La próxima vez que salgas a comer, ya no será lo mismo. Porque la serie El oso (The Bear) llegó para cambiar tu forma de pensar en las cocinas de los restaurantes. No temas, no me refiero a la higiene en esa clase de recintos, aunque un poco sí, sino al esfuerzo y la coordinación que se necesitan para poner una milanesa con puré en tu mesa antes de que se termine tu paciencia y salgas a contarlo en las redes sociales.

La mencionada dramedia (o comerama) recientemente sumada al catálogo de Star+ se desarrolla en un restaurante de la ciudad de Chicago, especializado en sánguches (o refuerzos) y con un público de clase media. Hasta allí llega Carmen, interpretado por Jeremy Allen White. Él es un chef que trabajó en Nueva York para los mejores locales del mundo, pero hereda el negocio de su hermano fallecido y busca sacarlo de la ruina económica.

El arranque de esta primera temporada no puede ser mejor. Los primeros minutos chorrean ansiedad, además de chorrear otros preparados que se mueven a gran velocidad en esa cocina del Infierno, que seguro se parece a miles de cocinas más, y de ahí el respeto que me merece el rubro. Carmy quiere modernizar el menú y también la forma de trabajo, pero el staff, que en muchos casos podría protagonizar su propio spin-off, está dispuesto a dinamitar cualquier intento de evolución.

Con la primera hora de televisión ya alcanza para irse a dormir y soñar con gente que pasa cargando ollas y gritando “Behind!” o “Corner!”. Porque la coordinación es necesaria para evitar el desastre, y aun así los pequeños desastres están a la orden del día. Porque, para peor, el otro socio del restaurante, Richie (Ebon Moss-Bachrach), es un tiro al aire y un obstáculo constante no solamente para Carmen sino para el resto de los seres humanos que pasan cerca de su zona de influencia.

La historia cuenta muy poco de la vida anterior de Carmen; apenas veremos un puñado de flashbacks sobre el maltrato laboral que sufría. De su hermano recién se hablará sobre el final de la temporada. Es que no hay tiempo que perder. Faltan dos horas para que lleguen los comensales y hay que aprontar ingredientes, adelantar preparaciones y hacerse la vida imposible entre la mayoría de los trabajadores de la cocina.

Hay muchas cosas atrapantes en esta serie, que ya fue renovada y que fue uno de los más recientes temas de conversación en las redes sociales. Está la mirada perdida del protagonista, firme pero necesitado de una tonelada de abrazos. Está Richie como uno de los personajes más infumables (o menos fumables) de los últimos tiempos. Está Sydney (Ayo Edibiri), la nueva chef que protagoniza algunas de las mejores escenas. Y está Chicago.

Nos hemos acostumbrado a ver películas y series en las que Nueva York es un personaje más. No necesariamente por tomas aéreas o sus rascacielos, sino por el espíritu de la ciudad colándose entre la acción de los protagonistas. Como pocas veces, otra ciudad estadounidense llegó para hacerle frente, con su propio estilo, sus diferencias y, por supuesto, las semejanzas entre metrópolis.

Todos estos elementos, sumados a una narración que presenta episodios autoconclusivos, que avanza la trama principal y que a veces se saltea ciertas resoluciones, me generó una sensación al ver El oso que no experimentaba quizás desde Los Soprano. No estoy diciendo que esta sea la nueva serie llamada a colarse en la lista de “las mejores”, como lo hizo en su momento Breaking Bad, pero sí es una serie para mirar, admirar y volver a mirar en el momento en el que llegamos al final del octavo episodio. Una joyita, subjetivamente hablando (como siempre) que merecerá la espera. Como ese chivito canadiense que no llega más, pero ya te está haciendo agua la boca.

El oso. Ocho episodios de 20 a 47 minutos. En Star+.