Derry Girls lo hizo de nuevo. La tercera y última temporada de la serie creada y escrita por Lisa McGee logró hacerme llorar como un marrano al final de su último episodio, como había ocurrido con los dos finales de temporada anteriores. Esto no solamente se debe a la hermosa voz de Dolores O’Riordan interpretando temas de los Cranberries; esta comedia de adolescentes acercándose peligrosamente a la adultez hace tan querible a cada uno de sus personajes, que el corazón se estruja cuando les va bien y también cuando tenemos que despedirlos.

La acción transcurre en Londonderry (más conocida como Derry), que es la segunda ciudad más grande de Irlanda del Norte aunque no llegue a los 90.000 habitantes. Cuatro amigas católicas que asisten a un colegio de monjas, más el primo inglés de una de ellas, deben enfrentar las situaciones cotidianas de su edad. Estas incluyen la atracción hacia otras personas, la ida a toda clase de fiestas y la necesidad de escapar de sus padres para poder asistir a ellas.

Pero esta es solamente una mitad de la historia, porque Derry Girls no transcurre en la actualidad sino en un momento muy especial de Irlanda del Norte, entre 1994 y 1998. Asistimos a los últimos coletazos del conflicto armado entre unionistas protestantes y republicanos católicos conocido como Los Problemas, justo antes de las conversaciones de paz y el Acuerdo de Viernes Santo.

El mayor (enorme) mérito de McGee es combinar la inocencia del grupo juvenil con la violencia que ocurría a su alrededor, encarnada en la omnipresencia del ejército británico, las barricadas o las imágenes de archivo de noticieros de la época, que es la época en la que la escritora atravesó su adolescencia. Como pulmón entre la crudeza de ese mundo adulto y las Chicas Derry están, justamente, los mayores de edad. Sobre todo, la familia de la cabecilla del grupo, que además de aportar su cuota de humor y subtramas, son quienes realmente entienden lo que está ocurriendo.

Los eventos de esta tercera tanda de episodios no serán los más recordables, pero ya nos hemos encariñado tanto con Erin (Saoirse-Monica Jackson), Orla (Louisa Harland), Clare (Nicola Coughlan), Michelle (Jamie-Lee O’Donnell) y James (Dylan Llewellyn), que una estadía en una casa embrujada o un viaje en tren resultan igual de disfrutables. De todos modos, hay grandes momentos, como la reunión de exalumnos en la que las madres de las cuatro chicas demuestran tener una relación muy similar, o el fallido concierto de Fatboy Slim.

El conflicto armado tampoco está tan presente en esta temporada, que transcurre en 1997 con un último episodio “un año después”, que coincide con la mayoría de edad de las jóvenes y la votación del referéndum en donde se aceptó el acuerdo de paz y el desarme de los grupos paramilitares. Incluso sabiendo lo que ocurrió en 1998, cuando la inmensa mayoría de los norirlandeses votó el Sí al fin del conflicto, cuando anuncian el resultado en pantalla (acompañado por la música de Cranberries, por supuesto) uno queda al borde de las lágrimas. El borde de más allá.

Con la extensión justa, como nos tienen acostumbrados los británicos, con el relacionamiento entre personajes construido en las dos temporadas anteriores (nada cambia mucho, excepto que el abuelo de Erin y Orla trata un poco mejor a su yerno) y con la capacidad de mostrarnos la resiliencia adolescente en un mundo enfrascado en peleas de adultos, los 19 episodios de Derry Girls ya tienen un lugar entre lo más lindo que se puede ver en televisión. No hay necesidad de esperar a que el tiempo los revalorice; aquí están y merecen ser vistos.

Derry Girls, tercera temporada. Siete episodios de 25 minutos. En Netflix.