En el momento de su estreno (2020), Bala perdida parecía la respuesta francesa a la saga estadounidense de Rápido y furioso: criminales realizando robos imposibles gracias a sus habilidades mecánicas y al volante, espectaculares coreografías de peleas y personajes básicos con objetivos simples. Sin embargo, ya desde su primer film demostró tener valores propios y bastante más destacados.

Bala perdida tenía humor, tensión, secuencias sólidas de acción y, por encima de todo, un relato mucho más coherente: el de una venganza que asemejaba a su personaje principal, Lino (encarnado por el tan unidimensional como potente Alban Lenoir), a una suerte de John Wick francés, sólo que en vez de buscar al asesino de su perro iba tras el asesino de su amigo y mentor.

Entonces, más allá de buenas persecuciones de autos (que sólo protagonizan vehículos franceses, en un guiño muy simpático para los tuercas) y variadas escenas de acción (el escape de una jefatura de policía calificó alto dentro de las escenas de piñata de aquel 2020), la cosa tenía mucho más de thriller policial, de conspiraciones y corrupción, con un relato tenso, que iba a lo que importa y entretenía. No inventaba la pólvora, pero divertía todo el camino.

Bala perdida 2 es todavía más contundente. Comienza instantes exactos después de completada la primera, recogiendo varios cabos sueltos y lanzando otros nuevos para que haya con qué seguir. Y, acto seguido, hace un coherente salto en el tiempo de un par de años para mostrarnos qué ha sido de Lino y sus compañeros. Convencido de que hay que atrapar a los villanos que escaparon de aquella primera entrega, Lino se ha convertido en policía (a no decepcionarse) y su investigación parece tener, por fin, resultados: los policías corruptos que asesinaron a su mentor están por fin al alcance.

Sobreviene una nueva tanda de demenciales carreras de autos, peleas a mano limpia y tiroteos secos y feroces escapados del mejor polar francés. Una hora y media de acción al palo, directa y sobrecogedora, en la que el director Guillaume Pierret –también responsable de la primera entrega– demuestra tener mucho más afinado el motor narrativo, tanto tras las cámaras como tras el teclado (guionó la historia a medias con su protagonista Lenoir), y aporta unas set pieces que reíte de todo lo hecho con CGI. Acá los autos van rápido de verdad, se chocan de verdad y se destrozan espectacularmente de verdad.

Como si Pierret buscara emular a la saga Mad Max –la frontera desértica entre Francia y España permite la comparación– pero pretendiendo su propio John Wick y apoyándose ahora en un universo con más y mejores personajes, Bala perdida es una marca que ha llegado para quedarse. Y los fanáticos del buen cine de acción no podemos estar más contentos.

Bala perdida 2. 98 minutos. En Netflix.