En la época de la televisión por cable –que sigue existiendo– había un buen número de canales que, por su contenido, recibían la vaga calificación de “variedades”. Allí caían tanto los muchos programas de cocina como todos los reality shows que surgieron desde fines del siglo XX. Ahí entraban también los programas de juegos y entretenimiento, los documentales de viajes, los diferentes profesionales capaces de mejorar una casa, salvar un restaurante o hasta depurar una empresa (el mismísimo Donald Trump entre ellos).
Es evidente que estas “variedades” tienen su público, y la principal cadena de streaming no podía quedarse sin opciones en el rubro. Es así que Netflix no sólo ha poblado nuestras pantallas de series o películas, de mayor o menor calidad, sino también de variadas series documentales, programas de entretenimiento y hasta realities del estilo de Master Chef. Obviamente, mucho es directamente prescindible, pero aquí detallaremos tres ejemplos que, cuando menos, son simpáticos.
Crazy Delicious
Los concursos de cocina televisivos nos han acostumbrado a momentos dramáticos, de tensión extrema, de participantes con historias tristes, con jueces despóticos a dos pasos de ser simplemente malvados, y un larguísimo –y funesto– etcétera. Pues nada de esto van a encontrar en el reality show de cocina británico Crazy Delicious.
Ya desde Reino Unido había antecedentes en la misma onda. Por ejemplo, Big Family Cooking Showdown, en sus dos temporadas, presentaba una competencia mucho más amable, lúdica y calma que cualquiera de los Master Chef de cualquier parte del mundo. Un programa mucho más centrado en el hecho de cocinar, en las raíces de aquellos que cocinaban y en su capacidad de inventiva a la hora de los desafíos, y que evitaba humillar a un participante porque, pongamos, se le quemó una pizza. Crazy Delicious se inscribe en esta misma senda de competición en clave amable.
El esquema es sencillísimo: tres competidores se enfrentan en tres rondas con el cometido de reinventar algún producto, plato o estilo de cocina reconocible de la manera más excéntrica posible.
La primera ronda de enfrentamiento da 20 minutos de ventaja al ganador en la segunda ronda, de donde saldrán los dos finalistas que se enfrentarán en la tercera ronda final. Pero ya desde su presentación –cocinan en una suerte de jardín del Edén donde prácticamente todo es comestible–, una conductora por demás graciosa –Jayde Adams es en sí misma una razón para ver el programa– e incluso los integrantes del jurado –tres chefs expertos: el sueco Niklas Ekstedt, el británico Heston Blumenthal y la estadounidense Carla Hall– presentados como “dioses” del Olimpo culinario (rigurosamente vestidos de blanco) le dan un cariz de buen humor a todo el asunto, que quita, para bien, gran parte de la tensión.
No sólo por la presentación, la propia participación del jurado –aconsejando durante el cocinado, a la hora misma de juzgar– es constantemente proactiva, constructiva, simpática y amable. Lejos quedan los ladridos de un Gordon Ramsey o la competición de quién es más chulo, si Jordi Cruz o Pepe Rodríguez.
Una sola temporada de seis episodios autoconclusivos –cada competencia empieza y termina– es lo que ofrece Crazy Delicious en Netflix por el momento, sin segunda temporada confirmada.
The Floor is Lava
Sí, es una tontería. No hay discusión. El clásico juego infantil de imaginar que el piso era lava y que por tanto se tenía que recorrer la habitación de turno sin tocarlo, pasando por encima de los diferentes muebles, cobra alto vuelo en esta producción de Netflix. Porque las habitaciones se tornan temáticas –siguen siendo una cocina, un dormitorio o un living, pero cargados de toda la parafernalia imaginable– y el suelo ciertamente se transforma en una piscina humeante y burbujeante, de color rojo, que asemeja perfectamente a un magma a punto de devorar a los participantes.
La premisa es tan sencilla que casi ni cabe describirla: equipos de competidores –tríos o parejas, según el programa– se desafían a cruzar las habitaciones desde una entrada hasta una salida. No hay un solo camino, hay elementos que ayudan y otros que son trampas escondidas. Cuantos más integrantes de cada equipo crucen la habitación, más puntos. Si los equipos igualan en puntos, ganan quienes lo hayan hecho más rápido. Y hay 10.000 dólares para el equipo ganador. Punto.
La diversión, entonces, viene del mismo lado de mirar competiciones “deportivas” (nunca las comillas fueron tan adecuadas) como Gladiadores americanos, los Titan Games que organiza Dwayne La Roca Johnson (que recientemente se sumaron a la grilla de Netflix) o la primorosa competición The Beastmaster.
La salvedad, en este caso, es que los competidores de The Floor is Lava son gente bastante más común y menos atlética que la de los ejemplos mencionados y que muchas veces la solución para avanzar en una habitación deviene más del ingenio de resolver una trampa que de saltar más alto y más lejos.
Un detalle maravilloso de la edición del show: cuando alguno cae a la lava, se lo muestra dramáticamente al hundirse y listo, no aparece más, lo que propicia la humorada de “compañero caído en batalla” que aporta su cuota de diversión al programa.
Con Rutledge Wood como conductor –experto en realities, conductor también del afamado show para tuercas Top Gear– y animado comentarista de los tropezones, resbalones y porrazos que terminan en agua roja amenazante, The Floor is Lava se compone por el momento de una sola temporada de diez episodios. Sin embargo, Netflix dio a conocer que se encontraba entre los programas más vistos de este año, por lo que es de esperar una segunda temporada.
Somebody Feed Phil
Phil sigue viajando y comiendo en esta, su tercera temporada. Phil Rosenthal es un guionista de cine y televisión que tiene en su currículum a la longeva serie Everybody Loves Raymond, en cierta manera la homenajea desde el título de la serie actual. Ahora recorre media docena de ciudades (y países) más –Marrakech, Chicago, Londres, Seúl y Montreal– haciendo lo que todos pagaríamos por hacer: recorrer, conocer gente, ver lugares increíbles y, sobre todo, comer.
Somebody Feed Phil es un programa de alguien que viaja, hace un par de chistes y come. ¿Cómo es posible entonces que tres temporadas después siga funcionando tan bien? La respuesta está en el propio Phil. Su actitud infantil, sus chistes inocentes, su presencia larguirucha y rostro perpetuamente asombrado ante todo lo que ve (o prueba) terminan por ser el valor agregado de la serie.
Phil transmite sinceramente su sensación de asombro. Ya sea que es honesto o que actúa de maravilla –para el espectador da exactamente lo mismo–, las emociones, sensaciones y comentarios de Phil ante cada plato, cada lugar o cada paseo son completamente creíbles. Y eso alcanza y sobra para seguir viéndolo, acompañándolo ciudad a ciudad, platillo a platillo.
En esta oportunidad, además, reaparecen algunos invitados de temporadas pasadas –lo que da cierta continuidad– y nuevamente Phil echa mano de su abultada agenda para tener como acompañantes a chefs locales internacionales o actores como Tom McGowan y Judy Gold. Amén de lo anterior –y para darle un carácter aún más cercano e íntimo–, en ocasiones está acompañado por su esposa o su hija, lo que incrementa el humor familiar de cada episodio.
Aunque la cuarta temporada está momentáneamente suspendida (con coronavirus se hace difícil esto de andar viajando por el mundo), su rodaje fue confirmado. Por eso, sabemos desde ya que seguiremos viendo alimentarse a Phil con la misma gracia, humor y entusiasmo contagioso.