La historia de la animación moderna comenzó a escribirse en 1989 cuando una familia amarilla creada por Matt Groening se graduó de The Tracey Ullman Show y tuvo su propio espacio en la joven cadena Fox. Homero, Marge, Bart, Lisa y la pequeña Maggie Simpson no sólo redefinieron el concepto de serie animada, sino que redefinieron el concepto de familia estadounidense.
Treinta años después y (obviamente) sin la frescura de sus primeros momentos, Los Simpson continúan marcando un camino que fue seguido por muchas otras familias, con más o menos efectividad. El ejemplo más evidente es Padre de familia, la obra de Seth MacFarlane, que tomó tanto de su antecesor que ha aparecido en un par de gags en que bromean con su falta de originalidad.
Los reyes de la colina, F is for Family e incluso otras dos creaciones de MacFarlane (el spin-off Cleveland y American Dad: Un agente de familia) han intentado retratar el núcleo familiar americano, en la mayoría de los casos encabezado por el padre obrero, o “trabajador de cuello azul”.
En las últimas semanas han llegado a los catálogos de dos plataformas de streaming un par de series acerca de familias. Una de ellas sigue el modelo Simpson casi a niveles de un stalker, mientras que la otra patea tableros de formato e incluso de lógica. Comencemos por la más parecida.
Homero Thompson
En Fox Play, o en servicios de televisión para abonados con el paquete Fox (como NS Now de Nuevo Siglo), se encuentra la primera temporada de Duncanville, animación creada por Amy Poehler, Mike Scully y Julie Scully.
El Duncan del título es un adolescente de 15 años con muy poca vocación de estudiante. Él prefiere pasar el tiempo con su grupo de amigos en una casa rodante abandonada, mientras sueña con conquistar a Mia, la nueva compañera de clase.
Sin embargo, el protagonismo está repartido con el resto de los integrantes de su familia, incluyendo al papá Jack, el plomero que recuerda con nostalgia sus días como plomo de bandas de rock. Mamá Annie trabaja poniendo multas de tránsito, aunque sueña con ser detective. Y después están las dos hijas de la pareja: Kimberly, de 12 años, y Jing de cinco.
En cuanto a su configuración, estamos ante una familia muy similar a la que vive en Springfield. Los hijos tienen cuatro o cinco años más, así que las tribulaciones serán las características de un preadolescente o adolescente, pero el tufillo es muy similar.
Esta es una comedia animada clásica, en donde la familia puede dividirse en dos subtramas, con algunos elementos fantásticos integrados al supuesto realismo y críticas a la actualidad: hay un amigo influencer, una marca de electrodomésticos inteligentes y un feriado que avergüenza a los más progresistas del pueblo.
Quizás el mayor pecado, o lo que más pueda notar un espectador experimentado, es que cualquiera de sus episodios podría adaptarse fácilmente a otras series animadas ya clásicas. Tanto la animación como el humor son efectivos, pero sin descollar. Falta algún elemento que la haga separarse del resto, más allá de las performances vocales de Poehler (Duncan, Annie) o Ty Burrel (Jack).
En un universo de incontables estrenos semanales, Duncanville no parece tener garras como para ganar la ardua batalla por la atención del público contra los pesos pesados de siempre o nuevos contendientes como la acertadísima Big Mouth. De todos modos, tiene una segunda temporada confirmada en la que debería encontrar su identidad.
No es un show más
El segundo ejemplo llegaba con mejor pedigrí y por lo tanto con una presión mayor. Por suerte cumplió con creces, y se convirtió, al menos a criterio de quien escribe estas líneas, en una de las mejores series animadas que hayan debutado en los últimos años.
Close Enough, un producto de HBO Max que aquí llegó gracias a Netflix, salió de la mente de J.G. Quintel, creador de la serie de Cartoon Network Un show más, emitida entre 2010 y 2017.
Este es el momento en que debo confesar que he visto muy pocos episodios de Un show más, porque llevo un tiempo convertido en espectador on demand y no me he topado con la serie completa en alguna plataforma.
Lo positivo de esta omisión es que llegué al nuevo programa con expectativas moderadas. Y en los primeros 11 minutos (lo que duran la mayoría de los episodios, agrupados de a pares por Netflix) ya me había transformado en fanático.
Aquí también estamos ante las aventuras de un núcleo familiar, pero no es una familia más. Los protagonistas son Josh y Emily, una pareja de treintañeros que vive con su pequeña hija Candice y con dos amigos divorciados: Alex y Bridgette.
¿Cómo terminaron los cinco bajo el mismo techo? Pues presten atención a la corta y frenética presentación de la serie, porque a Quintel y compañía no les importa contestar la pregunta. Lo que importa es el presente, con estos dos padres jóvenes viendo cómo se terminan sus años locos mientras deben cumplir con las obligaciones de la vida adulta en el mundo capitalista.
Ese presente ya alcanzaría para sostener la serie, que además incluye en la voz de Alex al enorme Jason Mantzoukas (Adrian Pimento en Brooklyn 9-9, Derek en The Good Place, Jay en Big Mouth). Pero el vuelo absurdo que toman los guiones termina de consagrar al producto final.
Niños salidos de un cuento de Dickens que no resultan ser lo que parecen, casas en venta convertidas en sitcoms del horror, robots que realizan vasectomías, caracoles con supervelocidad... son algunos de los elementos que aparecen en los episodios de esta primera temporada, mezclados con tramas bien reales sobre la falta de tiempo, la falta de dinero o la falta de apetito sexual.
La combinación de estas dos clases de elementos es la fórmula del éxito de Close Enough. Y más allá de que algunas decisiones no sean las mejores (la pasión por los personajes británicos parece excesiva), el saldo es ampliamente positivo como para recomendarla con toda tranquilidad de espíritu.