Con un protagonista dotado de capacidades superiores al humano normal y un contexto de relato de persecución y venganza, uno podría llegar a pensar que se trata de otra película de superhéroes. Pero lo cierto es que, más allá de unos innegables puntos de contacto con el género, Upgrade apunta a otra cosa: a traer de regreso –con ritmo, sangre y violencia– aquellos pesimistas films de ciencia ficción de la década de 1970 en los que la humanidad perdía el cauce y la tecnología no siempre llegaba para ayudar, sino todo lo contrario.

Nuestro protagonista es Grey (Logan Marshall-Green), un tecnófobo en un futuro no muy lejano y altamente tecnificado, quien se gana la vida restaurando autos antiguos, aunque la que lleva el pan de verdad a casa es su esposa Asha (Melanie Vallejo), una ingeniera que trabaja, justamente, en una de esas empresas tecnológicas que hacen de este un futuro automatizado por completo, con coches que se manejan solos, casas autoconscientes y la tecnología a mano para cualquier cosa.

Haciendo el cuento corto, algo que no develaremos aquí provoca que Grey y Asha sean atacados por un grupo de delincuentes altamente entrenados, con ella muerta y él cuadripléjico como saldo. Entonces, uno de los clientes de Grey –otro de estos ingenieros que trabajan en que este futuro parezca escapado de una novela de Isaac Asimov– le ofrece una solución: un chip de avanzada con la facultad de volver a hacer funcionar su cuerpo roto (y muchas, muchas, pero muchas más cosas, como Grey irá descubriendo).

Recuperarse de su lesión y salir a buscar a los asesinos de su esposa es un solo movimiento para Grey en este violentísimo (gore por doquier) thriller de ciencia ficción que se transforma de inmediato en un infaltable para todos los que amamos los relatos oscuros dentro del género.

Whannel y Wan

Tres aspectos son dignos de mención. Primero, el origen: Australia se ha caracterizado desde hace décadas por generar su propio cine clase B –la muchas veces mencionada ozploitation–, que apela antes que nada a ser rápido, divertido, violento y, sobre todo, impredecible. A todo esto hace honor Upgrade, que puede anotarse tranquilamente como una nueva entrega de esta clase de cine –y muy digna, además–.

Luego, está su director y guionista, Leigh Whannell. Nacido en Melbourne en 1977, Whannell entró de una patada a la industria escribiendo y protagonizando Saw (2004), dirigida por su amigo James Wan. Juntos desarrollaron varias entregas de la exitosa (e inferior en resultados a cada entrega) franquicia de terror y encontraron de este modo un verdadero filón junto con la productora Blumhouse.

Whannell y Wan desarrollaron también Dead Silence (quizá la más floja del dúo) y luego la saga Insidious, en la que Whannell debutó como director en la tercera entrega. Upgrade es su segundo esfuerzo al timón, y el exitazo de 2020 (que no se condice en absoluto con la calidad de la película) El hombre invisible, el tercero.

Por último, Upgrade se destaca también por su protagonista. Logan Marshall-Green viene trabajando constante y silenciosamente desde hace más de diez años para establecerse en esta industria como un actor de contundencia y eficacia (hay que, primero, identificarlo y diferenciarlo de Tom Hardy, dado que podrían pasar tranquilamente por hermanos). Ha alternado entre blockbusters de altísima producción (desde la olvidable Prometheus, de Ridley Scott, hasta un rol secundario en la saga reciente de Spiderman) y esfuerzos independientes de notable resultado, como la imprescindible The Invitation, de Karyn Kusama, o el drama bélico Sand Castle. Aquí, en uno de esos cada vez menos raros protagónicos, Marshal-Green brilla por completo, apostando fuerte al humor negro y a la acción física, con un deslumbrante control corporal.

Por estas razones y el gran disfrute que permite es que Upgrade se transforma en el underdog de la plataforma de streaming: una película de acción que arranca a 220 y no para nunca. Un argumento sencillo, sí, pero estupendamente bien presentado y con un final a la altura.

Upgrade, de Leigh Whanne. En Netflix.