Durante décadas, la narrativa superheroica estuvo confinada a las historietas, salvo excepciones puntuales en el cine y la televisión. Con el tiempo, los lectores envejecieron junto a los editores, y las historias ganaron cierta complejidad. Los simpáticos paladines del bien se volvieron cínicos vigilantes de la Justicia, porque quienes seguían sus aventuras también habían perdido la inocencia.
Corrían los años 80 y 90, y en la prensa se popularizaba la frase “Los cómics no son sólo para los niños”. Como siempre, confundiendo un género con un medio, se referían a las historias de superhéroes. No se equivocaban: aquellos representantes de los antiguos mitos comenzaban a protagonizar aventuras que incluso podrían definirse como adultas y maduras. Y, en muchos casos, la calidad los acompañaba.
Pasaron los años y la situación cambió por completo. Los superhéroes no solamente ganaron los medios masivos de comunicación, sino que lo hicieron con historias que van desde lo simplemente violento a lo oscuro y tenebroso. El grito actual debería ser “Los superhéroes no son sólo para los adultos”.
Entendiendo la necesidad de una narrativa de tipos con capa y poderes que representen nuestros mejores valores, es muy bienvenida la última película de Robert Rodríguez, estrenada directamente en Netflix con el sugerente título We Can Be Heroes (arruinado en español como Superheroicos).
A luchar por la justicia
Inspirada en personajes que debutaron en Las aventuras de Sharkboy y Lavagirl (2005), la película nos presenta un mundo en que existe un supergrupo de héroes arquetípicos llamado Los Heroicos, que está a punto de conocer al enemigo más poderoso que les haya tocado enfrentar.
Al mejor estilo de Los Increíbles (Brad Bird, 2004), unas misteriosas naves con tentáculos metálicos neutralizan uno a uno a los confiados servidores del bien. Mientras tanto, se activa un operativo de seguridad que confina a los hijos de todos estos personajes en un pequeño salón, a salvo de lo que está ocurriendo allá afuera.
Ellos, por supuesto, serán los verdaderos protagonistas de la historia. Empezando por Missy (YaYa Gosselin), la hija del superespadachín Marcus Moreno, interpretado por un Pedro Pascal que finalmente puede mostrar su rostro sin temor a que se lo aplasten, como ocurría en Juego de tronos.
Missy es la única del variopinto grupo que no tiene poderes. La rodean niños capaces de manipular el tiempo, estirarse, modificar su rostro o manipular el agua. Sí, esta última es Guppy (Vivien Blair), la hija de Sharkboy y Lavagirl, y protagonista de las mejores escenas del film. Es que una niña muy pequeña poniéndose lentes negros y mordiendo como un tiburón es de esos personajes que no pueden fallar, junto con el perro que practica deportes (ausente en este título, lamentablemente).
El equipo de los sueños
Sabiendo que el público objetivo son los más jovencitos, es entendible que la moraleja del asunto sea tan explícita que, directamente, sea pronunciada por alguno de los presentes.
Lo primero es el trabajo en equipo. Cada uno de los niños poderosos (y Missy como gran capitana) aprenderá a utilizar sus habilidades en el momento justo, o combinadas con las de algún otro chiquillo en pos del principal objetivo: salvar al mundo y de paso a sus padres, madres o tutores.
Hay una curva de aprendizaje bien marcada, con oportunidades para que se luzcan todos los nuevos héroes, con la ayuda de efectos especiales que no son de última generación pero que mantienen el verosímil medio artificioso que Rodríguez construye en esta ocasión. Quien acepte a los dos superhéroes relatando a viva voz sus movimientos en los primeros dos minutos, ya estará en condiciones de ver y disfrutar el resto de la aventura.
Sobre el cierre, luego de simpáticas escenas de acción y de más momentos adorables de Guppy, se revelarán varios misterios. Y se planteará una segunda lección, o advertencia, con suficiente optimismo como para que hasta los adultos crean un poco en lo que están presenciando.
Superheroicos es alegre, entretenida, light. Como aquellas historietas de superhéroes producidas antes de que los guionistas ingleses desembarcaran en Estados Unidos dispuestos a analizar las neurosis de cada tipo que se pone un antifaz y sale a recorrer las azoteas por las noches. Está bueno reconocer que el género ha crecido tanto que tenemos historias en todo el espectro de seriedad y alegría con sólo apretar un botón.