Donde La Comercial se besa con La Aguada, ahí queda la casa de Hugo Fattoruso. Apenas entramos en ella, a la derecha, está el cuarto que oficia de sala de ensayo, equipado con una artillería instrumental preparada para el apocalipsis. Afuera se puede terminar el mundo, pero adentro habrá varios instrumentos para tocar. La sala está antes que el baño, la cocina, el dormitorio, etcétera, y eso demuestra la importancia de la música para Fattoruso.
Luego del encierro pandémico, el Hugo anda tocando y grabando como nunca, siempre con tres o cuatro proyectos distintos. Hoy a las 21.00, en la sala Hugo Balzo del Auditorio del Sodre, se presentará junto con el Quinteto Barrio Sur, conformado por él (en piano, teclado y voz, obvio), Albana Barrocas (percusión y voz), Guillermo Díaz Silva (tambor chico), Wellington Silva (tambor repique) y Mathías Silva (tambor piano).
El proyecto está celebrando la reedición del álbum Barrio Sur (2016), que fue remezclado e incluye temas extras –está en Spotify–. Además, en el concierto harán un repaso de candombes clásicos, algunos de la década del 40, cuando Fattoruso era un bebé y ya le habían plantado en el alma la semilla del ritmo negro, según recuerda.
Con la gran cantidad de discos que grabaste, ¿te acordás de todas tus canciones?
Si alguien me dice “¿vamos a tocar tal tema?”, lo más probable es que la cabeza lo ubique. Hay algunos que tengo que tocar con partitura, porque hace mucho que no los toco. Pero la mayoría de mis cosas son bien simples, entonces, también es simple recordarlas. La cabeza funciona o no. Cuando viví en Estados Unidos aprendí el idioma por sí solo, leyendo de diferentes libros y con un diccionario al lado; mi cabeza memorizó y puedo escribir sin faltas de ortografía, sin haber estudiado. Es sólo una memoria fotográfica: sé cómo se escribe tal o cual palabra –no te digo el 100%, porque siempre aparece alguna que no–. Menciono esto porque mi memoria funcionaba y almacenó una info. En Brasil fue mucho más simple: viví ocho años allá y la memoria lo que más guardó fue el lunfardo, modismos, cosas de Minas Gerais, del nordeste, porque trabajaba con diferente gente de esos lugares, con los paulistas, los cariocas. El idioma portugués es bastante similar al español, no tuve problema, puedo escribir sin faltas de ortografía. Pero fui a estudiar japonés, porque viajo mucho a Japón, y marché: la cabeza está quemada, no tiene memoria, no retiene.
¿Notás una diferencia muy grande, culturalmente, entre Japón y los demás países en los que tocaste?
Es notorio lo puntilloso, todo perfecto. Corea está enfrente a Japón y no tiene nada que ver, no son puntillosos. En el comportamiento social son como latinos, un poco más relax: las 8.00 no son las 8.00; entonces, no hay problema. En Seúl vi pasar a deliveries con la moto por arriba de la vereda a 60 kilómetros por hora, escupen o tiran el chicle en la vereda, tocan bocina, sacan la cabeza por la ventanilla y putean. Eso en Japón no lo vas a ver ni en pedo.
Ya fuiste muchas veces a tocar a Japón, porque la gente se cuelga con tu música; es la última prueba de que lo que hacés es universal.
No conozco muchos públicos, pero el público japonés tiene una particularidad que sobresale: la atención que le da a lo que está pasando en el escenario. Le da un lugar bien especial con todo ese respeto. En lugares de Europa también está esa costumbre. Acá, en muchos lugares, da lo mismo que estemos tocando o que no, pero en otros sí –en una sala, por ejemplo–. Acá hay lugares donde la gente habla bastante; no está mal, van a socializar y hay música.
La semana pasada entrevisté a Laura Canoura y me comentó que en los últimos meses había compuesto una canción con vos, pero no quedaste muy conforme con tu música. ¿Sos muy puntilloso a la hora de componer?
Me tiene que gustar. No es como rellenar churros, que los agarrás, les ponés medio kilo de dulce de leche y los sacás. Tuvimos suerte que las tres o cuatro cosas que ya hicimos a los dos nos gustaron. “Ah, quedó linda”, chau, con eso ya está, porque si estoy conforme quiere decir que no me va a dar vergüenza. Después, si la aceptan o no, si las personas la conocen o no, queda en manos de ellas.
“Si agarrás un alfiler y decís ‘candombe’, vas a pinchar el globo terráqueo en Montevideo. Lo que hacemos con otros grupos puede ser confundido, pero no el trabajo que hacemos con Barrio Sur y lo que hicimos con Rey Tambor”.
Hoy te vas a presentar con el Quinteto Barrio Sur. A lo largo de tu carrera siempre tocaste con los mejores exponentes del candombe. ¿Recordás cuándo fue la primera vez que te cautivaron los tambores?
Esto es medio invento, pero mi padre me llevaba en brazos cuando yo era bebé: iba a Palermo y a Barrio Sur, en una época en la que no mucha gente se arrimaba a esos barrios. Eso tiene que haber plantado algún tipo de semilla en el alma. Eso por un lado, pero como yo no sé qué pensaba cuando era bebé –andá a saber lo que piensa un bebé–, a los 10 o 12 años, cuando ya me empecé a mover un poco más solo por la ciudad, también arranqué a ir a los tambores. Así que es de toda la vida. Este punto geográfico tiene la suerte de que eso nació aquí, el ritmo del candombe nació en esta ciudad. Lamentablemente, llegaron aquí desde tantas partes de África en la manera en que llegaron. Cuando me preguntan algo relacionado con esto, les digo que en el globo del planeta Tierra, si agarrás un alfiler y decís “candombe”, lo vas a pinchar en Montevideo. Lo que hacemos con otros grupos puede ser confundido, porque tocamos una fusión que incluye lenguaje jazzístico, esto y lo otro, por más que siempre tiramos a América del Sur, pero el trabajo que hacemos con Barrio Sur, así como lo que hicimos con Rey Tambor, agarrás un alfiler y en todo el globo lo pinchás en un solo punto.
En los dos álbumes de Rey Tambor, Emotivo (2009) y Puro sentimiento (2009), hay versiones que son de otro planeta, como las de “La casa de al lado” y “Hermano, te estoy hablando”. Me da la sensación de que a ambos discos no se les dio la cabida que se les tendría que dar. ¿Alguna vez pensaste que tu música debería tener más llegada?
No, en principio lo hago a nuestro gusto; si nosotros estamos a gusto con lo que dejamos hecho, ya está cumplido. Después, si tenés la suerte de que 100 personas o un millón lo admiran, es otra cosa.
“Con Los Shakers no estábamos proponiendo nada: era un intento de copia, con el resultado que sea, de algo anglosajón, no local, no territorial”.
Viviste el éxito desde muy joven, con Los Shakers. ¿Al seguir haciendo música no pensaste que estaría bueno continuar con ese nivel de éxito?
Con Los Shakers hubo un revuelo: teníamos muchos toques, esto, lo otro, y mucha prensa. Pero era una época en la que el dinero que facturábamos daba para comprar refuerzos de mortadela, comparado con los grupos que hoy tocan para miles y miles de jóvenes que los siguen. Eso de Los Shakers se puso de moda por tres años, pero ahí nosotros no estábamos proponiendo nada: era un intento de copia, con el resultado que sea, de algo anglosajón, no local, no territorial, estaba en otro continente esa música, nada que ver.
Este año sacaste un nuevo álbum con Ha Dúo –junto con Albana Barrocas– y en 2020 publicaste Recorriendo Uruguay, solo con acordeón. Andás muy prolífico. ¿Qué te está pasando?
Es así. Y también, al no tocar tanto en vivo durante varios meses... Por ejemplo, ahora está por salir –ya me mandaron el arte– un trabajo al que le pusimos de nombre Maquetas y borradores, que está todo hecho con secuenciadores. Hace 16 años que compré este secuenciador, entonces, estaba acá, sin trabajar y dije: “A ver esta, a ver esta otra”, y junté 21 temas; los aprolijé y es otro disco. Es todo con secuenciador, con instrumentos ficticios.
¿Cómo te llevás con la tecnología?
Llegué a aprender a manejar secuenciadores, pero no puedo grabar en la compu, lo cual me facilitaría la vida enormemente. Fui dos o tres veces y patiné. Mis hijos me dicen: “No, pero mirá esto, es igual al secuenciador”... ¡Pero cómo me acuerdo de esto y dónde encuentro lo otro! Voy a estudiar compu, japonés también. No puede ser. Voy a intentar con ahínco.
Hablando de otros idiomas: en el disco Fingers (1973), que grabaste con Airto Moreira y que por la formación y el estilo es como un álbum de Opa, hay varias canciones tuyas con títulos en inglés, como “Romance of Death”.
Sí, ahí le erraron: es “El romance del sordo”, pero nunca lo pude cambiar. Recién ahora, cuando grabé Barrio Opa [2018], le puse su verdadero nombre. Cambiaron “deaf” por “death”. Eso lo grabamos en 1972, y cuando en el 73 recibí el vinilo dije: “Pero esto no tiene nada que ver”. Aparte, yo jamás iba a hacer una canción llamada “El romance de la muerte”, es una pelotudez más grande que una casa eso. ¿Qué carajo quiere decir esa mierda? “Cambialo”. “No, que no sé cuánto, que no sé qué”, me dijeron. También, eso fue registrado en una editorial que es un agujero negro: mismo que haya generado un dólar, 100.000 o un millón, no vimos nada.
¿Cómo te has movido con la parte empresarial de la música?
Igual que con la tecnología: horrible, no entiendo nada. Ahora tenemos suerte al estar con gente que ofrece una amistad real. Con MMG [Montevideo Music Group] no firmé nada, estamos refelices, porque siempre nos ayudan y está todo bien. Todas las veces que firmé es porque me decían “tiene que firmar acá”, y mi tonta pregunta era: “¿Esto es un contrato normal?”. “Sí, claro, todo el mundo firma este contrato”. “Bueno, dame que te firmo”. No es lo mío, no soy nada profesional en ese campo. La prueba está con Los Shakers, y lo repetimos con Opa, es el mismo error. Yo confío en la persona y le pregunto si es normal.
¿Cuánto trabajo te lleva hacer las letras de tus canciones?
Lo mío es muy simple, así que no le doy mucha vuelta: emboco o no. Si sale con viento a favor, juega. Si no lo descubro rápido, no lo voy a descubrir el mes que viene. Ya está.
El disco Recorriendo Uruguay es instrumental y sus piezas tienen títulos que colocan al escucha en una escena particular: “La reunión”, “Semáforos”, “La fábrica vacía”, etcétera. ¿Cómo nacieron?
Lo fui armando y al escuchar los temas pensaba en un nombre que tuviese en mi cabeza alguna conexión con lo que estaba sonando. No es como el horóscopo, que podés cambiar “Cáncer” por “Sagitario”, pero es parecido: si hay una música que se llama “Paseo por el caminito” y otra que se llama “De mañanita”, esos nombres sirven para las dos. Hay otra que es “En la peluquería”. ¿Qué tiene que ver con las notas de acordeón? Porque hay una conversación, cuando van los veteranos a la peluquería y cuentan todo lo que les pasó con la mujer, el vecino, etcétera. “La fábrica vacía” es la foto de algo indeseado.
Y “Semáforos” es barullo.
Exactamente. Son carísimos y todo, pero ordenan de alguna manera.
Hablando del horóscopo: ¿creés en algo más allá de lo terrenal o de lo que sea?
Yo leo, estudio y practico el budismo de Nichiren Daishonin desde hace 46 años. Es mi apoyo, mi ayuda y mi blanco; apunto ahí, quiero ir para ahí.
¿Qué encontraste ahí?
Coherencia en las palabras. Leí esto, lo otro, la Biblia, el otro y no me pude situar. En este caso, como están ordenadas las palabras, me sedujo. Es la ley mística de Nam Myōhō Renge Kyō, la ley de causa y efecto. En mi caso, me cambió del día para la noche y de la noche para el día.
Ahora estás tocando bastante y con varios proyectos distintos. ¿Durante la fase más aguda de la pandemia extrañaste tocar en vivo?
Se extraña ir a Japón. En 2020 estaba todo arreglado, era la gira 14 consecutiva [con el dúo Dos Orientales, junto con Tomohiro Yahiro], y ya teníamos el sabor. En junio compraba el pasaje y ya sabíamos en qué ciudades íbamos a estar, y era todo como un postre atrás del otro. Ir a Japón es estar como pez en el agua. Las giras cortas son de cuatro semanas, y las largas son de siete, de norte a sur, de este a oeste. Le agarré el gusto a eso, pero se cortó la del 20 y después la del 21, y ahora estamos esperando la del 22.
Después de casi 60 años, ¿subirte al escenario sigue siendo lo mismo?
Cada vez me gusta más, estoy viciado. Me gusta tener la oportunidad de mostrar lo que hacemos, nuestro concepto y la pulcritud de lo que entregamos. Es como un buen panadero: mirá el pan que te hago, loco.
¿Por qué no vas a estar en los recitales de Jaime Roos en el Estadio Centenario, luego de haber ensayado y todo?
Todavía no lo sé, no me explicaron muy bien. Jaime me mandó un mail diciéndome que no me podía invitar. Pienso que se confundieron, porque yo dije que soy antivacuna, cundió el pánico y [con el dedo índice hace el gesto universal de cortar el cuello, acompañado de un silbido] pa’ fuera. Pero yo ya tengo las dos [vacunas de] Pfizer, porque tengo que pasar por el aeropuerto y entrar al avión, quiero ir a Japón, etcétera. Para mí la pandemia y la vacuna es un misterio. Mi hermano [Osvaldo] y mi madre también murieron, de otra cosa; te vas a morir. Entonces, no sé si es un invento o si es verdad, pero el asunto es que yo me vacuné, así que no sé por qué no estoy con Jaime.
¿Pero te dio una explicación de por qué no ibas a estar?
Tengo un mail ahí... Yo no le pregunté nada más, lo dejé en paz porque vi que fue una resolución que tomó. Yo no tengo nada para discutir, mucho menos para reclamar. Si el propio te dice “no te puedo invitar”, eso para mí ya dijo todo. No tengo nada que decir ni hacer.
¿Te dolió?
No, me sorprendió.
Hugo Fattoruso, a las 21.00 en la sala Hugo Balzo del Auditorio del Sodre (Mercedes y Andes). Entradas en Tickantel a $ 1.100, y 2x1 para Comunidad la diaria.