En la versión escrita de Robótica sentimental el dramaturgo deja asentado que sus personajes son “sospechosamente humanos”, aspecto que durante la escenificación se encarga de desarrollar en un in crescendo evidente. La extrema contención inicial da paso a los resoplidos finales de dos humanoides tomados por sensaciones anómalas, ganados por eso que, decodifican, se siente en el centro del pecho o quizás en donde estaría el estómago. Observar la mecánica de un ave, pongamos por caso, es similar a ser testigo de los desplazamientos fragmentados, algo maquinales, que, pese a esa extrañeza de lo ajeno, termina espejándonos.
Marcel García, autor y director de la pieza para dos, apunta además, en los preámbulos de la historia, que el término robot nació precisamente en un contexto teatral: “En una obra de los hermanos checos Capek titulada RUR, en 1921”. Su espectáculo intimista, planteado como un observatorio que termina desdoblándose (la platea de 30 espectadores es tan parte del experimento como esos seres de económica cinética), pretende ser un ajuste de cuentas contra los automatismos. “La vida no es solamente los encendidos, los cables con fluidos y una batería al cien por ciento. Estoy muy sentencioso –eso irrita a los de las cámaras–”, pronuncia el personaje interpretado por la actriz Karina Molinaro, cuyo género no se corresponde con el aspecto que tenderíamos a atribuirle, en un corrimiento que refuerza el deliberado desestructuramiento.
Las improvisaciones a partir de ciertos estímulos, en busca de una dramaturgia, luego fijada en un texto con juegos propios (hay incluso un acróstico que advertirá únicamente quien acceda a la versión en papel o pantalla), comenzó en una habitación privada. Alrededor o sobre la cama, ante un público más que reducido, transcurrió la primera temporada de Robótica sentimental. A ese espacio fueron invitados los responsables de GEN Centro de Artes y Ciencias, en el entendido de que era un lugar más que apropiado para la mudanza de la segunda tanda de funciones, completada finalmente en noviembre del año pasado. Desde agosto está en marcha la tercera, ya en el gran salón blanco de la calle Andes y con las sutiles intermitencias lumínicas que la obra administra en base al diseño de Carolina Suárez.
Ciencia ficción teatral
Como otros colegas de la escena local –sin ir muy lejos, Roberto Suárez o Sandra Massera que investigaron e hicieron interactuar a sus actores con autómatas–, García trabaja esa línea que tensa la dimensión de lo humano. De hecho, los parlamentos explicitan referencias a Blade Runner y a Isaac Asimov. En su caso fue un documental sobre una puesta japonesa de Tres hermanas, de Anton Chéjov, con un androide como intérprete, lo que desencadenó esta historia. Lo impulsó a plasmar un futuro alcanzable.
El trabajo físico, la mímesis y las repeticiones cuasi diabólicas ocupan el centro de la atención en varios tramos de esta pieza. “Es una obra que está todo el tiempo al borde del peligro”, dice el director. Sin embargo, el elenco se regodea en la posibilidad de lo imperfecto: “Me ha pasado con la devolución de varios espectadores, que están preocupados por que no haya ninguna equivocación –aunque después se empiezan a equivocar con los sentimientos–, si no, se rompería la programación perfecta del robot. Y cuando sucedían furcios o errorcitos de movimiento, yo quería musicalizarlos, como la tara de un CD trancado, de una máquina”.
Hay que recordar que García tiene una base musical que se suma a su bagaje más físico, de acción, que trae desde la escuela Alambique, y a sus estudios en filosofía. Dice haber sugerido tres capas de elaboración para su elenco: la “desemoción”, el cliché y la “denevisación” (clave interna que remite a un estilo de dinámicas de pareja más natural, asimilable al director Jorge Denevi, con quien se formaron los actores).
En esa exigente alternancia procede la dupla de Molinaro y Alain Blanco para revelar a estos robots que deciden no pasar a la “transferencia mutua total” de datos e ir, más faliblemente, conociéndose poco a poco. De la rigidez de las convenciones al loop de la emoción, con interludios de danza y de poesía, de curiosidad y de lágrimas (con gotero), cumplen prácticamente las etapas habituales del cortejo. “No deja de ser una farsa de dormitorio”, concede García.
Robótica sentimental, de Marcel García. En GEN (Andes 1128) los fines de semana. Entrada al sobre. Reservas al 099 564 273.