“Me encanta nunca saber cómo se desarrollará una canción. Esa ansiedad que se siente cuando pienso que es muy probable que no encuentre las palabras, que la melodía no sea perfecta. Y también existe la posibilidad de que sea el día que escriba esa canción que no sabía que tenía adentro”, dice la cantante y pianista estadounidense Alicia Keys al inicio del primer capítulo de Song Exploder, que en diciembre estrenó su segunda temporada en Netflix.

Se trata de una serie documental de ocho capítulos a cargo del músico yanqui Hrishikesh Hirway, que en 2014 creó un podcast con una idea que parecía obvia pero que alguien tenía que hacer como corresponde: episodios centrados solamente en una canción, con los músicos que la crearon como invitados, que, pregunta va, pregunta viene, van desarmando cada parte de ella y analizando el proceso creativo que le dio vida (lo más interesante del podcast original es que no siempre se centra en los hits masivos que rompen los ojos; perdón, los oídos).

En setiembre Netflix estrenó una adaptación del formato –del podcast radial a la pantalla de streaming– también a cargo de Hirway, con cuatro capítulos de menos de media hora, y en diciembre se sumó la segunda, con cuatro más. El estilo es el mismo, con entrevistas con los músicos protagonistas, pero obviamente gana al ser audiovisual y no sólo audio, sobre todo para ver a los músicos tocando –ya sea en imágenes de archivo o especialmente para el documental– y la yapa: la reacción de sus caras ante tal o cual parte de su canción, porque es más común de lo que se puede pensar que los músicos no sean muy dados a escuchar su propia música.

El capítulo de Alicia Keys está dedicado a “3 Hour Drive”, canción que grabó junto con el británico Sampha e integra el último álbum de la cantante, Alicia, editado en setiembre de 2020, por lo que evidentemente los creadores de la serie quisieron dar el puntapié inicial con algo “moderno” para estar en la onda. Pero en los siguientes capítulos los suscriptores de Netflix podrán encontrar una variedad de canciones que seguramente hará que por lo menos un par los enganchen.

“Hurt”

“Lo que pasa con ‘Hurt’, más que con otras canciones que he escrito, es que cuando la escribí me sentía solo”, dice Trent Reznor, compositor y vocalista de Nine Inch Nails, que cuenta, antes que nada, que de adolescente se veía reflejado en discos como The Wall (1979), de Pink Floyd, y a través de esa música proyectaba lo que sentía, porque parecía compuesta sobre él y para él. Así el músico traza el proceso de influencias que terminó en “Hurt”, la canción que cierra el segundo disco del grupo, The Downward Spiral (1994), que se transformó en un himno, a tal punto que Johnny Cash grabó una versión –incluso mejor– para su serie de discos lanzados por el sello American

Parte de la gracia de la serie es que Hirway “consigue” las pistas primigenias de las canciones, como el demo o la maqueta, y las muestra no sólo al espectador sino también al compositor, que no siempre tiene muy presente el primer bosquejo de su canción. Así nos enteramos de que “Hurt” originalmente tenía un piano, que le calzaba justo –a juzgar por lo que se escucha en el documental– y fue el instrumento donde Reznor la compuso, pero el músico no quería que “pareciera una balada”, sino acústica y rota, como el personaje de la canción, por eso la versión final no tiene piano. Reznor también explica con detalles por qué agregó un trino a lo largo de toda la canción: para dar una sensación de algo “polvoriento, dañado e inseguro” entre “los escombros de lo que pasó”.

Consider this

Es muy probable que uno de los capítulos que harán las delicias de los rockeros es el dedicado a “Losing My Religion”, de R.E.M. Si bien la banda estadounidense tiene varias canciones mejores que esa, no tiene otra más famosa. Resulta interesante y esclarecedor cómo se armó una canción que a priori era un improbable hit, más para una banda de rock alternativo de fines de los 80, empezando por que su riff principal está tocado con una mandolina, un instrumento que no parece muy rockero que digamos –al menos, visto desde los ojos del estereotipo del género– y no tiene un estribillo claro.

“‘Losing My Religion’ es un error. Nunca debió ser un éxito”, dice, con honestidad brutal, Michael Stipe, cantante y compositor del grupo, porque está compuesta “de una forma muy rara”, y agrega que los integrantes de R.E.M. siguen sin entender cómo la canción se convirtió en lo que es hoy.

Bill Berry (baterista), Peter Buck (guitarrista), Mick Mills (bajista) y Stipe cuentan cómo fueron armando cada parte de la canción, que, como en el caso de “Hurt”, de primera no fue pensada tal como finalmente fue editada. Por ejemplo, Berry confiesa que apenas escuchó la base de “Losing My Religion” pensó que no debía tocar la batería, sino percusión, quizás unas congas, para darle “un toque latino”. Pero se arrepintió. De a poco, el documental nos muestra cómo se arma el puzle, con piezas que separadas quizás no tengan nada de extraordinario pero juntas hacen que una canción se vuelva grande, aunque nunca se termine de dilucidar precisamente por qué.

Hirway maneja muy bien el mano a mano con cada músico a lo largo de la serie, con cierto grado de intimidad que permite que el entrevistado se sienta cómodo y se explaye con honestidad, siempre con el foco en la música. O en la letra, como es el caso de Stipe, que se abre sobre qué inspiró los versos de “Losing My Religion” (siguiendo la línea obsesiva de amor no correspondido de “Every Breath You Take”, de The Police, pero enfocada en la vulnerabilidad del que ama), y confiesa que no la recuerda de memoria, aunque debería tenerla pegada en el cerebro “para siempre”.

Pero, sin dudas, la mejor parte del capítulo dedicado a “Losing My Religion” es cuando Hirway hace sonar la pista de voz pelada de la canción para que Stipe la escuche. La cara de vergüenza que pone es un poema, diría una abuela.