“Mi vieja siempre me decía: ‘hablás horas por teléfono’. Y es cierto. Lo sigo haciendo hasta el día de hoy. Me encanta. O me quedo charlando con un amigo hasta las mil quinientas”. Ese es Rogelio Gracia, más cerca o más lejos de sus instantes sobre el escenario. Ayer, luego de recibir el aplauso del público tras una función de Hamlet en el teatro El Galpón, volvió a su casa y no pudo dormir. Entre las muchas cosas que hizo en la madrugada terminó de ver Succession, los 20 minutos del último capítulo de la tercera temporada. Rogelio dice que su mujer no soporta su forma de ver series, porque adelanta escenas todo el tiempo con fast forward y no demora en llegar hasta el final de la historia: “Acá no pasa, mirá, ahora va a pasar esto. Reconozco que soy insoportable”, le dice.

Para meterse en el monólogo del espectáculo Thom Pain (Basado en nada), con el que viajó por el mundo y tuvo gran éxito en Uruguay, salió a caminar cada mañana, tarde y noche con su personaje hablando por unos auriculares conectados a un grabador. Tenía que lograr, cuenta, que los pensamientos y reflexiones de su personaje se volvieran una melodía, una canción de memoria.

Rogelio puede hablar de cualquier cosa, pero además del teatro le apasionan el cine y la música. En su casa tiene instrumentos de percusión. Podría haber sido parte de La Vela Puerca, por vecinos y amigos. En cambio, antes de comenzar con su intensa carrera como actor de teatro, cine y televisión, y locutor de un sinfín de marcas, algunas de ellas de las más populares del mundo, fue cronista parlamentario para la radio Carve, y cree que con esa experiencia algún día podría escribir un libro.

“¿Cuál es la película que viste más veces?”, me pregunta. La suya es Taxi Driver, y la usa para explicarme qué viene después de saberse la canción de memoria, con la escena de Robert De Niro frente al espejo, y el texto disparado y recibido nuevamente en la oreja y los ojos, hasta convertirse en carne viva y movimiento. También recuerda a Peter Sellers en The Party, y Forrest Gump. Piensa que Don’t Look Up, la película de moda, hubiera estado mucho mejor con Will Ferrell como protagonista.

Una de sus preguntas más importantes es: “¿Cuál es el problema de repetir palabras?”. Se refiere a las malas traducciones y a su trabajo en silencio de corregir, modificar y encontrar las expresiones que sus personajes necesitan en cada texto que cae sobre sus manos.

Este verano es Hamlet, el príncipe de Dinamarca, en el clásico dramático de William Shakespeare, dirigido por el argentino Marcelo Díaz. En su rol, aunque sin atuendo, de camiseta y chancletas, sentado con la silla inclinada hacia atrás junto con su espalda, en un bar del barrio Palermo se pregunta: “¿Mi madre sabía la verdad?”.

¿Qué fue lo primero que estudiaste?

Primero hice Economía y trabajé en el estudio contable de mi viejo desde los 15 hasta los 23. Hice de todo. Fui cadete, gurí que hacía las fotocopias, y después hice balances y liquidación de sueldos. Aprendí mucho, y eso me ayuda hasta el día de hoy para organizarme. Durante años lo odié, porque salí de ahí y me fui a estudiar teatro, hasta que en un momento me reconcilié con esa experiencia. Estuvo bien, y además aprender sobre las teorías económicas es aprender sobre la historia del mundo. En los grandes cambios y costumbres culturales de cada país es la economía la que manda.

¿Qué te decía tu viejo cuando te empezó a tirar el teatro?

Mi viejo fue mágico. Ayer estaba hablando de él y lloraba. Mi madre y mi padre fallecieron seis meses antes de la pandemia. Para ellos fue bueno porque se la ahorraron, y también ver cómo perdía Frente Amplio: los dos eran frentistas fanáticos. Pero a mí se me fueron los dos en 28 días. El otro día pensaba: “Si me hubieran visto estrenar Hamlet se morían ahí”. Ellos tenían un gran orgullo por lo que yo había logrado; no se perdían nada. Deben haber venido a verme ocho o nueve veces con Thom Pain, que fue el último monólogo que hice. Un día Lucio [Hernández], el director, me dijo: “Bo, estoy impresionado por cómo vienen tus viejos”. Y yo le decía: “Debe de haber algo, porque es la obra a la que más vinieron a verme”. Quizás porque fue la que tuvo más relevancia, pero yo creo que había algo más, que se daban cuenta de que les quedaba poco y aprovecharon.

Muchas veces se da eso del padre profesional que quiere que su hijo siga su carrera.

Un día encaré a mi viejo y le dije: “Mirá, papá, la verdad es que no quiero estudiar más Economía, no quiero trabajar más acá [en el estudio contable]; quiero ser actor. No quiero ir a un ensayo donde comen bizcochos tres horas y ensayan media –yo ya iba a algunos talleres amateur–, quiero ser como los actores que yo voy a ver”. Y mi viejo me dijo: “Bueno, dale. Yo en mucho no te puedo apoyar, pero dejá la vida en eso. Tomátelo en serio, metele”. Esas fueron sus únicas palabras.

El sábado estrené Hamlet, que es un rol consagratorio, y estaba mi viejo. Y me di cuenta de que sus palabras se agrandan con el tiempo y que gran parte de la confianza que yo agarré viene de ahí.

Después que terminé la función yo no quería hablar del tema, y en un momento, llorando, le digo a mi mujer: “Me hubiera gustado que estuvieran”. Los veía a los dos en la platea. Se lo merecían. Por suerte, ellos vieron que me construí una vida, tuve mis hijos, viajé, laburé, pero imaginate, Hamlet es un ícono. Lo que yo no daría por que estuvieran mis viejos sentados ahí los dos. Me hubiera encantado.

¿Cómo fue la reacción del público en ese estreno?

Yo lo vi bien. Recibí mensajes muy lindos, halagadores, pero a los que más bola les di fue a un par de amigos que no tienen nada que ver con el teatro. Fueron y les pregunté: “¿Entendieron el cuentito?”. Y me dijeron: “Está claro”. Ya está, para mí es eso. Después, los recursos de puesta en escena, las luces... Cuando me meto en un rol tan grande y estoy arriba del escenario me fijo en cosas esenciales. Si hay problemas con la vestimenta, igual me pongo una camiseta de Peñarol, y si no hay zapatos el día del estreno voy con unos championes. Es un monstruo de rol, esas cosas no cambian nada. Yo sé de lo que me tengo que ocupar.

¿Quiénes eran los referentes teatrales que te marcaron cuando empezaste a ver teatro?

Los que me detonaron en esa época fueron el Flaco [Jorge] Bolani, Delfi Galbiati, Roberto Jones, [Julio] Calcagno y Gloria Demassi, que me dio un espaldarazo de confianza muy grande. Yo estaba en un taller del teatro Circular y me dijo: “Se nota que tenés condiciones y entusiasmo”. Me llevó a la EMAD [Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático], me presentó a Levón [Burunsuzián] y a los dos años estaba laburando con él. Yo antes de eso no conocía a nadie de ese mundo. Paré a Jones por la calle para que me dijera dónde podía ir a estudiar teatro.

Foto del artículo 'Rogelio Gracia: “Hay que romper todo para que puedas sentir al personaje”'

Foto: Alessandro Maradei

Con un amigo que era un hippie total nos presentamos en un encuentro de Teatro Joven. Él tenía una obra –no me acuerdo de qué era– y me dijo: “Necesito un informativista”. Le respondí: “Yo te lo hago”. Lo escribí, todo en joda, me hice un marco de una televisión de cartón, y hacía un informe policial mal escrito. No me olvido más de eso. Fue pisar el escenario, escuchar el aplauso, sentir las luces y la adrenalina y me mató. Me acuerdo que pensé: “Yo no me bajo más de acá”.

¿Cómo te sentís después del estreno?

Hoy [por el lunes] para mí es como si fuera primero de enero, loco. Fin de año y Navidad fue ensayo y ensayo, y recién ayer paramos. Ensayo, ensayo, montaje, ensayo pregeneral, ensayo general, estreno y función. Ayer, cuando llegué a casa, no me podía dormir de ninguna manera; no paré de comer y de tomar, hoy me desperté a las cuatro de la mañana, me levanté, lavé toda la cocina. ¿Viste cuando estás pasado? Y hoy es uno de esos días en los que me puedo dar el gusto de tener una conversación sin apuros; los días previos al estreno no. Es: “Vamos a cuidar la voz, la energía, porque no te da”. Es un personaje que tiene un arco dramático muy grande y tenés que estar muy concentrado.

Hablar de Hamlet y no caer en lugares comunes es todo un desafío, pero quisiera poder hablar contigo de la obra como si fuera una novedad.

El otro día Javier Alfonso [periodista de Búsqueda] me mandó un mensaje: “¿Cómo venís pal estreno, papá?”. Y le pongo: “¿Y cómo me voy a sentir? Es el sueño del pibe”. Y al siguiente mensaje me escribe: “Acabo de tuitear: Hoy Rogelio Gracia cumple el sueño del pibe”.

No hay mucho para decir. Yo piro con Hamlet desde que empecé a estudiar teatro. La obra gustará más, menos, pero había una cosa que yo no tenía que hacer y era chocar el Scania.

El problema es si no das la talla. Imaginate. Yo estoy acá, sentado contigo conversando tranquilo, y si me preguntás cómo me siento te digo que tengo una felicidad galopante, no puedo más. ¡Cómo voy a estar! Tengo que hacer fuerza para no demostrarlo porque en Uruguay casi que está prohibido decir que uno se siente bien.

Nunca me imaginé que esto me iba a tocar a mí. Me ofrecieron el papel mientras estaba en Madrid. Me llaman por teléfono y les digo a los que estaban conmigo: “Me acaban de ofrecer Hamlet”. Yo tenía 47 años en ese momento, y uno de ellos me dice: “Acá mi socio la hizo con tu edad y explotó, y en Inglaterra lo va a hacer Ian McKellen. En España lo hizo una mujer de 55”. Son esos papeles que trascienden todo.

Les pedí que me dejaran llegar a Montevideo, me fui directo a El Galpón, me reuní con Héctor Guido [encargado de programación del teatro] y a Marcelo Díaz, el director de la obra, le dije: “Estas tres cosas del guion, no”. Todo bien, nos pusimos de acuerdo. Creo que la vida me dio una sorpresa que superó mis expectativas.

¿Cómo es esta adaptación de la obra?

El texto está muy respetado, también la secuencia de escenas, y lo que pasa en las escenas y lo que se dice. La adaptación del texto tiene la intención de que no parezca una obra de museo y permita otra cercanía. Yo me tomé toda la libertad del mundo con Hamlet. Le fui mandando sugerencias al director y pude incorporar la mayoría. Agarré una versión del Instinto Shakesperiano de Madrid, con páginas en inglés y en español, y desde ahí adapté el texto. Después, en los ensayos seguí buscando lo que me quedaba más cómodo.

Había una escena que en el texto de esta versión de la obra no estaba y yo le propuse incorporarla: cuando Hamlet se encuentra con su amigo Horacio y le expresa lo importante que era para él. Es el único momento en que Hamlet no es traicionado por nadie. Para ensalzar la traición tenés que ver con qué la compara él. Y en esa escena ves la nobleza, la suya y la de su amigo. Horacio le dice: “Desde que mi alma supo distinguir entre las personas te eligió a vos, porque soportás el sufrimiento sin sufrir y aceptás los favores y los reveses de la fortuna”. ¡Es budista! Y Hamlet le dice: “Horacio, sos la persona más noble que conozco. No es adulación. ¿Qué voy a obtener de vos, que no tenés más que para vestirte y comer? Dejá eso para los que se arrastran buscando algo a cambio”. Ese es Hamlet. Para mí esa escena lo define mucho.

Además del soliloquio más célebre de Hamlet, lo que sigue impresionando de la obra es cuando Shakespeare pone a su protagonista a reflexionar sobre el poder del teatro.

Dejame probarlo con voz: “Es increíble cómo esta actriz logra representar tan a la perfección el sentimiento de su personaje: lágrimas en los ojos, la voz débil, todas las facciones ajustadas a lo que quiere decir, y sufre por nadie, por una persona que ni siquiera existe, que es ficción. ¿Qué haría entonces si tuviera los motivos de dolor que tengo yo? ¿Inundaría el teatro con las lágrimas? Su voz conmovería a cualquiera que la oyese. Y sin embargo yo, miserable, sin vigor, estúpido, adormecido de sueño, me quedo inmóvil y contemplo con tal indiferencia mis agravios”.

Si yo hiciera la obra, cambiaría la secuencia de las escenas. Pondría primero el monólogo donde él se impacta con la representación, luego aparece el rey y lo increpa, y después entra el cómico y Hamlet le dice: “¿Podríamos hacer esto?”.

Después, hay otro monólogo que no sé si no es el mejor que tiene la obra. Cuando habla con un capitán del ejército, se da cuenta de que va a mandar a miles de tipos a morir por una tierra de Polonia que no vale nada, y dice: “Cómo me acusan todos los hechos, cómo aguijonean mi venganza. ¿Qué es el hombre si su principal interés es comer y dormir? Es un bruto y nada más”. Es una obra que lo tiene todo.

¿Se podría decir que una de tus virtudes como actor es lo mucho que trabajás sobre el texto de las obras?

Es una especie de método que fui mejorando. Para Thom Pain hice la corrección y supervisé la traducción del texto original, y laburé meticulosamente. En Hamlet también usé lo que aprendí en una clínica de actores con Juan Carlos Corazza, en España. Las de Shakespeare son figuras literales muy fuertes, y en el momento de actuar esos personajes es muy difícil no caer en el texto. Los papeles los escribieron los actores de Shakespeare después que murió, y para llegar al corazón de los personajes no se puede ser solemne.

Yo estuve meses con el texto de Hamlet. Agarré una mesa grande, con todas las versiones de Hamlet y la mía: texto, monólogo, corregir, cambiar, y después en el escenario todo eso vuelve a cambiar.

En una parte donde Hamlet le tiene que contar a Horacio por qué volvió de Inglaterra, tiré el texto a la mierda. La escena tiene que estar viva. El texto es el vehículo. Si te tengo que contar por qué volví de Inglaterra, ¿cómo me voy a poner a pensar en un texto de Shakespeare? Es como que el pianista piense en la partitura cuando toca. Hay que romper todo para que puedas sentir al personaje. Yo hago Hamlet. Vos me podrás decir que para vos es otra cosa, pero yo te estoy transmitiendo lo que a mí me pasó y lo que yo deduzco a partir de la partitura. Y trato de que eso esté vivo.

Esa es la forma de encontrar tu ritmo.

Sí. Porque antes de la expresión está la impresión. De qué sirve tener el mejor papel o la mejor cámara si la foto es mala. Esto es lo mismo. Vos tenés que entender la obra, y más con estos autores tan grandes, que nunca es tan sencillo lo que cuentan. Hay que darle al texto como la canción que terminás cantando de memoria, y cuando lo lograste, ahí tus preguntas son otras más importantes.

Hamlet va en El Galpón los sábados a las 21.30 y los domingos a las 20.30. Las funciones de este fin de semana están suspendidas.