Jantje Friese y Baran bo Odar la tenían difícil después de terminar Dark: había que volver con una serie que mantuviera el espíritu romántico y cienciaficcionero, pero también presentar algo distinto. Lo que se proponen, por lo menos en la primera temporada de 1899, parece estar a la altura.

Igual que en Dark, el matrimonio de creativos alemanes sobresale en la construcción de ambientes. En 1899 imaginan un cambio de siglo elegante, atractivo y con toques de Titanic. Todo barco, se sabe, es una isla móvil, o sea, un escenario comprimido que potencia intrigas y misterios. Acá nos movemos desde lo levemente extraño hacia lo terrorífico y lo pesadillesco de la tecnología.

El elenco ayuda en el viaje (está el galán de Dark), y su multinacionalidad –hay mayoría abrumadora de europeos, con un par de ibéricos incluidos– es, si a uno le gustan los jueguitos lingüísticos, uno de los plus de la serie, porque la mayoría del tiempo cada cual habla en su idioma. Da gusto ver cómo se entienden los que hablan lenguas próximas y cómo se las arreglan los demás, mientras nosotros agradecemos los subtítulos.

Para quienes guarden afecto por el rock, la música guarda mimos ominosos: tecno industrial made in Germany, por supuesto, junto a old hits alternativos como “Don’t Fear the Reaper”, “The Killing Moon” y, en cada apertura, una versión de “White Rabbit”, el clásico psicodélico de Jefferson Airplane.

Si con Dark Friese y Bo Odar habían conseguido darle una vuelta inteligente al manoseado problema del viaje en el tiempo, ahora se embarcaron en hacer lo mismo con el asunto de las simulaciones de realidad, desgastado por las sagas Matrix y Westworld, entre otras. Ya veremos si vuelven a triunfar.

1899. Ocho capítulos de 50 minutos. En Netflix.