más difícil –al principio Holly Gibney parece una superheroína con poderes, y lleva un rato acercarla al tono del resto de las situaciones y personajes–, pero logra con creces hacer de su personaje uno muy atractivo. Luego, hay veteranos de la televisión que dan todo de sí (Bill Camp, Julianne Nicholson, Yul Vázquez, Derek Cecil, el camaleónico Jeremy Bobb), con particular destaque para Paddy Considine, que al principio asombra por lo secundario de su rol, pero luego crece y se come la serie.

“Hay más cosas en el cielo y en la tierra que las que sueñas en tu filosofía”, le dice Hamlet a Horacio en la obra de Shakespeare, y precisamente esto podría haberle dicho Holly a Ralph, a medida que el horror, el Cuco, el monstruo acecha, no desde el armario o desde debajo de la cama, sino como uno más de todos nosotros, parado allí, entre la multitud.