Hay ciertos tipos de encuentros que sólo son posibles gracias al cine. Repercuten en tanto generan una conversación, un gesto, algo entre dos partes (o más) que no hubiera existido de no ser por ese momento fortuito, casi un regalo. Por ejemplo, cuando dos niños, de partes remotas y silenciadas, se conectan por video para hablar sobre los conflictos políticos que habitan y cómo los hacen sentir.
Tomás está en Potosí, barrio de la ciudad de Bolívar, en Colombia, y Nayem es un niño saharaui exiliado en los campamentos de refugiados en el Sahara Occidental, territorio ocupado por Marruecos. Tienen en común el interés por el cine. Tomás se escapa siempre a una sala que queda al lado de su escuela y Nayem directamente manifiesta su deseo de convertirse en cineasta. Sin embargo, no es lo único que tienen en común.
Aunque a primera vista podríamos pensar más fácilmente en las diferencias culturales entre un niño argelino y otro colombiano, ambos comparten una misma situación de injusticia: los conflictos políticos en sus territorios los han desplazado, los han dejado al margen de sus propias decisiones y, lo más cruel, de sus propios orígenes. Los personajes lo saben, más allá de que desconozcan en profundidad las razones de la guerra; lo saben porque, a priori, estar aislados no los deja siquiera conocer el mar.
Es conmovedor todo lo que representa este documental en 20 minutos. La participación de los niños y niñas en el cine como narradores de sus propias historias, es decir, no solamente como protagonistas, sino como escritores, está creciendo. Actualmente hay festivales dedicados al cine hecho por niños y niñas e incluso se están creando jurados de cine infantil en muchos festivales –fue así en la última edición del Festival Internacional de Cine de Uruguay, que organiza Cinemateca–, y todos estos cambios anuncian que el cine para niños y niñas dejará de categorizarse como tal y será entendido simplemente como cine.
Escribe David Oubiña en “Construcción sobre los márgenes: itinerarios del nuevo cine independiente en América Latina” (del libro Hacer cine: producción audiovisual latinoamericana): “Si en alguna medida los films de los años 90 han aportado una novedad, eso se ha debido en gran parte a la elección de una temática estrictamente contemporánea, que no había sido apreciada con justeza en el cine anterior, y por una mirada no condescendiente ni paternalista sobre personajes que tienen la misma edad y que viven los mismos conflictos que los cineastas”.
Como se puede ver en este documental, los niños no sólo son lo que los adultos vemos, son tanto parte del cine como también víctimas de la injusticia. El cine, como retrato de la vida, tiene que poder filmarlo todo, sobre todo aquello de lo que no permitido hablar. Hoy, no contar con el dispositivo para hacerlo ya puede considerarse un tipo de censura.
En este sentido, es fundamental el contexto de realización de este documental que surge de la coproducción entre la escuela de cine del Sahara Abidin Kaid Saleh y la Escuela Popular de Cine de Ciudad Bolívar Ojo al Sancocho, dos escuelas dedicadas a la enseñanza de cine mediante prácticas comunitarias y que nacen de la misma necesidad: generar un espacio donde territorios silenciados puedan contar su parte de la historia.
Al final de cuentas, no importa si es por medio de cartas, del cine o del mundo onírico, todos deberíamos poder construir las herramientas para llegar a conocer el mar.
Mi amigo Nayem. En Retina Latina, gratis, hasta el 19 de agosto. También hay otros trabajos de la selección Cine para las Niñas y los Niños.