Con y sin casualidades, el repentino e improvisado escenario de espiral descendente montado sobre este Montevideo algo lúgubre parece el ideal para la presentación en sociedad de un nuevo capítulo sonoro de pospunk nacional. Esta vieja tradición –que a mitad de los 80 cimentaron bandas como Los Estómagos y Los Traidores y que luego continuaron Cadáveres Ilustres y, a su modo, Santullo con sus discos solistas– revive en la forma de un relato dado vuelta. La desesperanza, el hastío y la respuesta visceral no están, o todavía no sucedieron, pero queda sugerido un temporal, una tormenta escondida en la humedad y el sol de un último verano de risas y abrazos, en la amenaza de un temblor, todavía, metros bajo tierra.
Ni bien comenzó enero, Valentina Fraga (Mínima) se fue a pasar sus vacaciones sola al rancho de su familia en Valizas, pero al poco tiempo de instalarse recibió la visita de su amigo Pau. “El último día le digo: ‘¿vamos a hacer una canción juntos?’”, cuenta. “Yo nunca había hecho canciones con nadie. Pero congeniamos, y encontramos una manera de hacer las cosas sin juzgar y sin catalogar; si alguno tiraba un bolazo el otro le decía “no me parece” y los dos lo entendíamos; era como sentirte totalmente libre para expresarte”.
“No sé cómo explicar el estilo de Valentina, es rarísimo, es como una canción pop, deforme, con mucha data y con el peso puesto en las letras”, dice Pau sobre su nueva socia musical.
Con el seudónimo Mínima, Valentina firmó su disco solista de 2016 y algunos cortes más nuevos, como “Ajeno” y “Visceral”. En sus videos, hechos por ella misma y de los que –al igual que de sus canciones– dice que son como “sus hijos”, se puede conectar con parte de su imaginario onírico y perturbador, decididamente oscuro y laberíntico, aunque también con una escenografía propia de un parque de diversiones. Antes había formado un dúo con su hermana Luciana en San José de Mayo, fue parte del grupo Lobo Estepario, y se llamó Bruja hasta que se decidió por Mínima.
Pau O’Bianchi sigue fiel a su hábito de músico de mil proyectos. Cuando le escribo para preguntarle por este, también me cuenta que ya es parte de la banda de Mínima y que prepara nuevos discos de Jesús Negro y Los Putos, y de Los No Fumadores. “El que caiga primero sale”, dice sobre posibles estrenos para fin de año o principios del que viene.
Le devuelvo mi mirada sobre su legado al pospunk junto con Valentina y me explica: “Compusimos las seis canciones y, antes de ponernos a grabar, nos pusimos de acuerdo en sacar guitarras para que no quedara como un disco de cantautores, del pibe y la piba armonizando. Queríamos algo un poco más despejado y minimalista. Priorizamos los instrumentos clásicos de base: bajo, batería y las dos voces. Queríamos hacerlo despojado y mucho más crudo y desnudo. Eso fue lo que le dio el sonido y el carácter pospunk, ponele, pero no lo buscamos”.
“A veces nos juntábamos y no hacíamos nada”, dice Valentina sobre el vínculo de amistad que comenzó a crecer mientras experimentaban con la música y las creaciones de cada uno. “Creo que nada fue muy decidido. Las letras las hicimos entre los dos. Él tiraba un delirio y yo lo seguía, o al revés. Metimos mano en todo. Agarramos la guitarra y yo le dije: ‘¿Cómo hacemos? A mí me sirve hacer una esquema’. Nos acordamos de una anécdota de la playa. Así arrancó la primera canción, y así fuimos jugando”.
Su disco compartido –disponible en Bandcamp, y en Youtube en su versión audiovisual– se llama Mínima Pau. En su portada, sostenida por una mano de dedos pintados, lo que está a punto de volar tiene la forma de una tapa de refresco aplastada.
Los dos comparten la atracción por la poesía maldita, de gusanos, y cierta necesidad de morder las melodías clásicas para volver sobre ellas, deformadas a su gusto. Aquí parecen encontrarse en instantes luminosos en que sus canciones son simplemente buenas canciones, liberadas de artificios estilísticos y posturas juveniles.
De principio a fin se reconocen fácilmente el universo de Valentina y las mañas de Pau para que todo suene más pop. Hay bajos bailables de los primeros The Cure y, por momentos, suena el Tres Pecados más punk. Seis canciones que apenas superan juntas los 14 minutos. Un aviso, una carta de presentación de este nacimiento, y un hit indudable (“Una neblina”), con arreglo de violines digitales y un estribillo inspirado: “Una semilla verde queriéndose enterrar para encontrar abajo el lado que ocultar, una entidad profunda deseándose expresar, su lado equivocado queriéndote matar”.
Fernanda Tarrech en Verde
“Toque íntimo y bonito”, anuncian en el restopub Verde (Tristán Narvaja 1679). A las 21.00 subirá al escenario la cantautora Fernanda Tarrech, cuyo disco La primera revolución de los pájaros se puede escuchar en Spotify y en Youtube Music.
Spuntone y Mendaro en Sala del Museo
Alejandro Spuntone y Germán Mendaro continúan brindando esta noche a las 21.00 su espectáculo en la Sala del Museo del Carnaval (Rambla 25 de Agosto de 1825 esquina Maciel). El ex cantante de La Trampa y el ex guitarrista de Hereford revisitan clásicos de la música uruguaya. Plateas con mesa a $ 700.