El nuevo personaje que le toca interpretar a Carlos Bananita González nació hace por lo menos diez años –quizás mucho más– a través de un pequeño y extrañísimo libro-objeto de Marco Caltieri, Metro de Montevideo, editado por Amuleto y que todavía se puede conseguir en algunas librerías.
A partir de la semana pasada Metro de Montevideo también es una serie que emiten TV Ciudad y el canal 5, un falso documental sobre el 25º aniversario del emprendimiento de transporte urbano creado e impulsado por el ingeniero Estero Bellaco, director ejecutivo de Metro de Montevideo y fundador de la corporación Metro de Montevideo.
“Este tipo es increíble”, le dijo Constanza Silva (una de las guionistas de la serie, nacida en Argentina) luego de descubrir sus videos en Youtube. Marco ya había pensado en Bananita para el personaje del ingeniero mucho antes de concretar el proyecto audiovisual. Amante del carnaval, sabía que para concretar su idea necesitaba a “un actor muy bueno, y contundente” y con el rodaje y el cuero necesarios para un montón de texto vertiginoso y absurdo.
Luego de ponerse de acuerdo en un bar del centro con el artista, encontró además a un actor muy comprometido con el proyecto, y después, en la práctica, la fascinación por sus habilidades: “Bananita tiene un tiempo de comedia maravilloso. Carlos lee el texto y sabe dónde van los remates sin que le digas nada”.
Nos encontramos con Bananita en la Plaza del Entrevero. No lo conocía personalmente, pero ya lo había visto millones de veces bajando por Guayabo en los posters del Teatro del Notariado con su risa de payaso y sus manos abiertas como invitación. Con diferentes títulos y obras fue y sigue siendo una presencia cercana del Centro, del Cordón y de la cultura montevideana desde fines de la década de 1970. Brilló en carnaval en los parodistas Klaper’s y en murgas como Araca la Cana, Falta y Resto y Curtidores de Hongos. Se hizo un rostro conocido y familiar como protagonista de comerciales de televisión de Casa Sapelli, alfajores, cocinas, pañales. Era además un caso inverso de “mi hijo, el doctor”: un médico al que además le daba por salir en carnaval.
Se metió a los empujones en el teatro, hizo La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, y desde hace más de ocho años, con la comedia Toc toc, vuelve a estar en cartel en forma casi constante.
Dice expresamente que le gustan las comedias dramáticas y pasar de un estado al otro con sus monólogos agridulces para cerrar un espectáculo de murga o algunos de sus unipersonales. En persona, la materia prima de esa afición se deja ver en forma brutal y divertida, como cuando se queja por viejos encontronazos que le cortaron sueños, cuando habla en forma sensible de amor y afectos y cuando de repente usa todo su histrionismo y suelta, como una bomba brasilera, un cuento sobre una montaña de cocaína en la nariz de un murguista a punto de ensayar en el salón de una cantina.
Conserva el gusto por el vértigo de subirse solo, en el medio de la nada, a unos tablones de un Rondamomo para poder gritar “gol” cuando la gente estalla de risa, o no pasa nada.
El ingeniero Bellaco, el personaje con el que ya podemos verlo en la tevé, vive en un Montevideo oscuro y colorido, precioso, tan cercano que da miedo, a algunos metros bajo tierra y acompañado de mecánicos, administrativos, alcahuetes, de caras y voces conocidas.
“Carcajada, emoción, pensar no duele”, arranca. “Si pasa un tiempito y no me convocan para trabajar, me autogestiono. Ahora conseguí un texto para hacer una obra los primeros meses de la temporada que viene. Es para un unipersonal teatral. Lo hizo Juan Leirado hace unos tres años. Se llama El elogio de la risa y el autor y director, Gastón Marione, viene a dirigirme acá. Estoy muy contento con eso”.
“La momofobia en el ámbito teatral era muy fuerte”.
¿Consideras que tuviste maestros en la actuación?
En la actuación te diría que no, y en el humor, sí. Yo arranqué siendo el gracioso en las fiestas familiares. Hacía teatro cómico en la Asociación Cristiana de jóvenes y en la Asociación de Estudiantes de Medicina, donde hacían peñas y yo me encargaba de la conducción. Después mi primera eclosión fue cuando hice carnaval, en 1977 [con los parodistas Los Klapers]. Era el sueño del pibe, fui a probar y quedé. No sabía que era tan importante la rivalidad de Klapers y Gaby’s. Al principio pensaba que el carnaval era todo, hasta que un día llegaron la televisión y los avisos publicitarios, y después bueno, remé muchísimo para meterme en el teatro comercial. Ahora las cosas han cambiado un poco, pero la momofobia en el ámbito teatral era muy fuerte. Venía del carnaval comiéndome los niños crudos, y por ahí aparecía alguna chance y era “nooo, Bananita no”. Se pensaban que, como era carnavalero, antes de decir un parlamento iba a tirar los tonos. Por suerte ahora, porque talento hubo siempre, se les han abierto las puertas a los carnavaleros.
Así que vos la tuviste que pelear en el teatro.
Un día, allá por el 90, 91, fuimos con Falta y Resto a Buenos Aires y me tiré hasta la casa de Ricardo Talesnik [autor de la obra] a buscar La fiaca.
¿Y vos gestionaste toda la obra?
Toda. La traje al teatro El Tinglado. Ahí estaba Hugo Blandamuro, le di el texto, él la dirigió. La hicimos con Luisito Lage, que hacía de mi compañero de trabajo, Isabel Schipani, una excelente actriz y muy querida, hacía de mi esposa, y también estaba en el elenco Daniel Espino. Me acuerdo de que algunos críticos de teatro fueron a ver qué hacía este colado en el teatro. Blandamuro siempre me dice: “No te dieron el premio Florencio revelación porque eras carnavalero”. Después hice una pila de obras. Trabajé con Luis Trochón, que me enseñó mucho, me exigió y me sacó más. Cuando hicimos Todos somos Gardel, primero en el Palacio Peñarol y después en el Teatro Circular, fue tremendo, una obra maravillosa. Trabajé con Carlitos Aguilera en el teatro Alianza, hicimos Venencia. Esos son algunos de los recuerdos más lindos que tengo.
¿Qué te gusta encontrar en un guion?
Poder decir cosas de la vida, de emociones, de amor, y fundamentalmente me gusta encontrar humor. Pienso que no son cosas que se contraponen. Yo nunca escribí, pero sugiero. Si el que escribe pone “acá se abre una puerta”, yo le digo “ahora podríamos hacer tal cosa”. A los que les tengo confianza les digo “vos escribime que yo te enriquezco el guion”. Y después, que sean textos sólidos. Es el caso del libreto de Toc-toc [obra del francés Laurent Baffie]. La gente a veces nos pregunta: “¿cuánto habrá cambiado con los años?”. Y no, cuando el texto es sólido no precisa que lo cambies. Además tiene un ritmo, con todos los personajes en escena todo el tiempo, que se sostiene sin problemas.
Es como una música, ¿no?
Claro. Es una sinfonía de ritmos y tiempos, y una de las mejores comedias del teatro. Algo que aprendí mucho del teatro convencional fue a manejar los tiempos. Si ves un video mío de cuando empecé y me ves ahora... Aprendí a encontrar una pausa, un silencio antes de un remate, a manejar el público y decidir “bueno, ahora los voy a hacer reír”. Los carnavaleros como yo nos criamos salvajemente, esperando la carcajada y la ovación y el aplauso. En el tablado no hay otra respuesta posible. Y en el teatro aprendí a disfrutar de los silencios también.
Antes de ser actor te recibiste de médico. ¿Tu familia era muy exigente en cuanto a los estudios?
No había una exigencia explícita, pero viste, un hogar de clase media, madre ama de casa con dos hijos varones. Mi viejo, agente viajero, en la época en que los tipos se iban 15 o 20 días de la casa. Y bueno, mi hermano es contador, yo hice Medicina. Me resultó muy fácil hacer la carrera. Concentrarme para estudiar me sirvió mucho para el teatro de después.
¿Tuviste maestros o referentes en el humor?
Por supuesto. En carnaval, el Niño Calatrava y toda la Escuelita del Crimen. Roberto Barry también fue un tipo increíble, que muchas veces no fue reconocido como se lo merecía y quedaba simplemente como alguien que hacía un humor zafado. Charles Chaplin, sobre todo por su humor comprometido con lo social, y acá más cerca cuando Enrique Pinti hacía poesía con Salsa criolla yo hacía garabatos. Lo conocí un día que vino al teatro Stella. Un tipo bárbaro. Tampoco voy a descubrir nada con Olmedo, con toda su desfachatez y su barrio.
Tenés el humor a flor de piel. Siempre está con alguna salida. Por lo que me contaste, es algo innato en vos.
Tengo el ADN por parte de mi viejo, Manuel. Como buen viajante, era un gran contador de cuentos. Era un tipo muy extrovertido, llegaba a cualquier lugar y provocaba energía positiva y risas. Le gustaba cantar, además. Vendía zapatos.
¿Dirías que sos un bohemio?
Sí. Y no me importa lo establecido. Me considero en muchos aspectos un tipo que ha hecho revoluciones, en todo sentido, en lo laboral, en lo profesional, en el modo de enamorarme. Siempre les di mucha bola al corazón y a la cabeza.
Y siempre fuiste tu patrón.
Con todo lo bueno y lo malo que conlleva eso. Es más, mis enemigos saben que son mis enemigos y mis amigos todavía no se dieron cuenta. Cuando empecé a hacer televisión en poco tiempo tuve cinco avisos comerciales al unísono, hasta que un día se me dio por meterme en La Reina de La Teja, y sin entrar en la persecuta, porque tal vez no tenía el talento suficiente, pero lo cierto es que a partir de ahí hubo empresas que dijeron “no, mi empresa no puede estar asociada a la imagen del Bananita”. Pero me di el gusto de salir en murga y de decir las cosas que tenía ganas de decir. Siempre digo que en carnaval muchas veces tuve textos mucho más ricos que en teatro.
Hay grandes textos en carnaval.
Sí habrá. Para mí en ese sentido la murga tuvo dos quiebres: Pepe Veneno con La Soberana y Pinocho Routin con la vuelta de los Curtidores de Hongos, donde me tocó hacer “El suicida del palacio Salvo” y al otro año “Los sueños de Banana Kurosawa”'. Y de ahí salió mucho de lo que fue después murga joven.
Fuiste, como parte de Falta y Resto, un protagonista de la grabación de “Brindis por pierrot”, que tiene un videoclip icónico para la cultura de este país. ¿De qué te acordás de eso?
Eso arranca de cuando estábamos en el club Tabaré ensayando con la Falta, en 1986. Un día cae Jaime [Roos] y trae “Brindis por Pierrot”. “Y bueno, vamos a ensayarla”, ningún problema. Nosotros nos sentíamos los Beatles. Si venía “Love me do”, hacíamos “Love me do”, la que viniera. Y después está la anécdota con el Canario Luna. Vamos a hablar con él: “Canario, tenemos que ensayar esto”. “¿Lo qué?”, así, sin mucha preocupación. Le explicamos y nos dice: “¿Y esto cómo se llama?”, que era la expresión que él usaba para preguntar cuánto valía algo. Se decide: “Yo grabo, yo canto”, nos contesta y dice: “Esto se llama un lechón y un cajón de cerveza para Nochebuena y un lechón y un cajón de cerveza para Fin de Año”. Esta la cuenta el Piruja [Hugo Brocos, uno de los directores de Falta y Resto]. Y el video lo grabamos en el club Congreso, con el Flaco Denevi en la dirección. Una filmación muy artesanal. Así, de dale que va. Viste que el brindis es con la foto de Zelmar [Michelini] pegada en la pared. Fue muy lindo.
¿Y cómo arranca el proyecto del metro? ¿Qué tal Marco?
¿Marco Caltieri? Es buen pibe, le podés prestar plata. Es un delirado. Una cabecita importante. El loco me fue a buscar y me dijo: “Quiero que seas vos. Nada de castings”. Me tenía del carnaval y se alinearon los planetas.
¿Quién dirías que es tu personaje, el ingeniero Estero Bellaco?
Es un tipo muy difícil de definir. Para mí es un patriota. El tipo tiene la celeste puesta. Es un uruguayo angustiado por las mediocridades y las mezquindades que han dejado a esta ciudad con cosas “a medio hacer”. Como dice él: “Ayúdenme a terminar algo”. Primero, tiene como obsesión defender la camiseta celeste, no quiere hacer algo por su ego personal, quiere que Montevideo esté a la altura de las grandes capitales. Porque la ciudad se lo merece y Uruguay es un país de emprendedores. Dice que en el agua debe haber algo porque parimos a Obdulio, a los 33 orientales, a Artigas. El tipo nació para hacer el metro de Montevideo. Y en ese camino se mete por jardines casi quijotescos. Bueno, es una especie de Quijote. Por momentos el tipo delira, por momentos parece un chanta, es un enamorado del management y toda esa terminología del marketing, como brainstorming. Y así empieza a juntar lo que puede: trenes paquistaníes, durmientes de cedro libanés, guita de los cataríes, pero él va para adelante. Y se mete en quilombos de todo tipo. Ama mucho a su empresa, a su familia del metro, que es su lugar en el mundo.
Con la que muchas veces choca o no se lleva tan bien.
Claro, esas personas son una especie de hijos que le ha dado la vida. Y los quiere. Es un loco apasionado, enamorado, que a veces viaja demasiado en una realidad paralela. Pero, en definitiva, logró su objetivo. Montevideo tuvo metro y la historia cuenta que se cumplen 25 años del metro de Montevideo.
¿Y cómo lo encontraste al personaje?
Lo trabajamos mucho en conjunto con Marco antes de empezar a grabar. Sus gestos y su grandilocuencia son muy importantes. Maneja mucho las manos, como los políticos; cuando dice “¡fantástico!”, por ejemplo. Cuando empezamos a ensayar, era divino cuando percibía que podía lograr lo que Marco quería, y ahora me cuenta él que está escribiendo una nueva historia con el personaje [ya está en la imprenta un segundo libro sobre el metro, que será una especie de manual para emprendedores] y dice que mientras escribe, siente mi voz. Ese proyecto lo tiene previsto para dentro de cuatro o cinco años. Yo le digo que por las dudas se apure, no sea cosa de que me pise el metro.
Es una ficción con muchos guiños a la actualidad uruguaya.
Es muy uruguaya. Y el televidente se va a sentir totalmente identificado. Tiene una composición de imágenes increíble. Ver a pasar el tren por el costado del Hospital de Clínicas, o del Solís, es maravilloso. Tiene un humor muy absurdo, la forma de editar, la estética, son muy atrapantes. Y algo más de Estero: es un líder nato. Orgullosamente líder.
Vos formaste tu familia, tenés tus hijos, te separaste, me contaste que ahora vivís solo. ¿Dirías que sos un tipo solitario, independiente?
Independiente.
Tenés 75 años, pero parecés de menos. ¿Cómo hacés?
Sexo y alcohol. Últimamente más alcohol. ¿Viste la gente que deja de fumar? Bueno, yo dejé de coger.
Una cosa que me llama la atención es que siempre estás en cartel con algo.
Es que si sigo actuando es porque no bajé los brazos. La sociedad te da diez mil excusas para decir “bueno, ya está, váyanse a cagar”. Yo siempre fui Harry el Sucio, un agente de los dos lados, entre el carnaval y el teatro. Nunca fui parte de “tal grupo”. Lo mío siempre fue la autogestión. Ojo, es una manera de ser. Tampoco soy un chúcaro. Me integro enseguida a cualquier colectivo.
¿En algún momento te importó mucho el reconocimiento o poder ganar un premio?
No laburás para eso, pero te gusta el terrón de azúcar en la boca. Lo más cerca fue cuando estuve nominado para un Florencio como actor de comedia . Me invitaron a la fiesta, después no pasé ni a ocho cuadras del Florencio. Me gusta cruzarme en la calle con gente que no conozco y sin saber cómo estoy me deja caer un “vamo arriba, Banana”. Y después te viene ese miedo de la canción “Garrincha”, de Alfredo [Zitarrosa]. Eso de “ya no es usted”; eso es jodido, así que yo voy a seguir rompiendo las pelotas para seguir siendo yo hasta cuando sea. Y cuando me digan “ya no es usted”, les diré “¿y usted quién? ¿Por qué no se va a cagar?”.
Metro de Montevideo va los martes y los viernes por TV Ciudad a las 20.30 y el canal 5 la repite los lunes y los miércoles a las 23.00.