Aquellos lejanos cuatro primeros episodios que abrieron esta serie animada se sienten ahora como algo completamente distinto. Primero, por estar centrados en Drácula ‒por aquel entonces el enemigo a vencer‒, y segundo, por cómo corrían a la carrera para lograr meter en tan poco espacio tanto para digerir: ver cómo nuestro trío de héroes protagonistas ‒el cazador de vampiros Trevor Belmont, la oradora y hechicera Sypha Belnades y el medio vampiro Alucard, hijo del propio Vlad Tepes‒ se conocían y se unían; la iglesia que se revelaba como el verdadero villano; cómo Drácula ponía su terrible plan de venganza en marcha.
Aunque para nada desatendible, aquel arranque de Castlevania tenía algo de torpe y apresurado, cosa que su segunda temporada ‒que saltaba de cuatro episodios a ocho‒ arreglaba con méritos. Pero ahora, cuando el vampiro mayor ya no es un problema, la serie cobra inesperada energía y nuevas fuerzas para llevar adelante una historia que se siente más y más propia.
Sale Bram Stoker, entra Sheridan Le Fanu (o casi)
Eliminado Drácula y desarticulada su guerra contra la humanidad, podría creerse que el mundo estará en calma durante un buen rato, pero estos diez episodios (la serie se beneficia con temporadas más largas) vienen a probar que no, que antes todo lo contrario.
Porque si bien el principal de los colmilludos marchó para el mismísimo infierno, sus acciones dejaron suficientes cabos sueltos como para que nuestros protagonistas se mantengan muy ocupados. Así, con una estructura narrativa muy bien balanceada (más que nunca relucen las artes para el guion de su showrunner, Warren Ellis), la acción se instrumenta en cuatro relatos en paralelo.
Alucard ha quedado encargado del fantástico castillo de su padre y de la biblioteca Belmont (arca de todo el conocimiento matavampiros) junto a dos aprendices que llegan desde el Lejano Oriente. Belmont y Sypha recorren los caminos alejados cazando alegremente a los demonios que se libraron de su suerte hasta llegar al pueblo de Lindenfeld, que será el centro de su trama con media docena de nuevos e interesantísimos personajes. Carmilla ‒la única de los generales vampiros que logró escapar‒ regresa a su hogar con el hechicero humano Héctor como esclavo (Héctor es uno de los dos mortales capaces de transformar cadáveres frescos en demonios), pronta para unirse a sus tres hermanas vampiras para triunfar donde Drácula fracasó. Por último, y en el que resulta ser el mejor arco narrativo, Isaac ‒el otro hechicero humano además de Héctor‒ busca vengarse de todos aquellos que traicionaron a su maestro Tepes, que integran una lista extensa en la que figuran Carmilla, Héctor y, obviamente, los tres protagonistas.
Podría llegar a creerse que todo lo anterior es mucho ‒y, de hecho, dejo afuera varias cosas muy ricas‒, pero Ellis sostiene pareja la tensión en todas las líneas narrativas, es diáfano con el desarrollo de sus personajes y lleva todos los relatos en simultáneo a un hermoso clímax (por lo bien logrado, porque en realidad es gore, cruel y desmoralizador) en los últimos dos episodios. Un ejemplo de escritura que no sorprende, ya que viene de una de las plumas más interesantes de la historieta británica, un autor capaz tanto de renovar universos de superhéroes como de destacarse haciendo material de autor.
El único pero que se sostiene a lo largo de sus tres temporadas es el de la calidad de la animación. No es que sea mala ‒o será que uno ya está acostumbrado‒, pero es increíblemente anodina. Todos los personajes tienen más acá o más allá la misma cara, los mismos cuerpos musculosos y estilizados, las mismas expresiones casi que andróginas que vuelven por momentos muy difícil distinguir cabalmente quién es quién (cuando no hay ropa o barba que lo aclare, claro). Cuando uno piensa en lo mucho que ha dado el animé en materia de animaciones hermosas o impactantes ‒clásicos de todos los tiempos cómo Akira, Ghost in the Shell, Cowboy Bebop o las increíbles creaciones de Hayao Miyazaki‒ lamenta un poco el empacado de tan buena historia en un envoltorio tan común y descartable.