“Ustedes son una comunidad cerrada, autónoma. ¿Son nazis o comunistas?”, le preguntan, en una de las muchísimas entrevistas de archivo de este documental, a una integrante de la Colonia Dignidad. La mujer rechaza las opciones: aclara que son fervientemente anticomunistas y que en Alemania muchos de ellos fueron perseguidos por los nazis. Desde afuera, podríamos introducir un matiz: no son nazis, sino posnazis, una posible materialización de varias pesadillas de Hitler y compañía, pero despojada de la parafernalia pagana y provista de la simbología cristiana.

La Colonia Dignidad ocupa titulares en la prensa desde hace por lo menos cuatro décadas, aunque la comunidad se estableció en Chile en 1961. Su líder, Paul Schäfer, fue enfermero del ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial, se reconvirtió en pastor bautista tras el fin del conflicto, fue expulsado de su congregación por denuncias de familiares y se lo condenó por pedofilia, por lo que huyó de Alemania y, gracias a su contacto con el embajador chileno, consiguió un terreno de 3.0000 hectáreas en la región del Maule, donde se estableció con unos 300 compatriotas.

En Chile, Schäfer continuó abusando de menores y amplió la magnitud de sus crímenes a niveles difíciles de creer: la Colonia Dignidad fue uno de los lugares desde donde se preparó el golpe de Estado contra Allende de 1973, fue un sitio de tortura y asesinato de opositores políticos utilizado por la DINA, la policía secreta chilena, y funcionó como herramienta financiera para el régimen de Pinochet.

Las denuncias contra la comunidad Schäfer datan de los años 80, pero su enorme red de influencias lo mantuvo a salvo hasta los últimos años del siglo XX, cuando huyó nuevamente, ahora hacia Argentina, donde se lo capturó en 2005. Murió cinco años después, en una prisión de Santiago, donde cumplía penas por abuso sexual infantil, violación, secuestro, abuso deshonesto y posesión ilegal de armas de fuego y explosivos. No fue juzgado por su colaboración con asesinos y torturadores.

Ministro amigo

Salo Luna, una de las víctimas, es el narrador principal de Colonia Dignidad: una secta alemana en Chile, el documental de Wilfried Huismann que estrenó Netflix hace pocos días. Centrado en testimonios de seguidores y de abusados por Schäfer, el documental acumula registros sorprendentes por lo abundantes y por lo tempranos; hay incluso filmaciones en color del líder de la secta en un periplo por Medio Oriente previo a su llegada a nuestra región, y el audio de varios de sus discursos estremece por su concentración de maldad y capacidad de manipulación.

Dosificada en seis capítulos, la miniserie sigue cronológicamente el crecimiento en poder y capacidad de daño de la Colonia Dignidad, que aún hoy está activa bajo el nombre de “Villa Baviera”. Su interacción con lo más reaccionario de la política chilena es también una suma de espantos, que arrancan con Roberto Thieme —ex líder del movimiento ultraderechista Patria y Libertad y ahora un “respetable” entrevistado que se escandaliza por los crímenes de los militares, pero que no duda en reafirmar que había que eliminar a los comunistas del gobierno de Allende— y llegan al mismísimo Augusto Pinochet, que visitó la secta repetidas veces.

La historia, sin embargo, tiene otras vueltas. Aunque la serie no lo enfatiza, el primero que investiga a la Colonia tras la restauración democrática es Luis Henríquez, uno de los policías asignados a acompañar a Allende el 11 de septiembre de 1973, el día en que los golpistas atacaron el palacio presidencial de La Moneda.

Más complejo es el presente de otro de los que aparece en el documental, el político Hernán Larraín, actual ministro de —oh, ironía— Justicia y Derechos Humanos en el gobierno de Sebastián Piñera. Su aparición en el documental como uno de los defensores de Schäfer ha vuelto a poner en duda la idoneidad del dirigente de la conservadora UDI para el cargo que ocupa, especialmente porque desde medios alemanes, como la Deutsche Welle, se le acusa de obstaculizar hasta hoy las investigaciones sobre la secta, que incluyen la búsqueda de restos de desaparecidos en sus terrenos.

Colonia Dignidad no es el primer audiovisual sobre este tema —abunda el material periodístico en YouTube y también hay ficciones, como serie chilena Dignidad y la película alemana Colonia, con Emma Watson y Daniel Brühl—, pero es el que revela de manera más consistente los distintos niveles de horror, secretismo e impunidad del proyecto de Schäfer.

Tal vez su punto débil sea la falta de investigación sobre la prosperidad de la secta. Se alude a un negocio de piedra molida y luego se menciona la intermediación en la venta de armas, pero no se logra explicar el esquema que les permitió a Schäfer y sus secuaces alcanzar la capacidad de manipular al sistema judicial, por ejemplo. En ese tratamiento superficial de lo financiero, el documental parece heredar las limitaciones para comprender el fondo del asunto que muestran las víctimas abusadas por Schäfer, quienes, después de todo, solo eran niños y jóvenes.

Tampoco se aclara mucho la verdadera naturaleza de la relación entre la Colonia y el Estado alemán. Hay bastantes puntos oscuros, como el reciente sobreseimiento en un tribunal germano del médico Harmut Hopp, colaborador de Schäfer que el documental no menciona.

En cambio, es entendible la falta de una explicación directa para el magnetismo que ejercía el perverso líder de la secta: ahí habría que meterse con miles de años de preparación masiva para la obediencia irracional a una figura carismática. La reacción de Schäfer cuando se lo comparó con Hitler, de acuerdo a una colaboradora temprana, fue tan ambigua como reveladora.

Colonia Dignidad: una secta alemana en Chile. Dirigida por Wilfried Huismann. Seis capítulos de 40 minutos. En Netflix.