Para definirlo rápido y pronto, se podría decir que Pablo Casacuberta (Montevideo, 1969) es un artista renacentista, uno de esos extraños casos que dividen su atención en diferentes disciplinas y destacan en todas. Como narrador, cuenta en su haber con dos premios anuales de literatura, tres premios de la Intendencia de Montevideo (dos de ellos antes de que pasaran a llamarse Concurso Literario Juan Carlos Onetti) y en 2007 el Hay Festival lo incluyó en el grupo Bogotá 39, una selección de los escritores menores de 40 más promisorios de América Latina. Como artista visual estudió en Sheffield, Inglaterra, y su obra ha sido expuesta en Nueva York, Barcelona, Buenos Aires, Yokohama y Venecia. Como realizador publicitario ha recibido un premio Clio. Como músico ha sido nominado al Grammy Latino. Y como cineasta ha sido director de segunda unidad para gente como Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu o Terrence Malick, sin contar que además codirigió el largometraje experimental Another George en 1998 –en colaboración con Yukihiko Goto– y dirigió y fue coguionista del documental Clemente, los aprendizajes de un maestro en 2018.

Además de todo esto, Casacuberta es uno de los directores de GEN, un espacio que concibe ciencia y arte como disciplinas hermanas y le permite desarrollar bajo un mismo techo sus múltiples intereses, que se reflejan continuamente en su obra artística. Hoy esa obra crece con la aparición de su webserie No es el fin del mundo, en la que, en cuatro episodios (por ahora), Casacuberta aprovecha Youtube para brindar un espacio de reflexión y análisis sobre ciencia y comportamiento humano.

En un formato extenso para lo habitual de esta plataforma –aunque cierto es que durante la pandemia han variado mucho sus formatos y contenidos y ya no es tan raro encontrar videos que superen los dos o tres minutos– y con un contenido que desafía constantemente al espectador, Casacuberta propone un nuevo viaje, uno que nace quizá de la coyuntura actual, pero que retoma todos sus intereses y obsesiones.

Un concurso de imitadores de Charles Chaplin, lo que ve una rana y la historia detrás de diferentes frases publicitarias conforman, entre otros temas, el contenido de los diferentes episodios de _No es el fin del mundo: conversaciones largas para acortar la cuarentena-. Son capítulos de entre 25 minutos y media hora en los que a partir de diferentes disparadores se conversa –ya que, aunque no tenga interlocutor, Casacuberta apela al diálogo–, se reflexiona, se pregunta respecto de temas tales como la exageración, la diferencia entre ver y mirar, el origen de las expresiones cotidianas, las reglas de sentido común y sus excepciones. En tono claro y saludablemente cuestionador, el conductor cobra confianza episodio a episodio, aumentando el dinamismo de cada entrega.

Tu trabajo en No es el fin del mundo parece hacer convivir tus labores como escritor y como difusor científico. ¿Es así?

Por razones de historia familiar y personal, siempre he tenido la necesidad de tender puentes entre la expresión y la búsqueda de sentido. Arte y ciencia son aproximaciones complementarias a la realidad. Ambas disciplinas producen modelos para expandir y organizar la experiencia. Desde mi infancia, ese ha sido más o menos el tipo de abordaje al que se me expuso en innumerables desayunos, almuerzos y cenas. Vengo de una familia de personas con intereses muy diversos e interdisciplinarios, atizados por un muy marcado deseo de conversar. Así que en mi caso ese impulso precede tanto a escribir libros como a divulgar ciencia de un modo profesional. Me gusta pasar largos ratos intercambiando ideas y discutiendo sobre el sentido que les descubrimos o les asignamos a las cosas. Y por eso a los episodios de No es el fin del mundo los llamo “conversaciones”. Porque aunque ocurran en video y hable sólo yo, tienen el ritmo y el argumento misceláneo que son característicos de una charla de café. Intentan, desde la perspectiva de un uruguayo curioso, relacionar algunas cuestiones que podrían considerarse “actuales”, como la proliferación de noticias falsas que tienen impactos electorales, con aspectos de nuestra naturaleza perceptiva. Un tiro un poco largo e indirecto, pero que algo suma a la discusión, según creo. El público dirá si le resulta de utilidad.

La base de cada episodio condensa y combina referencias tanto científicas como culturales. ¿Es en cierto modo una extensión de la labor que realizás en GEN?

GEN, Centro de Artes y Ciencias es al mismo tiempo una incubadora de proyectos que combinen saberes y una institución que gesta espectáculos, iniciativas educativas, procesos editoriales y productos mediáticos, pero por encima de todo es un lugar donde se encuentra gente a conocer qué hace el otro, a saber lo que está pasando a nivel cultural y a tomar contacto con lo que hacen tanto científicos como creadores uruguayos. La cantidad de proyectos escénicos que se alojan allí asegura un continuo flujo de gente inquieta, que en el lugar termina conociendo personas y abordando tópicos que podrían considerarse distantes del medio escénico. Y los científicos que visitan la institución para participar en proyectos también discuten su trabajo aquí de formas más “sensibles” que en su medio laboral regular. Trato, en los episodios de No es el fin del mundo, de producir, aunque sea durante media hora, esa clase de encuentro, de choque o de cópula de ideas. De poner en un mismo tarro juguetes usados y nuevos, lápices de colores y corchos quemados.

Durante la pandemia ha crecido, lógicamente, el consumo en línea, pero específicamente Youtube parece haber potenciado las posibilidades que ofrece este formato. ¿Tiene que ver con la elección de esa plataforma para la serie?

Quise usar Youtube como un vehículo, no como un modelo particular de comunicación o como un formato. Es apenas un rectángulo en una pantalla. De las muchas exageraciones imperdonables que generó el siglo XX, una de las que me resultan más antipáticas es el postulado según el cual “el medio es el mensaje”. Por más académica que parezca, no es más que una caída de [Marshall] McLuhan en la tradicional tentación de extrapolar y generar frases sonoras al margen de su correspondencia con lo que pasa. El medio no es el mensaje. Nada de eso. El medio influye en el mensaje, modula el mensaje, sesga su contenido, pero no es el mensaje. Uno puede, si lo mueve un genuino deseo de comunicar y no una medición de rating, usar el medio como buenamente le plazca. Y si después lo ven seis personas realmente comprometidas con lo que ven, entonces el proyecto ha sido un éxito. Quería, por lo tanto, poner a prueba algunas ideas que por lo general son tomadas como verdades esculpidas en mármol, según las cuales un video debería ser breve, centrado en un tema simple y preferentemente de picante actualidad. Y por eso intenté explorar temas complejos, de un modo exhaustivo y a lo largo de media hora. El que quiera videos de cinco minutos, es libre de explorar alegremente el resto de internet. Pero los que se quedan, terminan habiendo capturado en media hora material para rumiar por días. Que hoy no es poca cosa.

Ciencia y cultura han sido componentes fundamentales de tu obra, tanto literaria como cinematográfica y al frente del GEN. ¿La serie es un paso en la misma dirección? ¿Un pasar en limpio toda la experiencia anterior?

Cuando empecé a publicar libros, un poco por prejuicio y un poco por temor, me cuidaba mucho de construir narrativa en torno a ideas. Tal vez como una forma romántica de celebrarle ritos al temido “inconsciente”, trataba de seguir procesos introspectivos en que la percepción y lo afectivo llevaran la batuta. Hasta que llegado un punto, ya peinando canas, recordé que la inmensa mayoría de los libros que habían llegado a moverme el piso incluían muy centralmente la discusión de ideas, así que desde hace un tiempo procuro que lo que escribo se parezca simplemente a lo que me gusta leer, en vez de ceñirme a unos preceptos literarios o presuntamente psicológicos. Me gusta conversar. Un libro no es más que una conversación que toma lugar con mayor precisión, cuidado y cariño. Y que dura horas y días. Una de las ideas que más socavan nuestra salud social es la noción de que hay que “aprovechar el tiempo” por la vía de fragmentarlo en un millón de tareas concisas, cuyo objetivo es claro e inmediato. Hacer una serie como esta es mi manera de recordarnos que casi nada que sea verdaderamente profundo y placentero es inmediato o conciso. Uno nunca diría eso de una cena, de una novela o de una relación sentimental.

Algunos de los episodios incluyen experimentos, sugerencias, desafíos, incluso juegos. ¿Hay una intención de posible interacción con el espectador? ¿Acaso una próxima etapa incluirá un espacio de participación y respuestas, más allá de los comentarios hoy por hoy disponibles en Youtube?

No son realmente invitaciones a la interactividad, sino a la introspección. Al terminar el capítulo, el público acaba de asistir a media hora de pensamientos concatenados, y podría, con todo derecho, preguntarse: “¿De qué modo me concierne esto a mí?”. Las propuestas finales de cada episodio son una forma de invitarlo a asomarse al hecho de que sus procesos intelectuales, tanto como los de todos nosotros, son, por definición, bastante problemáticos. Pero aceptar nuestra complejidad y nuestro carácter incompleto es un paso imprescindible para sentir una autoestima auténtica, y también para estar en paz con la persona que tengamos enfrente. En cualquier caso, es más barato que una terapia. Y se puede hacer en cuarentena, con una empanada en la mano e interrumpiendo para pensar tantas veces como uno quiera.

Cada programa te encuentra como guionista, fotógrafo, editor, diseñador, responsable de la banda sonora y evidente director. Un verdadero hombre orquesta tras la realización. ¿Cuánta dificultad entraña el proceso técnico detrás de la serie? ¿Las condiciones actuales de aislamiento potencian o dificultan el proceso?

En mi caso, y más allá de la tristeza generada por la devastación social que generó la pandemia, debo decir que pasar un tiempo guardado junto a mis seres queridos fue una fuente de alegrías, proyectos y colaboraciones familiares completamente revitalizante. Hice más cosas en los meses que estuve sin salir de casa que en años enteros. De modo que la circunstancia de dedicar horas a guionar, filmar y editar, por más que llevara a cabo esos procesos con mis propias manos, se sintió como parte de la rutina cotidiana de interacción con mi esposa y mi hijo más chico. Y lo técnico, por otra parte, ha sido mi medio de sustento toda mi vida adulta, así que lo vivo con la misma sensación de naturalidad con que un carpintero usa un serrucho.

¿Habrá más episodios de No es el fin del mundo en un futuro próximo?

Si logro robarle suficiente tiempo a la absorbente y enloquecedora obligación de pagar las cuentas, sin duda haré tantos como pueda. Hay mucho para decir sobre cómo nuestra fisiología y nuestra historia natural influyen en nuestra forma de percibir la realidad. Mi intención es recordar, con enorme sensación de respeto y maravilla, que interacciones complejas como votar, gobernar o negociar no dejan de ser interacciones entre animales, y que no hay volumen de cultura que logre borrar por completo ese sustrato histórico. Encima de eso hemos construido muchísimo. Pero eso no nos quita ni un ápice de nuestra naturaleza animal.