Michael Connelly se ha establecido de manera paciente y constante como uno de los autores de novela policial más encumbrados de Estados Unidos. Sin la chispa de Elmore Leonard o la suciedad de James Ellroy, Connelly se destaca ante todo por su entramado social y sus personajes, con su mascarón de proa, el detective Harry Bosch, como enorme atractivo.
Tan carismático como tridimensional, el héroe construido por Connelly protagoniza 26 novelas (la última, publicada en octubre de 2019) y, todo hay que decirlo, no siempre son tan buenas. Es simple lógica: tantos relatos sobre un mismo personaje tienen que albergar cierta disparidad en su calidad. Pero Bosch no es sólo un personaje literario.
Bosch es también un personaje televisivo que desde 2014 vive en la piel del actor Titus Welliver. El propio Conelly, como productor y/o guionista, ha sido responsable del salto de su criatura preferida a Amazon, plataforma de streaming que acaba de estrenar la sexta temporada de la serie. Y ocurre que el Bosch televisivo, ya sea porque lleva menos historias o porque tiene más gente involucrada cuidando sus narraciones, es más consistente que el Bosch literario. De hecho, la suya es una de las series policiales más consistentes de todo lo que va de este siglo.
Aunque cada temporada se inspira vagamente en una o dos novelas de Connelly –de hecho, esta sexta temporada lo hace sobre The Overlook y Dark Sacred Night–, al continuar la historia de las entregas anteriores, el resultado es un relato mucho más coherente y unido que el de los libros. Una temporada estándar de Bosch entrega una historia principal y varias tramas secundarias; la gran mayoría de estas están cerradas al terminar cada tanda de diez episodios. Por eso pueden verse las temporadas por separado y cada una tiene un final satisfactorio, aunque hay aristas, menciones o situaciones que inevitablemente serán recogidas más adelante, como centro –o avance, una vez más, en paralelo– de una nueva temporada.
Esta sexta entrega tiene no una, sino tres tramas simultáneas. La primera y más novedosa –el caso principal, podríamos decir– es el asesinato de un médico especialista en quimioterapia en las colinas de Los Ángeles. Parece ser una ejecución, pero pronto se descubre que la esposa de ese médico estaba secuestrada y que como pago se le había exigido que retirara y entregara 32 barras de cesio radiactivo del hospital donde trabajaba. Esto dispara la intervención del FBI y una situación de alerta general –por la posibilidad de un ataque terrorista, aquí representado por unos fundamentalistas de los derechos libertarios– que pone a todos los personajes de cabeza.
Hay margen para más cosas, en particular la persecución que Jerry Edgar (Jamie Hector), el compañero de Bosch, viene haciendo del criminal Jacques Avril (Treva Etienne), un mafioso de sus épocas en Haití. Por otro lado, el propio Bosch busca pacientemente y en sus ratos libres al asesino de la hija de una amiga, muerta hace ya más de diez años. Estas y otras tramas menores mantienen activo a todo el elenco secundario, y serán el material con el que se construya una sexta temporada sólida cómo una roca, realista, paciente, contundente.
Bosch es un policial alejado del vértigo y de los tiros –aunque tenga vértigo y ocasionales tiros– en que lo que importa es la construcción de una trama detallada, una investigación racional y bajada a tierra, con personajes humanos, creíbles, falibles y, sobre todo, tremendamente adictivos.
Ya está confirmada la séptima y última temporada para el año próximo, aunque quién sabe, con todo lo que está pasando. En todo caso, nos quedarán las muchas novelas de Connelly para explorar más allá. Lo cierto es que su creación ha encontrado una vida diferente en la televisión. Una forma más integral –hasta me atrevo a decir: mejor– de contar su historia.