Aquí van dos recomendaciones de películas con recursos expresivos no convencionales que nos proponen una experiencia diferente.

La vendedora de fósforos (Alejo Moguillansky, 2017)

Esta ficción ensayística argentina tiene una trama sencilla que abre muchas interpretaciones. Son dos los relatos paralelos. El primero es la idea que sostiene la película: la reconstrucción del momento en que una ópera, basada en el cuento clásico de Hans Christian Andersen La vendedora de fósforos, es representada en Argentina en 2014. El segundo es la trama de la película en sí misma, con una protagonista que tiene ganas de manifestar lo que piensa bajo esas circunstancias que rodean el acto de los artistas. En otras palabras, la confección de una obra sobre grandes hombres y claros cánones de belleza en la música.

La joven madre, cuya pasión es tocar el piano, es la esposa de quien dirige la ópera en un teatro estatal de Buenos Aires. Su día se resume en cargar con su hija al trabajo, que consiste en pasarle las páginas de las partituras a la pianista argentina consagrada María Villar. También deberá atender a su marido, quien, agobiado por el estrés de la tarea titánica de dirigir una orquesta, se ha quedado sin ideas, por lo que le pide a su mujer que se las resuelva para no perder el crédito que tiene como buen director.

Entrevero de ambiciones, ideas y hombres como productos de la burguesía complaciente, el relato es filtrado por la realidad mundana de esta pianista frustrada, a quien nunca vemos disfrutar de tocar ni una sola pieza.

La película es, en definitiva, lo que una voz pensante siente mientras esta ópera se compone. La reivindicación de aquellos personajes secundarios que, bajo la sombra de la creación, respaldan las reflexiones más fortuitas.

Pasamos la vida discutiendo –quienes tenemos esa suerte– sobre si es mejor la música clásica o la de vanguardia, sobre la cuestión de si el arte es ejercicio de burgueses o sobre la pureza de la creación. Pero ¿qué podemos esperar los simples mortales de un dios cuando la única forma de cumplir nuestra esperanza de tocar el piano sólo se consagra robando dinero para comprar uno? En este mundo un piano sale muy caro, pero una gran idea se regala a quien tenga la potestad de firmarla.

El espacio entre las cosas (Raúl del Busto, 2013)

Lo experimental es propio de la realización de toda obra artística; es imposible llegar a algún lugar sin experimentar. Pero a veces el carácter fluido de la experimentación, constante en el relato, da como resultado piezas que, como esta película peruana, no le teme a nada.

El espacio entre las cosas se resume en la historia de un detective que trata de resolver un crimen y viaja por diferentes lugares en el intento de lograrlo. Estos lugares que recorre no necesariamente corresponden siempre a locaciones que podemos ubicar en el mapa. A este detective le pasan cosas, se detiene en situaciones que no hacen a la investigación pero que le dan curiosidad. El detective es una voz en off que narra literalmente lo que le sucede, y la cámara es una infinita representación de aquello que ve, pero también de aquello que siente. Es un recorrido sensorial como cualquier otra película, pero esta hace y deshace el lenguaje en nuestra propia cara, no hay secretos y la estructura está a la vista. Es una invitación a dejarse atravesar, a pensar y a que comprender no sea lo único que nos importe.

Las estructuras clásicas reflejan el pánico de no ser comprendidas. La tendencia a la comprensión es parte de nuestra cultura racional, por lo que cuando no entendemos algo nos enojamos, y también nos enojamos cuando no nos entienden. Una de las tantas posibilidades que tiene el cine, precisamente, es llevarnos a esos lugares donde nos sentimos incómodos. Interpelados por una lógica que pareciera egoísta, porque ese viaje que propone el director no corresponde a nada que conozcamos, vemos cómo lo esperable se fragmenta y se disuelve como una verdad destruida.