Falta poco para que Donde viven los monstruos cumpla 60 años, y esa cercanía es una maravillosa excusa para traer a estas páginas ese cuento hermoso, intenso, conmovedor y abierto que se convirtió en un clásico de la literatura infantil, y luego en una no menos emotiva película.
Con una potencia basada en partes iguales en un texto conciso y en unas ilustraciones extraordinarias, Donde viven los monstruos (Where the Wild Thing Are, en el original) plantea un viaje de ida y vuelta de la mano de la ira.
Una anécdota sencilla, cotidiana, funciona como disparador para la inmersión en un universo imaginado, onírico. El punto de quiebre se produce cuando, cansada de sus travesuras, la mamá de Max lo llama “monstruo” y, acto seguido y habiendo mediado un “te voy a comer” por respuesta, lo manda a la cama sin cenar. El enojo de Max se transforma en la soledad de su habitación, donde “nació un bosque”.
Así, en una vuelta de página con la que se transita entre dos ilustraciones entre las que se establece un paralelismo, vemos esa transformación del escenario y del personaje, antesala del viaje en tiempo y espacio hacia el país de los monstruos, donde Max es nombrado rey. El viaje de vuelta, tras el cual lo espera el plato de comida caliente, es más breve y sereno.
¿Quién dijo que los niños sólo deben sonreír?
Aunque se ha convertido en un clásico y no ha parado de fascinar a los niños de sucesivas generaciones, en su momento no fue bien visto ni mucho menos aconsejado, pues se consideraba que la oscuridad de la temática podía resultar atemorizante para los niños lectores.
“Los adultos son personas que tienden a sentimentalizar la infancia, a ser sobreprotectores y a pensar que los libros para niños han de amoldar y conformar la mente a los modelos aceptados de comportamiento, para lograr niños sanos, virtuosos, sabios y felices”, respondía Maurice Sendak, el autor, en aquel entonces.
La especialista en literatura infantil y juvenil Ana Garralón, en su blog Anatarambana, cita una conversación entre Sendak y Art Spiegelman, el autor de Maus, que este reproduce en una historieta: “En realidad la infancia es rica e intensa. Es vital, misteriosa y profunda. Recuerdo la mía muy bien. Sabía cosas terribles, pero sabía que los adultos no debían enterarse. Se habrían asustado”, dice Sendak.
En las antípodas de una visión cándida de la niñez como una época plena de alegría y de dulzura, el libro de Sendak ha dialogado a la perfección, a lo largo de los años, con los niños reales, que conocen la ira, la crueldad, los miedos, y desde la perspectiva de niños que se comportan como cualquier niño, por lo que la identificación funciona naturalmente.
Por otra parte, sus monstruos son a la vez terribles y adorables, con una fealdad no exenta de ternura y un carácter que, aunque no deja de mostrarlos aterradores, les permite revelarse ambiguos y, ellos también, vulnerables. Si algo se le podría achacar a Sendak, más que haber atemorizado a los pequeños lectores, es hacer unos monstruos tan cercanos que estremecen pero también conmueven, con los que también podemos identificarnos y compadecernos.
“Los niños, me consta, desgastan los ejemplares en las bibliotecas y los releen constantemente en sus casas. Algunos me han enviado dibujos de sus propios monstruos, que hacen de los míos ositos de peluche. Todavía no he tenido noticia de ningún niño al que le haya asustado el libro”, comentaba Sendak.
La película
Tan abierto es Donde viven los monstruos, el libro de Sendak, que grande es la incógnita al enfrentarse a una película de una hora y 42 minutos, porque ese universo infinito que se abre en el cuarto de Max deja al guionista –como a los lectores– mucho por hacer. El trabajo de Spike Jonze y Dave Eggers es impecable al llevar a la acción la atmósfera onírica del libro y darle volumen a la aventura ofrecida como posibilidad en el libro. Es una delicia y vale la pena verla una y otra vez, a la manera infantil. Está disponible para suscriptores de HBO Go o de televisión para abonados con paquete HBO.
Dentro de la multiplicidad de lecturas que abre el libro, es insoslayable la fuerza de la palabra, del acto de nombrar. El momento en que su madre llama a Max “monstruo” es el punto de inflexión que lo encierra en su cuarto y, una vez allí, lo lleva al viaje onírico al país de los monstruos. Llaman la atención, como si se tratara de un Quijote pequeñito, los rituales que conducen a la aventura, desde el arranque: “La noche en que Max se puso su traje de lobo y se dedicó a hacer travesuras de una clase”, comienza el cuento, y el rictus y toda la escena que acompañan este primer enunciado son inequívocos (se podría seguir la historia sólo atendiendo la expresión facial del protagonista, que transparenta sus emociones).
Pero, en el país de los monstruos, lejos de lo que podría suponerse, son posibles la amistad y la diversión, y Max consigue erigirse en rey luego de amansarlos mediante “el truco mágico de mirar fijamente a los ojos amarillos de todos ellos sin pestañear una sola vez”.
Al tiempo, Max se aburre y decide volver. Siente, en medio del desenfreno de la fiesta con los monstruos, soledad y añoranza: quiere estar donde alguien lo quiera “más que a nadie”. Y así, emprende el regreso, que decide y pone en práctica en un tris, guiado por lo sensorial: lo envuelve el olor de una rica comida, el olor del hogar. Una vez en el cuarto, que ya ha dejado de ser bosque pero luce una tonalidad más cálida que al comienzo, por primera vez lo vemos con la capucha del traje de lobo baja, más Max que nunca, en la calma recuperada.
Libro abierto
Lo que hace a Donde viven los monstruos un clásico que se mantiene plenamente vigente es, precisamente, que retrata características y miedos propios de la infancia: las rabietas, el desafío a las normas, incluso cierta crueldad, pero también el miedo al abandono y a la pérdida del amor materno y paterno.
Hay en ese viaje que emprende Max –que en una lectura muy apegada a lo realista podría interpretarse simplemente como un sueño– una búsqueda del vértigo de desear abrazarse con sus propios monstruos, que a un tiempo atemorizan a los demás y a sí mismo; pero hay también una historia de reconciliación, de ir hacia adentro para encontrar herramientas que lo ayudarán en el contacto con los demás, con las personas a las que ama.
Y todo eso se dice con pocas palabras, mediante una aventura que podría resumirse en unas pocas escenas, pero que es exuberante en las posibilidades interpretativas y en los detalles de lo que cuentan las ilustraciones. Y la magia de este tipo de literatura es precisamente propiciar el viaje, que cada lectura permita mirarse en el espejo que proporciona Max y acompañarlo en el trayecto, hacerse a la mar en plena noche, reinar por un rato, sorprenderse y dejarse seducir por esos monstruos terribles.
No sólo los chicos
“No escribo para niños. Escribo y alguien dice: ‘Eso es para niños’. Yo no me propuse hacer a los niños felices, o hacerles la vida mejor o más fácil”, sostenía el autor. Y afirmaba también: “La fantasía es algo que ocupa la vida de los niños. Creo que no hay ninguna parte de nuestras vidas infantiles o adultas en la cual no estemos fantaseando. Pero preferimos relegar la fantasía a los niños, como si fuera una tontería apta sólo para las mentes inmaduras de los pequeños. Los niños viven dentro de la fantasía y en la realidad, de una manera que ya no podemos recordar. Tienen un sentido preciso de la lógica de lo ilógico, y pasan con facilidad de una esfera a otra. La fantasía es la esencia de toda escritura para niños, como creo que lo es para la escritura de cualquier tipo de libro, para cualquier acto creativo, y tal vez también, para el acto de vivir”.
Quizá sea precisamente ese posicionamiento el que da a sus páginas una perspectiva genuina que se dirige al público infantil sin prejuicios, sin adicionarle ningún tipo de pureza, sino simplemente como personas complejas y contradictorias, como todas. Cuentan los biógrafos de Sendak que ser secuestrado y separado de sus padres por la fuerza era una pesadilla recurrente del autor. Y quizá por eso, ese ida y vuelta al lugar donde viven los monstruos como quien entra y sale de una pesadilla se adivina tan sincero y cercano, y al llegar a la última página se siente la tibieza de esa comida caliente que es como un abrazo. Como volver a casa.
Posibles links
Lo mejor de los buenos libros es que nos llevan de la nariz a leer otros, y otros, y otros. Van tres lecturas por caminos que se cruzan con el de Sendak en Donde viven los monstruos (por lo menos en mi lectura).
» Fernando furioso, de Hiawyn Oram y Satoshi Kitamura (Fondo de Cultura Económica). El arranque es similar: un niño discute con su madre y le retruca, en este caso: “Me pondré furioso”. La furia de Fernando, relatada a la par por texto e ilustración, apelando al absurdo y a la exageración, arrasa con todo como una tormenta. Otro libro maravilloso en que las emociones infantiles son protagonistas, sin ánimo de aleccionar o de “gestionarlas”. El humor está presente como recurso infalible para verse uno mismo, y la potencia de las imágenes permite ver ese universo destruido en el que la furia del protagonista “se convirtió en una nube tormentosa que explotó con truenos, relámpagos y granizo”, para arrancar.
» Mundo cruel, de Ellen Duthie y Daniela Martagón (Iamiqué). En 2017 llegaba a Uruguay, vía la edición en Argentina por el sello Iamiqué, que ponía en formato libro aquella caja de tarjetas de cartón que salió en 2013 en España. Este título, que se convertiría en el primero de una serie de filosofía para niños, con la consigna “abre, mira, piensa”, propone reflexionar a partir de un universo de preguntas en torno a diversas situaciones que involucran la crueldad. “El potencial de las escenas ilustradas y sus respectivos conjuntos de preguntas está ahí, intacto. Escenas cotidianas, escenas absurdas, escenas inusuales, escenas con animales, escenas que subvierten el orden establecido. Todas ellas llevarán a reflexionar, en su deriva, en torno a la crueldad, sin imponer una moral, problematizando prejuicios, incitando al niño a discutir y a elaborar un punto de vista propio”, comentábamos al reseñarlo en su momento. Además del tema de la crueldad, tan infantil como el que más, el link está en la propia autora: declarada fan de Sendak, Duthie en su blog Lo leemos así tiene varias entradas en las que aborda su obra desde una lectura más que interesante.
» Mis espantajulepes, de Nico Barcia (Topito Ediciones). En Uruguay, si de monstruos y miedos se trata, es inevitable pensar en los espantajulepes de Barcia. En una serie de láminas con su correspondiente presentación y dos cuartetas que cuentan una historia sobre el personaje en cuestión, el autor presenta un universo de monstruitos que, con su deformidad y fealdad, ayudan a espantar miedos muy concretos. Tienen un solo ojo o muchos y desordenados, colmillos o dientes faltantes, pero lo que no les falta es buena disposición ni recursos sacados de sus propias características monstruosas. “Para armar este particular bestiario el autor se valió de un arma infalible, el humor, que, sumado a la complicidad con los pequeños lectores, convierte en criaturas entrañables a esos tipejos que desafían los cánones de belleza tradicionales. En cada relato hay detalles y guiños que les ponen un contexto cercano a los mutantes; aparecen así, como al pasar, las aerosillas de Piriápolis, un pivot de Aguada, una primera dama que endulza con stevia y, seguramente, mil detalles que se me escapan y que apuntan a experiencias compartidas, a una construcción conjunta con amigos grandes y chicos que pertenecen al universo inmediato del autor”, comentábamos en 2015, cuando el libro salió de imprenta.
» El atlas de los monstruos y fantasmas del mundo, de Federica Magrin y Laura Brenlla (VV Kids). Una recopilación organizada por regiones, que permite zambullirse en un mundo de monstruos y seres fantasmales. Trols, ogros, seres mitológicos, como el cancerbero, sirenas y centauros, se dan cita junto a los kappas japoneses, el marid de Medio Oriente, los osos saltadores de Oceanía y los más cercanos chupacabras y la llorona de América del Sur. Para tener un bestiario amplio y que no sea sólo europeo.
.