El consumidor habitual de policial en Netflix sabe que tiene para todos los gustos. Es más, sabe que hay una representación internacional que daría envidia a la propia Organización de las Naciones Unidas: series y películas de Noruega, Suecia, Corea del Sur, Sudáfrica, Argentina, Brasil, Dinamarca, Inglaterra y, obviamente, Estados Unidos. Podemos sumar ahora “Japón” a la lista con Giri/Haji (Deber/vergüenza), un atípico relato que combina policial con película de acción, con historia de “sapo de otro pozo”, e incluso con un romance condenado antes de empezar. Todo utilizando un formato, una presentación estética si se quiere, bastante atípica para el género.
La historia comienza en Londres –porque tendrá un pie en Japón y otro en Inglaterra– cuando un joven empresario nipón es asesinado con una espada samurái (un wakizashi, para los puristas). Este asesinato tiene repercusiones inmediatas en Japón: el muerto resulta ser sobrino de un capo de la Yakuza y la espada que lo mató es identificada rápidamente como de propiedad de un capo rival, por lo que en un periquete hay una docena de muertos en retribución.
Entra en juego el protagonista, el detective Kenzo Mori (estupendo Takehiro Hira), sólido exponente de eso que casi es un arquetipo en sí mismo, el del policía japonés cuarentón y cansado, con preocupaciones de vida sobre sus espaldas. Kenzo no llega a empezar a investigar cuando la cosa le explota en la cara, con la visita de su jefe y del capo más importante de la Yakuza. El asesino del joven en Londres no es otro que su hermano, Yuto (otro gran integrante del elenco, Yosuke Kubozuka), a quien Kenzo (y toda su familia) daba por muerto desde hace más de un año.
El pasado de ambos hermanos –Kenzo y Yuto– comenzará a desenvolverse mediante flashbacks, dado que ambos tienen mucha tela para cortar. Y mientras tanto, en el presente, Kenzo viaja a Londres con una excusa para buscar a su hermano y evitar así la sangrienta guerra entre los Yakuza en su casa.
Pero ¿qué ha estado haciendo Yuto en Londres todo este año? Esa es la otra pata de la historia, una que se vincula con el crimen en la propia ciudad inglesa, que incluye capos mafiosos (punto para Charlie Creed-Miles, robando escena a dos manos) e inversores estadounidenses (Justin Long). Kenzo irá descubriendo como puede –con pocos contactos, con las dificultades propias de la diferencia de idioma– esta trama londinense. Tendrá algunos aliados, para su fortuna. La policía local Sarah Weitzmann (destacada Kelly MacDonald), una paria del departamento luego de haber delatado a un compañero corrupto (y no es tan sencillo), y, muy especialmente, un hijo de japonés y británica que se cruzará en su camino, Rodny (el personaje de la serie, a cargo de Will Sharpe), un prostituto drogadicto que conoce los bajos fondos como la palma de su mano.
A partir de todo lo anterior, uno podría pensar que está ante una historia típica –y, de hecho, bien puede ser–, pero lo cierto es que el envoltorio, la manera en que Giri/Haji presenta esta historia, es lo que la diferencia de cualquier otra serie policial disponible en estos días en cualquier servicio de streaming. Animación tradicional, animación con rotoscopia, fantasmas, alucinaciones, secuencias vertiginosas escapadas de la mejor película de acción y, coronando, una secuencia de ballet son algunas de las opciones estéticas que hace la serie para impulsar su trama, contarnos un recuerdo, improvisar un avance o simplemente reconstruir algún momento fundamental en la historia de estos personajes, en su pasado y en el frágil futuro que podrían tener si no logran solucionar de alguna manera el entuerto en el que están inmersos.
Porque además de todo, la tensión sólo irá creciendo a medida que la serie se desarrolle, los problemas se irán (convenientemente) multiplicando y el espectador terminará al borde de su silla, rogando que todo termine, pero angustiado porque son tan sólo ocho episodios de poco menos de una hora los que componen esta sorprendente historia.