Si hay alguien que ha hecho de todo en el rock argentino –y español– es Andrés Calamaro, uno de los músicos más prolíficos que dio el vecino país. Pero le faltaba lo que acaba de publicar: Dios los cría –disponible en Spotify–, un disco de reversiones de sus canciones –de las conocidas y de las otras– interpretadas junto con un amplio abanico de artistas.
El álbum funciona como un homenaje implícito de ida y vuelta: hay un reconocimiento del músico a cada uno de los artistas que convocó, pero a su vez, de los invitados hacia Calamaro, porque no cualquiera levanta el teléfono y recibe una respuesta afirmativa de más de uno de los nenes que aparecen en este disco.
El argentino hizo muy bien el “casting” no sólo al seleccionar los artistas sino también al distribuir las canciones para cada uno, dándoles el papel adecuado. Porque si Julio Iglesias te da cabida y después lo mandás a que ponga su aterciopelada gola a disposición de, por ejemplo, un punk-rock como “Palabras más, palabras menos”, de Los Rodríguez, capaz que zafa, pero quedaría raro, como mínimo.
Y es justamente el cantante español el primer invitado que aparece, al arrancar el disco con “Bohemio”, la canción del álbum homónimo de Calamaro, de 2013. La original es pop-rock marca de la casa, que por ahí tiene agazapado un pulso de bolero –en la melodía, quizás– pero acá sale a atacar con todo. Cuando el argentino le da paso a don Julio, listo: queda claro que la canción era de él y no lo sabíamos.
Otro acierto del álbum es que su estética sonora es esencialmente acústica –el piano y la variada percusión es lo que más se destaca–, con timbres de jazz que construyen la escenografía perfecta para que se luzcan las voces de todos los invitados.
“Tuyo siempre”, una de las más grandes canciones del enrulado, incluida en el excesivo álbum El salmón (2000) –son cinco discos–, es un reggae bien a lo Calamaro, con esa llevada arrastrada y desganada de domingo de resaca. Así que era de cajón que Vicentico sería el encargado de poner su voz en la reversión, y aparece desde el inicio acoplándose muy bien con la voz del anfitrión. De reggae pasa a ser casi una cumbia con clase (la versión que tocó en vivo hace añares –y hace poco, en estudio– con Bersuit Vergarabat era una cumbia a secas).
Entre los máximos hits del argentino nos topamos con una versión de “Para no olvidar”, junto con los españoles Manolo García y Vicente Amigo. Es más serena que la original (de Los Rodríguez) y eso le da aires más reflexivos a cada palabra (de todos modos, a la versión de siempre no hay con qué darle). Otro español, Alejandro Sanz, hace lo suyo en el himno “Flaca”, con un dejo de suspiro meloso que lo vuelve más íntimo.
También hay caramelos
No podía ser otra que la cantante mexicana Lila Downs la que se hiciera cargo de “Estadio Azteca”, aunque la mención al escenario en el que Diego Maradona cultivó su mito (el partido contra Inglaterra y la final frente Alemania en el Mundial de México 86) funciona como metonimia y es lo que menos importa de la canción, su gracia está en lo que insinúa. Obviamente, en esta reversión Calamaro deja para sí los versos más autobiográficos que cantó –aunque la letra sea de Marcelo Scornik–: “Cuando era niño / y conocí el Estadio Azteca, / me quedé duro, / me aplastó ver al gigante. / De grande me volvió a pasar lo mismo, / pero ya estaba duro mucho antes”. Los dibujos del piano –que parecen de rumba– y las interpretaciones vocales forman un combo incluso más emotivo que el de la versión original.
“Un hotel de mil estrellas” está en un disco de Los Rodríguez, pero es una balada de piano con el sello puro del Calamaro solista, una de las canciones más serias que escribió, sobre los “fantasmas durmiendo en la calle”. La original tiene una buena dosis de tristeza, por su letra directa y su melodía de cadencia lenta, casi de canción de cuna, pero cuando irrumpe la voz del brasileño Milton Nascimento le pone una manta de calidez única e irresistible, que dan ganas de que cante todo el disco y así.
Otra estrella que marca presencia en Dios los cría es el cantante español Raphael, que interpreta “Jugar con fuego”, el tango de pura cepa con música de Mariano Mores y letra de Calamaro que salió en el disco Honestidad brutal (1999). Raphael da rienda suelta a su afectada forma de cantar y no sería extraño que con sólo leer el verso “estoy jugando con fuego” ya se imaginen cómo entona la última palabra (sí, “fuueeeego”).
¡Uruguay, nomá!
Entre las 15 canciones del disco hay un invitado de lujo en representación de Uruguay: nada menos que Fernando Cabrera. La elegida de Calamaro para compartir con él fue “Horizontes”, una canción que está perdida allá, al final del cuarto CD de El salmón, pero le calza justo al estilo del cantautor uruguayo, que es más de sugerir que de atropellar. Para empezar, la nueva versión suena mucho mejor: Calamaro la canta más natural y sin efectos, porque la original tiene ese filtro de distorsión telefónica al estilo de la segunda etapa de Tom Waits que la embarra.
“Voy a buscar a mi horizonte, / tal vez, no lo encuentre nunca”, son los primeros versos que canta Cabrera, y como suele pasar cada vez que el cantautor se manda una versión, hace suya la melodía, la somete a los recovecos de su entonación vívida y vibrante. Pero además, la letra tiene una similitud atronadora con “Los viajantes”, una de las canciones más hermosamente pesimistas de Cabrera, editada en el disco El tiempo está después (1989): “Los viajantes algo buscarán, / horizonte que nunca llega y nunca llegará. / Los viajantes siempre marcharán, / por sus rutas, igual que un ciego, a oscuras marcharán”.
El cierre es con “Paloma” (junto con Sebastián Yatra e Iván Ferreiro), otra de Honestidad brutal, y es una buena biopsia para diagnosticar la esencia de todo el disco. La versión original es presa de una ambigüedad de estilo típica del Calamaro excesivo, con unos arpegios marañosos de guitarra eléctrica con distorsión muy podrida que tapan parte de la belleza de la letra y la melodía (el enrulado es el único músico del rock argentino que puede ser terraja y genial en una misma canción). En la reversión, con un Calamaro más sereno sobre el piano, todo está en su lugar como nunca antes.
A fines de agosto Calamaro cumple unos redondos 60 años; quizás se tomó este disco como una forma de bajar la pelota al piso, mirar las distintas jugadas que se mandó a lo largo de sus casi cuatro décadas de carrera discográfica y armar esta especie de retrospectiva de su obra. En Dios los cría no hay papelitos de colores ni poses ni bulla, sino simplemente Calamaro con un gran conjunto de artistas que van a la médula de sus composiciones. La obra del argentino es tan excesiva como rica y diversa, por lo que, sin despeinarse, podría hacer otro disco del mismo estilo, con distintos invitados y diferentes himnos. Pero con Calamaro nunca se sabe.
Dios los cría, de Andrés Calamaro. Sony/Universal. En plataformas.