Las series policiales continúan siendo el material mejor recibido por las audiencias televisivas en nuestros días, lo que justifica la constante presentación de personajes, tramas y misterios; desde aquellos ambientados en exóticos parajes nórdicos de series de Netflix hasta forenses de consumo rápido en Sony.
No es de extrañar entonces el regreso de un nombre muy reconocible, como el de Perry Mason, aunque del personaje en sí la gran mayoría apenas recuerde que era abogado y que –como Matlock– casi nunca perdía un juicio. Pero el regreso, por HBO, en una nueva miniserie, ha despertado interés mucho más allá de lo esperado, porque este Perry Mason es, realmente, otra cosa.
El padre de la bestia
Erle Stanley Gardner nació el 17 de julio de 1889 en Malden, Massachusetts, en el seno de una familia de clase media que apoyó sus estudios de abogacía mucho más que el propio escritor. Una juventud algo agitada –con una pasión por el boxeo– lo llevó a abandonar los cursos de la Valparaíso University School of Law en Indiana y terminar recibiéndose por libre algunos años más tarde.
Duraría pocos años esa carrera de abogacía en la que Gardner se sentiría atrapado y por completo aburrido. Le bastó con publicar algunos relatos en 1923 en revistas pulp para decidirse a abandonarla y dedicarse tiempo completo a la escritura.
Perry Mason llegaría diez años después, como parte de una variada camada de personajes que Gardner iba desarrollando para las distintas editoriales que publicaban su trabajo. Su primera novela (El caso de las garras de terciopelo) ya fue un éxito e instaló rápidamente el personaje, al que Gardner exprimiría al máximo: 80 novelas y algunos relatos cortos publicados a lo largo de 50 años.
En 1973 se publicaría El caso del asesinato pospuesto, tres años después de que Gardner muriera a los 80 años de edad, habiendo cumplido su rol de autor muy exitoso, reconocido por el público aunque bastante bastardeado por la crítica e incluso por los cultores del género policial (quienes siempre encontraron, no sin razón, su producción en serie bastante reiterativa y anodina).
Del propio Perry Mason poco se puede decir. Más allá de ser un excelente abogado de puntillosa actitud, Gardner no dotaría a su máxima criatura de demasiados rasgos característicos. Acaso su interés por los desprotegidos o los acusados en casos imposibles, desamparados a los que rescataba casi siempre in extremis, es lo más parecido a una personalidad del personaje. Tampoco gozó nunca de un elenco numeroso de secundarios, más allá de su secretaria (y ocasional interés amoroso) Della Street y su archirrival, el sempiterno derrotado fiscal Hamilton Burger.
Quizás por esa cualidad de ser prácticamente una hoja en blanco, Hollywood se interesó casi de inmediato por el personaje, y disparó su éxito y trascendencia mucho más allá del triunfo literario.
En la pantalla
Tan sólo un año transcurrió entre su nacimiento y debut en el celuloide. En 1934, Warner Bros estrenaba El caso del perro aullador, primera de cuatro películas con Warren William como Mason (menos constancia tendría Della, rol en el que rotaron tres actrices). A película por año, el éxito de la franquicia era seguro, por lo que antes de llegar a 1940 hubo incluso dos adaptaciones más –con diferentes actores en el papel protagónico: Ricardo Cortez primero, Donald Woods después– que cerraron su pasaje por el cine.
Pero la primera impresión causada había sido fuerte, y el abogado no tardaría en reaparecer, primero en radioteatros (entre 1943 y 1955) y finalmente en la que sería su casa por antonomasia y su intérprete por definición: la televisión y Raymond Burr.
Burr sería Mason a lo largo de muchos años. Primero en el show homónimo que se estrenaría en 1957 y continuaría durante nueve temporadas (y la friolera de 271 episodios) definiendo el personaje para la gran mayoría de la gente. Aquí reaparecería Della Street (interpretada por Barbara Hale), y hasta el fiscal Burger tendría espacio para regodearse en perseguir inocentes (a cargo de William Tallman). Incluso el detective Paul Drake (William Turner), ocasional secundario en las novelas, crecía hasta volverse el investigador principal asistiendo al protagonista.
Aunque era una creación original, se adaptaban directamente varias de las novelas de Gardner, y su éxito fue tremendo, al punto de que incluso hoy se retransmite en Estados Unidos. Tras su cancelación en 1966, el personaje tuvo un “revival” en 1973 como The New Perry Mason, con un elenco por completo nuevo (Monte Markham en el protagónico), que fue muy mal recibido por un público absolutamente acostumbrado a Burr, y la nueva serie sería cancelada tras apenas media temporada. Burr volvería entonces en una serie de 30 películas realizadas para televisión (y es probablemente esta la versión del personaje que los memoriosos televidentes uruguayos pueden recordar) que iría entre 1985 y 1995.
Como anécdota curiosa, Burr fallecería en 1993 y el propio Perry Mason se ausentaría en sus últimas cuatro películas, siendo sustituido por personajes similares con otro nombre, interpretados por Paul Sorvino en uno y Hal Holbrook en las otras tres.
¡Este no es mi Perry Mason!
En la actualidad, el caso de Perry Mason es muy curioso. Una propiedad intelectual reconocible –el nombre lo pesca cualquiera, haya leído las novelas o no, haya visto alguna adaptación o no–, pero en verdad nadie lo recuerda con detalle. No es para menos: no sólo han pasado 25 años de su última adaptación y las novelas de Gardner juntan polvo en librerías de usado, sino que además el personaje en sí no era para nada memorable.
De otro modo, uno pensaría que la versión de HBO que toma valientemente el toro por los cuernos y se lo apropia habría despertado más protestas (hubo algunas, claro que sí; para quejarse siempre se encuentra gente).
En cierto modo la versión de Perry Mason que proponen Rolin Jones y Ron Fitzgerald puede verse como una precuela o una suerte de “año uno” del personaje. Si bien es abogado, Mason –ahora interpretado magníficamente por Matthew Rhys, quien sigue en racha de grandes interpretaciones luego de The Americans– no se encuentra ejerciendo (lo que emula, en cierto modo, al propio Gardner y su juventud disipada), sino haciendo las veces de investigador privado para otro abogado (el gran John Lithgow), al tiempo que sufre bastante la crisis económica del país en esta Los Ángeles de 1931.
Mason, veterano de la Primera Guerra Mundial, separado y con un hijo al que nunca ve, se transforma aquí en un fiero exponente de la ficción pulp o el policial negro hard-boiled, dado que el sexo y la violencia explícita lo acompañan a cada paso.
Della Street también reaparece (interpretada por Juliet Rylance), pero es la secretaria del otro abogado (y de interés amoroso ni hablamos todavía). El investigador Drake es ahora un policía (Chris Chalk) que tiene su propia cuota de problemas en una sociedad racista (los puristas, de haberlos, pueden revolverse: Drake es negro en esta encarnación).
Pero todos estos cambios, ciertamente, no le importan demasiado a nadie. Lo que importa es que estamos ante un policial negrísimo, uno que comienza con el secuestro de un niño que sale tremendamente mal y que para este momento (HBO estrena sus capítulos semanalmente y llevamos apenas dos exhibidos) involucra corrupción policial, varios asesinatos y una iglesia muy particular a la que concurren tanto millonarios como estrellas de cine, con muchísimo poder.
Perry Mason, entonces, no sólo cobra nueva vida, sino que cobra más vida que nunca en una serie contundente, muy atractiva desde lo visual –su segundo episodio lo dirige Deniz Gamze Ergüven, la responsable del estupendo film turco Mustang– y con un gran elenco (a los ya mencionados se suma una lista de nombres que cualquier blockbuster quisiera tener: Robert Patrick, Lili Taylor, Stephen Root y el genial Shea Whigham), que cuenta una tremenda historia policial, ambientada en una época riquísima, con alma de pulp y aroma a pólvora. Quizá mucho más fiel, entonces, en espíritu a la obra original de Erle Stanley Gardner de lo que los quejosos pueden creer.