Existe en el inconsciente colectivo una imagen de cómo debería verse Sherlock Holmes, que surge de los textos de Sir Arthur Conan Doyle y del arquetipo construido por la industria audiovisual a lo largo de décadas de películas y series. Por lo general, imaginamos a un veterano estoico, que viste gabardina y usa una gorra de doble ala, y que siempre tiene a mano una pipa y una lupa. Yo, por ejemplo, lo imagino con un rostro extrañamente parecido al Julio César dibujado por Albert Uderzo en los cómics de Asterix.

Esa idea tan fuerte del personaje es la que termina por destacar a aquellas creaciones que se escapan del imaginario. Sherlock, de la BBC, estaba ambientada en nuestros días, pero Benedict Cumberbatch tenía el rostro du rôle. La serie Elementary lo transformaba en un adicto en recuperación que se había mudado a Nueva York. Las películas de Guy Ritchie, mientras tanto, proponían que su inteligencia también lo haría correr con ventajas en un enfrentamiento a puñetazos.

Después tenemos a Los irregulares. Una serie de Sherlock Holmes que en su primera mitad ni siquiera tiene a Sherlock Holmes, sino que lo presenta como un espectro que parece acechar el 221b de la calle Baker. Porque los verdaderos protagonistas son el grupito de jóvenes que se encargan del trabajo sucio. Y un muy sospechoso doctor Watson.

Con algunos toques de la mencionada adaptación de Ritchie y otros tantos que parecen salidos de la imaginación de Stephen King, la serie apunta a un público juvenil por los conflictos que atraviesan sus protagonistas, y les agrega un condimento sobrenatural a los misterios policíacos londinenses.

La pandilla del título está encabezada por Bea, interpretada por Thaddea Graham. La actriz se destaca por sobre el resto del elenco, por lo que la trama suele estar en muy buenas manos. Darci Shaw interpreta a Jessie, su hermana en la ficción, y luego de un comienzo flojo logra hacerse cargo de parte de la historia.

Es que el interés de Watson por estos pandilleros tiene que ver con los poderes de Jessie, que se asemejan mucho a los del niño de El resplandor, incluyendo la comunicación a distancia con alguien que comparte sus poderes. Londres sufre varios ataques relacionados con entidades superpoderosas, y el doctor decide combatir fuego con fuego.

Son ocho episodios y los primeros cuatro presentan una mecánica de “monstruo de la semana” popularizada por Los Archivos X. En cuanto el espectador comienza a acostumbrarse, entra en juego el famoso detective y la trama se dirige sin pausas hacia el desenlace final.

Parte del gancho está en imaginar cómo se verá Holmes en este mundo diverso en cuanto a etnias y en cuanto a presencias sobrenaturales. Sólo voy a decir que lo primero que pensé al verlo fue en Alex Star-Burns Osbourne, el personaje de Community que quería ser conocido por algo más que sus patillas en forma de estrella. Casi podía escuchar al actor de Los irregulares gritando: “My name is Sherlock”.

Bromas aparte, esta versión del personaje funciona con esta trama. Y para cuando aparece, los puristas con seguridad hayan huido espantados por alguna otra modificación del canon.

Como producto juvenil tiene un promedio de clichés sensiblemente mayor y abusa en especial del momento en el que dos personajes hacen silencio para que uno de ellos se dé cuenta de algo que está ocurriendo. Pero los ocho episodios se ven a buen ritmo y sobre todo presentan una manera distinta (muy distinta) de encarar el holmesverso.

The Irregulars, de Tom Bidwell. En Netflix.