En tanto industria que se ha ido instalando con pie firme en todo el mundo, el cine coreano ha hecho de los thrillers una de sus más famosas especialidades hasta alcanzar el nivel de la perfección. Aunque estrictamente no sea tan sólo un thriller, los premios que ganó la película Parásitos son una buena muestra del impacto del género en la producción coreana.

Asimismo, a medida que la popularidad del cine de esa procedencia crecía, su éxito abría las puertas del circuito internacional al trabajo de directores menos conocidos que los proverbiales Park Chan-wook, Bong Joon-ho y Kim Jee-woon, y fue así que los cada vez más interesados espectadores accedieron al trabajo de Yeon Sang-ho (Tren a Busan), Lee Jeong-beom (El hombre sin pasado) y Na Hong-jin (The Chaser). Con la represa rota y el torrente fluyendo libremente, el cine coreano se expandió a todas partes durante los últimos 20 años y, si bien no le faltan películas regulares o directamente malas (como al cine de todas partes del mundo), su alto nivel promedio alcanza para creer que si es coreana, es garantía.

Como parte de este constante crecimiento y difusión cada vez más evidente, es lógico que la cadena de streaming por antonomasia (por ahora) le dedique parte de sus millones a producir thriller coreano. Es así que llega en estreno directo a nuestras pantallas en casa Tiempo de caza (Sanyangeui sigan en su idioma original).

Tiempos futuros no fueron mejores

Unos pocos años en el futuro, la realidad de Corea del Sur no puede ser peor: crisis económica, gobierno autoritario, la moneda devaluada día a día. Hay muy pocas chances de sobrevivir decentemente, seas un malandrito con pocas ambiciones, como es el caso de nuestro trío protagonista: Jun Seok, Jang Ho y Ki Hoon (Lee Jehoon, Jae-hong Ahn y Woo-sik Choi respectivamente).

El grupo se rearma con la salida del primero de ellos luego de tres años de prisión para desayunarse de que todo el dinero que robaron en aquel golpe, y que le costara todo ese tiempo a la sombra, ahora no vale nada. Sus compañeros aparentemente aprendieron la lección y se han alejado del crimen, pero lo cierto es que directamente no hay ningún trabajo disponible, y mucho menos si, como nuestro trío protagonista, contás con antecedentes penales.

Es entonces que planean eso que tantas veces hemos visto en el cine y que, por eso, sabemos condenado al más sonoro fracaso: un último golpe, uno que les permita salir del país y mudarse al cercano Taiwán, de playas hermosas, arena blanca y aguas verdes.

El objetivo elegido es un casino ilegal, porque estiman que de esa manera no tendrán problemas con la Policía. Reclutan a la fuerza a Sang Soo (Jung-min Park), uno de los croupiers del lugar y planean meticulosamente el golpe. Pero claro, si bien no será la Policía la que los busque luego, detrás de un casino ilegal se levanta toda una estructura criminal, que pondrá en su búsqueda a Han (temible Park Hae-soo), un sicario que está bastante más cercano a un psicópata asesino en serie que a un Hitman profesional.

El director y guionista Sung-hyun Yoon plantea un clásico ejemplo de cine negro (la pátina distópica futurista sirve para poco más que dar marco y luego es bastante olvidada), en el que el drama se da la mano con estupendas escenas de acción (tanto el asalto como un tenso momento en un estacionamiento, son excepcionales), con momentos de cine de terror y con un fatalismo de esos que le apagan la luz al tipo más feliz del barrio. Un ejemplo más de buen cine, uno que demuestra que incluso cuando el esquema y relato no sean los más originales, la calidad de la ejecución, siempre presente en el cine coreano, eleva el producto final por encima de la media.