Santiago Tavella

The Complete Bitches Brew Sessions (1998), de Miles Davis. Grabado entre 1969 y 1970, incluye, aparte de las grabaciones originales con un sonido algo mejorado (nada sustancial), otras grabaciones. Una que me gustó especialmente es la versión de “Guinnevere”, de David Crosby, que había aparecido en Circle in the Round (1979), que juntaba grabaciones de distintas épocas. Esta versión es de 21 minutos, un poco más larga, comparada con la edición original de Bitches Brew (1970). Las adiciones que tiene este cuádruple CD le dan un toque más hipnótico y un aire de ensoñación y de trance.

Hejira (1976), de Joni Mitchell. Porque no hay con qué darle a ese disco; sorprende por todos lados, por más que venía preanunciando varias cosas que se plasman ahí. Es de los discos a los que siempre vuelvo.

The Booleg Series Vol. 5. Bob Dylan Live 1975: The Rolling Thunder Revue (2002). La película homónima de esa gira es demoledora, una lección de cómo hacer las cosas siempre distinto, cosa muy de Dylan. Recomendación especial para cantantes: no saben lo que van a aprender viendo los primeros planos de la cara del tipo, pero bueno, una vez vista la película vuelvo recurrentemente a este disco.

Mateo Ottonello

Mateo Ottonello

Mateo Ottonello

Rumours (1977), de Fleetwood Mac. Es un descubrimiento de este año, que me mostró un alumno. Me encanta encontrarme con cosas que no son de mi época, que por ahí escuchaban mis viejos. Entré por la canción de los VHS (“The Chain”), que tiene un riff de bajo increíble, y ahí me encontré con esta banda mortal. Las baterías me parecen una cosa de locos. Lo que toca Mick Fleetwood es música pura, haciendo que todo empaste por sí solo. Los fills de toms, platos, bombos, todo forma parte del groove de la canción, y eso me parece que es algo clave para la música. Creo que si sacamos la banda y dejamos sonando sólo la batería se escuchan las canciones. “The Dream” me vuelve loco. Muy inspirador para el mundo lleno de data en que vivimos hoy día.

To Pimp a Butterfly (2015), de Kendrick Lamar. Este disco de rap fusión (le digo así porque no está cerca de algo tradicional ni un poquito) me parece que tiene el hoy y el ayer muy presentes. Gospel, jazz, hip hop, letras increíbles; tiene todo. Conocía a Kendrick desde hace un par de años y me voló la cabeza. La producción de Flying Lotus me parece tremenda, y le termina de dar forma a la lucha que da este rapero en sus letras. No me gusta cuando los raperos sólo hablan de culos y likes de Instagram, o plata por doquier... Es algo re del género, pero me aburre.

En el tema “For free?” arranca sonando una banda de be-bop mortal y entra Kendrick a rimar como surfando sobre las barras; es sólo swing, no hay principio ni fin, sólo música. Y después, “Alright”, trap duro que habla del racismo y del gatillo fácil en Estados Unidos. Te hace ponerte a bailar y romper todo en tu casa. Miren el video. También está metido Thundercat, otro músico productor al que admiro mucho. Se escucha el laburo y la profundidad en la música. Es muy difícil lograr algo mainstream con cosas como estas, que exigen cierto pienso en el oyente.

Varios nombres (1986), de Hugo Fattoruso. Este disco me voló la cabeza; me encanta cuando la música suena a Montevideo.

Hugo cantando y los 80 a flor de piel, una época que me gusta mucho. Los sintetizadores, la aparición de las máquinas, cajas de ritmos, la mezcla entre la música electrónica y la música orgánica y mucho “Gated Reverb”. Por otro lado, aparece Osvaldo con su organicidad, mostrando que esos hermanos son los uno.

El tema que le da nombre al disco parece que fuera de mañana. La voz de Hugo, con efectos, como pasada por una radio, un piano con acordes muy jazzeros y deformes, sintetizadores, solos y una bata electrónica con ritmo de candombe beat. La música de hoy en día trata de sonar así y hasta se puede escuchar a Jaime ahí. Para finalizar, cierra el disco con “Caminando”, con cuerda de tambores y piano. Uruguay, nomás.

Walter Bordoni

Walter Bordoni

Foto: Iván Franco

Walter Bordoni

No se trata de un solo disco ni un solo artista, pero una de las cosas que vengo haciendo en estos meses es tomarme un tiempo, uno o dos días por semana, para reescuchar algunas cosas de la (mal) llamada música culta, clásica, académica o erudita. A veces le toca a Mozart, a veces al uruguayo Héctor Tosar. Pero mi tríada preferida y recurrente la conforman JS Bach, Claude Debussy y Béla Bartók.

Thanks for the Dance (2019), de Leonard Cohen. Si bien salió a fines de 2019, hace poco que pude conseguir este disco póstumo del maestro trovador y monje zen Leonard Cohen. Se supone que es el material “sobrante” de las sesiones de You Want It Darker (2016), pero de sobras no tienen nada. Bellísimas canciones producidas y terminadas con tino y sutileza por su hijo Adam.

An Evening of New York Songs and Stories (2020), de Suzanne Vega. Adoro a esta mujer, a quien sigo y persigo desde su primer álbum hasta el último. En este caso, se trata de un disco grabado en vivo en el café Carlyle de Nueva York y editado en setiembre de 2020. En ese mismo mes del año pasado tenía previsto hacer un viaje a esa ciudad, viaje que quedó pendiente por las pandémicas razones del artillero. Cuando abran los aeropuertos y se retomen los vuelos intentaré llegar al Carlyle y, si la diosa fortuna está de mi lado, quién sabe si no emboco un concierto de la querida Suzanne. Mientras tanto, no puedo parar de escuchar este discazo, repleto de grandes canciones e historias.

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