El año pasado estuvo tres meses instalado en Montevideo mientras rodaba Barrabrava, un proyecto para Amazon Prime Video, y ahora repite la visita, aunque para una producción cooperativa, la miniserie Ángel. De paso, Gustavo Garzón hará dos monólogos teatrales en un formato concebido para salas chicas.

Con un libro que tenía en la mesita de luz –porque suele usar Chéjov para sus clases de actuación– armó un espectáculo que lo entrena en varios frentes: en el unipersonal, que nunca había transitado, y en los clásicos, que pese a su currículum, hizo poco y nada. Lo tituló Bufón y lo presenta este fin de semana en La Cretina, tras una gira fugaz por las provincias que todavía no recaló en Buenos Aires.

“Chéjov me parece un comediante extraordinario, pero El canto del cisne me pegó hondo. Trata de un actor grande, que reniega”, cuenta sobre cómo fue armando una salida al encierro “para despuntar el vicio”, dice. “Me mandé. Un poco tiene que ver la pandemia, porque lo empecé a preparar cuando no tenía proyectos, no tenía objetivos, no tenía horizonte. O sea, los actores estábamos en una situación bastante desahuciada. Lo único que podía hacer, ya que no podía ejercer el oficio, era empezar a preparar algo así, de entrecasa, sin expectativas”.

Después buscó un director, pero lo ensayado duraba 15 minutos, a lo sumo, necesitaban más para subir a escena. Primero quisieron engordar el monólogo, al final le sumaron otra pieza breve, Sobre el daño que hace el tabaco, y en el intervalo, el violonchelista Mariano Pesci. Quedó así Bufón como un ensamblaje de dos obras opuestas, una comedia y un drama. “Para mí es una enorme exigencia, no me resulta nada fácil, estoy poniéndome a prueba en cada función. No me gusta usar micrófono en el teatro, me parece que desnaturaliza un poco la voz del actor. Sigo cambiando cosas, luces. Me gusta, me entretiene, es un desafío, y siento el orgullo de ser un intermediario entre ese gran autor y el público, porque no es para una élite, es clásico porque es simple”, recalca.

Conexiones rioplatenses

Garzón habla como si le sobrara la energía a la hora de la cena, al final del primer día de rodaje de Ángel, que esta semana fue en el Cerro. “La serie tiene que ver con que el autor y director es una persona que admiro mucho, un argentino que vive acá en Uruguay, Manuel Soriano, que escribió varias novelas muy interesantes, que maneja un humor especial”, arranca, y se pone a recomendar algunos de esos títulos, como ¿Qué se sabe de Patricia Lukastic? (Premio Clarín 2015), que tendrá una versión en pantalla en México, cuenta. De hecho, cuando él llegó al escritor, hace unos ocho años, al recibir Rugby como regalo de cumpleaños, pensó inmediatamente en cine: “La leo, alucino, y digo ‘esto es una película’. Me pongo a trabajar en la adaptación con mi exmujer, Romina Hamra, y con Manuel; hicimos un guion que hasta ahora no pudimos concretar. No conseguimos productora para llevarlo adelante. Intentamos acá y en Buenos Aires, con uno que nos bicicleteó, pero la tenemos ahí”.

Considerando esa sintonía, Soriano le propuso a su turno un papel en el que será su debut como director. La miniserie de ocho capítulos fue resumida como “una comedia sobre el cambio de siglo”, la historia de un dramaturgo frustrado, que se embarca en un negocio algo turbio que le permite ayudar a gente en problemas montando escenas ficticias.

Completan el trío básico de Ángel el uruguayo Gustavo Suárez (a quien Garzón había visto en Chacabuco) y la argentina Antonella Costa. “Creo que es el primer proyecto audiovisual en cooperativa que se hace acá. Es medio fundacional; la productora se llama Cuenco y es una movida que a todos nos tiene entusiasmados, porque en principio no depende de ninguna plataforma. O sea que los contenidos no están impuestos por nadie, sino que son genuinos. Él escribe con un humor negro particular, es muy inteligente”, adelanta Garzón sobre esta serie que además involucra a Intergalactic y Artemisa Lab.

Si bien a los 66 años reconoce tener “una mirada demasiado joven” de sí mismo, le tocó hacer de padre de Suárez y de suegro de Costa, con quienes convive en la ficción. Describe a su personaje como “malhumorado, medio resentido, desprecia bastante al hijo, exguerrillero, un tipo bastante oscuro, pero que tiene su sensibilidad y su corazón, también”.

El actor disfruta, tal como lo pinta, de integrarse a un proyecto de bajo presupuesto: “Yo venía de hacer una serie con Amazon, el año pasado, viviendo en un hotel de categoría. Era a todo culo, y ahora bajé al jipismo, pero la verdad es que me siento muy a gusto. Estoy viviendo en el barrio Palermo, que me encanta, en una casita con salamandra... o sea, me gusta un poco más que el otro, que era un lujo un poco frío, mientras que esto es la calidez de sentirme en el corazón de Montevideo. Aunque gane mucho menos, no sólo de plata vive el hombre, y también hacer lo que a uno le gusta, con amigos, tiene un valor que a veces no lo paga el dinero”.

Revisando el argumento de Ángel, puede verse un eco de Los simuladores, aquel comando que enmendaba la vida, algo que Garzón celebra y matiza. “Por supuesto que lleva a Los simuladores; Manuel lo sabe, es más, se hacen citas a la serie. Lo que pasa es que tiene cosas en común y es bien diferente también, porque después se abre a otros mundos: aquello no era más que un juego, extraordinario, yo soy muy admirador de [Damián] Szifrón, hice su ópera prima, El fondo del mar, una gran película que pasó desapercibida; para mí, él es superior. Manuel también es muy lúcido. Tengo la suerte últimamente de trabajar con gente brillante, con mucho sentido del humor, y sí que el punto de partida de las series se puede parecer, pero son cabezas distintas. Acá ese jueguito no ocupa tanto espacio; en Ángel, donde son mucho más importantes los vínculos, padre-hijo, de pareja, aparece el tema de la política, la sexualidad, el feminismo, pero tocados de un modo políticamente incorrecto, cosa que me gusta, porque lo correcto aburre, satura, empalaga, y está lleno. Esto va por un lado más arriesgado”.

¿Que si tiene que neutralizar el énfasis porteño en su interpretación? “Cada tanto mando un salado, un botija, un ta, pero lo que más me gusta es que tengo unos monólogos cómicos muy buenos”, responde. “Soy medio camaleónico y tomo el acento del lugar en el que estoy”.

Con cada artista que cruza el charco pueden comprobarse los pocos grados de separación que hay en el ambiente. Gustavo Garzón no es la excepción: en su caso el vínculo se remonta a unos 20 años atrás, cuando filmó El fondo del mar, donde conoció a Daniel Hendler. Más tarde Hendler fue coproductor de su película Por un tiempo (2013, Cóndor de Plata a mejor ópera prima y premio Argentores a guion original), en la que trabajó, entre otros, “la extraordinaria Gabriela Iribarren”, y Fernando Cabrera, a quien hoy considera su amigo, compuso la música.

“La cultura uruguaya me calza bien”, confirma Garzón, y agrega otros lazos que van y vienen. “A través de Hendler conocí a Fernando Amaral, y por eso voy a hacer la obra en La Cretina. También voy a dar un taller de actuación el 25 de junio en La Escena. Y con Leo Maslíah tengo dos experiencias laborales distintas: actué con él en una película muy pobre, que se llamó Qué absurdo es haber crecido (Roly Santos, 2000). Ahí me enteré de que escribía teatro, me hice adicto a sus obras y quise producirlas en Buenos Aires, pero me asusté porque me di cuenta de que nadie las iba a entender e iba a perder plata.

Luego, en pandemia, con un grupo de alumnos y actores invitados se me ocurrió hacer un espectáculo basado en textos de Maslíah, y armé un collage con 19 actores y 19 escenas con música de él”. Todavía está en cartel, y dice que Leo lo vio la semana pasada, que le pregunten qué le pareció.

Bufón, con dirección de Gustavo Pardi, este sábado y mañana domingo en La Cretina (Soriano 1236) a las 20.30. Entradas a $ 500. Reservas por Whastapp al 092 768 793.


Paisajes comunes

Vivir a la intemperie es el título elegido para la apertura de una residencia que tuvo lugar en el Cerro desde marzo y que este sábado a las 20.00 y el domingo a las 18.00 tendrá lugar en el Espacio Cultural Casa de la Pólvora, único almacén de su tipo que subsiste desde el período colonial (Bulgaria 4065 esquina Perú). Se trata de un dispositivo escénico que se reformula en cada sitio visitado, que puede funcionar en cualquier lugar y no lleva más elementos que los que pueden trasladar los intérpretes, Agustina Hernández, Noel Langone, Sebastián González, Elisa Risso, Patricia Acosta, Carolina Fernández y Patricia Mallarini: luces, cables, mesa, micrófono, lonas, piedras, baldes, plantas, monitores de audio y una laptop. El público transita libremente con su mirada, las acciones se van sucediendo como si se atravesara un paisaje con intersticios, espacios de descubrimiento, espacios que permitan que la emoción, la imaginación y la reflexión sucedan.

Entrada única: un alimento no perecedero a beneficio de la Red de Apoyo a las Ollas y Merenderos del Cerro.