En estos tiempos pos Juego de tronos es de esperar que sigan apareciendo series con sexo, batallas y magia. Mucho de lo anterior –todo menos la magia– se encuentra en El Cid, la serie creada por José Velasco para Amazon, donde, con el épico Cantar del Mío Cid en una mano y un libro de historia en la otra, se reconstruye la historia de Rodrigo Díaz de Vivar (o Ruy, para los amigos), quien fuera reconocido a posteriori como el primer héroe nacional” de España (mucho antes de que España misma existiera tal y como la conocemos hoy).

El cantar del Mío Cid es la primera obra poética extensa de la literatura española y su único cantar épico conservado casi completo. Relata las hazañas heroicas protagonizadas por el mentado caballero castellano y habría sido compuesta alrededor del año 1200. Lo cierto es que dicha gesta anónima es parte fundamental para construir la historia de los reinos de la península ibérica en los siglos XI y XII y, en particular, la azarosa vida del protagonista, mano derecha y principal guerrero de una buena tanda de reyes y reinas de Castilla.

La ficción como optimización de la realidad

Las dos primeras temporadas de la serie están centradas en los años mozos de Ruy. La primera había recorrido el reinado de Fernando I, el Grande, bajo cuyo mandato nuestro protagonista empezaba su andadura como paje del príncipe Sancho para transformarse luego en su principal soldado y hombre de confianza. Con el rey Fernando muerto y su reino dividido en varios, toca en suerte en esta segunda temporada ver a todos los hermanos –el mentado Sancho, Alfonso, García, Urraca y Elvira– disputar entre sí, maquinar, operar y eventualmente guerrear por los territorios. Entre intrigas y conspiraciones, nuestro protagonista opera como nexo entre los nobles, uno que siempre es escuchado, pero también temido y hasta odiado.

No hay datos históricos que indiquen que Ruy haya tenido una posición tan alta en la corte, pero es la concesión obligada que hay que hacer para vincular narrativamente al protagonista con las acciones más importantes (es eso o serían dos series que se desarrollarían en paralelo: las maquinaciones de los príncipes por un lado, las batallas consecuencia de lo anterior por otro). También hay que aceptar que se comprima la misma historia para que los hechos, repartidos en varios años en la realidad, pasen a velocidad de sopapo, dando la impresión de que las batallas se suceden una tras otra, separadas apenas por semanas o, con suerte, meses.

Hechas estas concesiones y aceptando que por momentos la trama de intriga se acerque peligrosamente a ser una telenovela, tenemos por delante una construcción muy competente de un momento histórico y sus protagonistas. El tablero real fue apasionante y alcanza con tener a mano los hechos para ver que la serie hace todo lo posible por respetarlo. Uno puede acercarse al Cid de dos maneras: presto a sorprenderse con los giros, o con los hechos históricos sabidos, preguntándose cómo serán presentados en la ficción. Ambas experiencias son satisfactorias.

El protagónico de Jaime Lorente (siempre con pinta de enojado, pero bueno, tampoco es que pasen muchas cosas que le resulten divertidas) sigue encabezando un elenco muy entregado que ha perdido a casi todos los actores veteranos de la primera temporada (es lo que tiene el siglo XI: te morís bien rapidito) pero encuentra en figuras como Sancho (Francisco Ortiz) y Urraca (Alicia Sanz) una gran entrega para muchos momentos específicos, como el del cerco de Zamora, en el final de la temporada.

La producción es simplemente fastuosa y se luce en las muchas batallas presentadas (hay dinero y gran mano) junto a una narración que quizá repele a los historiadores particularmente rigurosos pero que, sin dudas, entretiene al público de a pie.

El Cid, creada por Luis Arranz y José Velasco. Dos temporadas de cinco capítulos de una hora. En Prime Video.