Manolo es un adorable personaje de ficción dentro del universo de La Vela Puerca. Bonachón y risueño, o fiero y engreído, estimulado y aplaudido por miles de personas, su figura se agranda en los escenarios de los festivales musicales más importantes del mundo.

Desde hace más de una década se volvió costumbre y rito que en los shows del popular grupo uruguayo, Manolo suba a cantar un rato, algo libre de repertorio y planificación, en un clima de fiesta duradera, para repetir un momento de celebración en donde se recuerda y revive el fuerte vínculo de la banda con sus seguidores.

La historia no tendría nada de peculiar si no fuera porque Manolo es Manuel Ferreiro (47), stage del grupo, y el encargado de organizar todo lo que pasa sobre las tablas en cada una de las noches de actuación. Por un instante, sin embargo, todas las luces se enfocan en su figura, la del hombre que llega temprano a la mañana al lugar y se va tarde a la noche luego de cargar equipos en el bus de gira, bastante cansado, y sin disfraz.

Manuel vive en Laguna del Diario (en Maldonado), y mientras no está trabajando, no hace otra cosa que escuchar música. Su tesoro es un pesado mueble donde escalan filas de discos de vinilos de Miles Davis, The National, Johnny Cash, Stevie Wonder, Jaime Ross, Jackson 5, Supertramp y toda la discografía de Kiss. “Cero stress”, es su mantra, o el de Manolo, o el de los dos.

Hace unos días la historia del cantante invitado tuvo un giro comprensible ‒y ansiado para quienes la conocían desde el comienzo y acompañaban a su protagonista en su deseo más profundo‒ cuando se presentó en sociedad el primer disco de Manolo y los Vespass, con nueve canciones escritas e interpretadas por Manuel Ferreiro. Finalmente, pudimos verlo como frontman oficial, junto a sus compañeros de banda: Esteban Demelas, Sebastián Teysera y Sebastián Delgado, en el videoclip de la canción “Mi modo”.

Además de desempeñarse como técnico de escenario, Manuel ya había participado en las grabaciones de buena parte de los disco de La Vela, y activamente como compositor en el proyecto all star de músicos uruguayos Wild Gurí.

“El fanático mismo, el que hurga en los videos de La Vela, sabe que soy muy amigo del Enano, de la escuela y el liceo. Empezamos a hacer música juntos y a divertirnos desde adolescentes”, cuenta sobre la relación con su colega Sebastián Teysera, que en Manolo y los Vespass toca la batería, y en próximos shows está previsto que también toque los teclados.

“Montevideo me empieza a atomizar y en 1995 me vengo a vivir a Maldonado. Decido cambiar mi vida, mi cuñado tenía una librería y me dijo ‘venite a laburar conmigo’. Volví a Montevideo en el 2001, 2002. Crisis. En la librería ya nos habíamos fundido. Estaba sin laburo. Voy a ver un show de La Vela. Me mato de la risa, y fue como la primera vez que los vi. El Enano me dice: ‘La semana que viene nos vamos a La semana de la Cerveza, ¿por qué no te venís? Te tiramos unos mangos’. Y de ahí no paré más”.

Después de 20 años como stage del grupo, te hiciste un oficio.

Totalmente. De hecho un poco antes de arrancar con La Vela me ofrecen un laburo en el festival de jazz de Punta del Este. Mucho más liviano. Pero a medida que pasa el tiempo, te hacés un oficio. Y no hay mucha gente que se dedique a esto. Hice suplencias para Rada, laburé con Jorge Drexler, No Te Va Gustar, con Opa; eso me mató, ahí conocí a Hugo y Osvaldo Fattoruso. Osvaldo me dice: “Mirá, no hay mucha guita, pero vamos a ver cómo nos va”. Sabés qué, pagaba por estar ahí. Pasé ese Solís [en marzo de 2005] detrás del equipo de bajo de Ringo [Thielmann, bajista de Opa], sentadito, mirando al Hugo y al Osvaldo. Me morí.

¿Cuándo arrancaste a subir a cantar con La Vela?

Yo tocaba un poco de percusión en “De tal palo tal astilla”, y de ahí pasaba a los coros. En el bondi siempre iba cantando. Todos sabían que encaraba. La canción “Sigo creyendo” la canta Juan Bervejillo. Para la presentación del disco Piel y hueso lo llevaron a Buenos Aires, pero cuando fuimos a hacer la presentación en Córdoba, el Cebolla [Cebreiro] y el Nico [Lieutier] dicen “bo, la podría cantar el Manolo, estaría bueno”. Y ya había una onda con la gente, desde que subía temprano al escenario, antes de arrancar los shows. Siempre me gritaban, me saludaban. Yo soy medio carismático, tengo como esa cosa de que la gente me agarra cariño. Como que pedía por algo más. Debuté con esa canción en un show grande en Rosario. La gente se prendió fuego, y después me invitaron a cantar otras canciones. A veces al Enano le aburrían un poco algunas canciones viejas, y a mí que me encantaban, salía con todo a hacerlas.

Estar arriba del escenario, en la previa de los shows, viendo cómo va llegando la gente y en contacto con el clima del lugar, ¿hace más fácil subirse al escenario a cantar, o la adrenalina es infernal igual? Tomar ese protagonismo, aunque sea por un momento, debe ser una experiencia brutal.

Mirá, lo que yo hacía era, dos minutos antes de salir, bobeando, me mentalizaba y me decía: “Soy músico, músico, soy una estrella” y salía a los gritos. Primero era todo improvisado, y muchas veces la metía al ángulo y a veces la pelota me pasaba por debajo de las piernas. Creo que zafé casi en todas. Estás con La Vela, la gente te quiere, arrancás ganando dos a cero. En muchos shows, lo digo con orgullo, la rompí toda, y en otros la jugada no salió. No es tan fácil como parece. Vos llegás a las dos de la tarde, bajamos todo del bondi, armamos, y eso te genera cierto cansancio. Los músicos llegan tres o cuatro horas después, durmieron la siesta, están más relajados. Yo en un momento me agoté, y dije “no puedo cantar más”. Me tenía que tomar un vaso de fernet sin hielo, dos temas antes por lo menos, para tener el cuerpo caliente y encarar. Y para mí el show, además, te genera una adrenalina combinada. Por un lado, sé que el lugar va a estar lleno de gente y que me tengo que aprender la letra, y por otro, que la viola tiene que estar afinada y que no se me tiene que cortar ninguna pedalera. Después lo empecé a sacar más de taquito, lo disfruté y lo valoré más.

¿Era parte de tus sueños de adolescente convertirte en el frontman de una banda, sacar un disco?

Sí, lo soñé. Yo vivía en Rivera y Simón Bolívar, en una casa vieja, y los picaportes de la puerta eran como una bola plateada. Tenía como 12 años y me agarraba de ahí como si fuera un cantante. Te lo juro. Con mi hermano mayor teníamos discos de rock and roll. Después mi cuñado tocaba la batería y empecé a tocar con él; en Maldonado también toqué tambor con un proyecto medio candombero, pero siempre me sentí más cómodo como cantante. De hecho, con este disco que hicimos todavía siento que son covers, me cuesta entender que una canción es mía, porque toda la vida imité a otros cantantes. Me resulta re loco.

¿A quién imitabas?

Era inimitable: Joey Ramone. Con mi hermano en un momento teníamos 12 casetes y ocho eran de Los Ramones. Escuchaba La Polla Records, punk, heavy, que era lo que nos prestaban. Pero lo que me gustaba también era el acting, hacer como que tenía un micrófono y cantar.

El disco de Manolo y los Vespass tiene algo como de remanso, de haber encontrado un lugar de paz.

Totalmente. Cuando empezamos a escuchar las cosas que habíamos grabado, nunca pensé que iban a quedar tan bien. Habían sido tan relajadas las grabaciones... Yo que estuve en muchas, en esta no hubo eso quirúrgico, de dónde poner cada cosa, milimétricamente. En este proceso primó la canción y también la experiencia del Enano, que se entregó a este laburo. Él tiene ofertas artísticas de todos colores, lo llaman mil veces para pedirle consejos, y se colgó y dijo “dale, yo ayudo”, y se divirtió como cuando teníamos 18 años.

¿Y las letras ya las tenías escritas, guardadas, de hace tiempo?

No, tuve que aplicar el método Teysera, que es una tortura. Él se va a la Pedrera, se encierra; y te juro que para los últimos dos o tres discos de La Vela, con unos bocetos, y arreglando arriba del ómnibus rumbo a la grabación, en dos semanas tenía todo escrito. Yo tenía dos cosas, unas tarareadas en inglés inventado, que las fui puliendo, y las que son en español, que las hice con el método del Enano. Me dijo: “Vos podés contar un cuento, y también podés contar lo que hacés en el día. “¿Vos qué hacés”, me preguntó, y le dije “yo que sé, un día me voy a la playa, otro día decido otra cosa”. “Bueno, contá eso”, me dijo, y así escribí “Mi modo”. Y vos sabés que nunca más me pasó, pero esa me salió entera de una.

¿Y te fuiste a algún lugar para componer?

Yo tengo la suerte de que vivo en Maldonado, pero me voy mucho a una casita en Aiguá que tenemos con mi mujer, medio Polonio sin agua ni luz; agarro la moto, una mochila, y me voy a pasar un par de días.

¿Cómo surge la idea de este disco? ¿Es tuya o se le ocurrió a alguien más?

Yo tenía muchas ideas guardadas en una computadora que me compré como en el 2000. Un día empecé a divagar con un programa de música, y probé, sin tener mucha idea de ningún instrumento. Y hace como tres años, el sonidista Esteban Demelas, me dijo “bo, me comentaron que tenés unas cosas re locas, tipo Sumo, quiero escucharlas”. Y bueno, nos juntamos. Yo tenía como 34 fragmentos de buenos comienzos o buenos estribillos. Y Demelas, cuando me fue diciendo “esta sí, esta no, esta sí, esta no”, eligió 14, y al otro día las estaba tocando. Pero además, yo sabía que había algo en esas canciones, y que era auténtico, y que se notaba un montón de la música que a mí me gusta. Lo que más hago es escuchar música.

¿Cuando termine la pandemia, y más o menos todo se acomode, está dentro de los planes salir a tocar el disco?

En la locura del proyecto, el Enano decía “tu debut es en el Luna Park, como telonero de La Vela. Sos el único capaz de empezar así, antes que en un bolichito”. Nos matábamos de la risa. De hecho teníamos previsto tocar en el Montevideo Rock. Pero la idea es tocarlo en boliches chicos.

Con La Vela recorriste el mundo. ¿Qué músicos que viste o con los que tocaron te impresionaron especialmente?

Los Dropkick Murphys, muy zarpados los tipos. Después estuve hablando con el batero de Queens of the Stone Age, como si estuviéramos en la salida de las llamadas, cuando están calentando los tambores. Vimos a Pearl Jam, Beck, The Cure. Y lo que me partió la cabeza fue Iggy and The Stooges, en el Open Flair Festival, en 2011, en Alemania. Teníamos los camerinos pegados, nosotros tocamos a las tres y él a las 12, imaginate con la borrachera que lo esperamos. En un momento, Iggy hace subir gente al escenario a bailar. Yo estaba con el Enano y el Pepe Canedo y me empezaron a mojar la oreja: “Andá, andá, no te da”, y de repente salgo corriendo, se viene un guardia arriba, lo esquivo, me subo al escenario y me pongo a peludear con el bajista y el baterista. No sabés lo que se rieron. Pero aparte, antes de la actuación, Iggy, ahí al lado nuestro, nos saludó: “Permiso, buenas tardes”..., no me olvido más.

Baterista de paso

Sebastián Teysera, cantante y compositor de La Vela Puerca, dice que esta pandemia “es lo único que hicieron los chinos que dura”. Cerca de una estufa a leña, en el estudio de su casa en Playa Hermosa, prepara un nuevo disco de La Vela: “Ya es hora. Aprovechando que no hay mal que por bien no venga, porque este año no vamos a tocar ni el timbre, me encerré acá. Ya voy como 12 o 13 demos. Y la semana que viene arrancamos con la banda en la sala de Montevideo a darles forma a las maquetas. Escribí un par de cosas, y estoy haciendo sobre todo la música y la estructura de las canciones, grabando batería, guitarra, bajo, piano, y espero que cuando nos juntemos con la banda suene todo muchísimo mejor”

Sobre Manolo y los Vespass dice: “Fue como un respiro dentro de la música, como lo de Wild Gurí. Tiene esa frescura, esa inocencia de un proyecto que no tiene presiones detrás de las canciones. Con Manolo nos conocemos desde los 12 años. Él está super contento, y yo feliz también de poder sumarme y darle una mano”.

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