Con Lucy y las criaturas, Sebastián Pedrozo nos instala desde el vamos en el terreno de la fantasía, en un estado de cosas, entre irreal y pesadillesco, en cuya existencia pactamos creer y en el que nos invita a zambullirnos. Una especie de gnomo violeta que se convierte en piedra ante la luz, un ser malvado que vive bajo tierra y se alimenta de cenizas de personas malvadas, una muñeca que habla, túneles subterráneos debajo de un apacible balneario llamado El Médano, que ocultan un secreto tenebroso y amenazante.

“Algo golpeó en la ventana de mi cuarto”, dice la protagonista. Así, desde el comienzo la novela nos ubica en su cuarto en una noche de tormenta: el escenario ideal para las pesadillas, el miedo, la imaginación. En la misma página nos dice que a Lucy, hace pocos meses, se le murió el padre. Y que desde que eso ocurrió el sufrimiento hizo que ya no sintiera miedo a nada. Así, ese personaje que se construye en una primera persona consistente que pone frente a todo la distancia del observador pero siempre es entrañable y genuina, se enfrenta ante un hecho inexplicable y vive una aventura nocturna con extraordinaria templanza y un humor que sostiene y oficia como mecanismo de espejo y reflexión: el reírse de sí misma y comentar permanentemente la situación en la que se encuentra le permite jugar con el asombro a su favor.

En el centro de Lucy y las criaturas está el miedo –de hecho, Miedo es el antagonista de Lucy y sus compañeros de aventura– y su relación con el dolor. La hipótesis de Lucy es que ella no le teme a nada porque lo peor que le podía pasar ya ocurrió: “No le tengo miedo a la muerte. Sólo extraño a mi papá”, dice, en un diagnóstico certero. Eso la hace fuerte y, en cierto sentido, poderosa, y le otorga una mirada algo alejada e inmune que le permite enfrentar lo que viene sin dudar demasiado. Pero, claro, los hechos inesperados la llevan a situaciones límite, y a darse cuenta de que sí tiene cosas que perder (y que ganar).

La urdimbre de la novela se teje con la aventura pesadillesca que afronta Lucy y, a la vez, con su propia historia familiar, la relación con su madre, el sufrimiento estancado en la mujer y la niña que viven su duelo cada una a su manera, en paralelo. Es, en ese sentido, profundamente humana y cala hondo al traer un tema complejo en su tratamiento –y muchas veces rehuido en la literatura para niños– pero al mismo tiempo natural como es la muerte, sin ambages pero también sin dramatizar ni aleccionar, de una manera cruda y sincera.

Lucy y las criaturas funciona también en clave de referencias intertextuales, que hacen al clima que Pedrozo instala en la narración, a veces funcionan como homenajes y le dan densidad al texto al ponerlo en diálogo con otros universos simbólicos, con otros personajes, con ciertas tradiciones literarias. Algunas son explícitas: el epígrafe son unos versos de la poeta argentina Alejandra Pizarnik, el libro que la niña está leyendo es “uno de Neil Gaiman”, su nombre es un homenaje a la canción de The Beatles. Los nombres de los personajes evocan historias de piratas y de fantasía diversas. Y, por supuesto, está Alicia: más allá de algún comentario de la propia Lucy, una historia que implica seguir a una pequeña criatura –sea esta como sea– metiéndose en un pozo inevitablemente hará que resuene el clásico de Lewis Carroll.

El resultado es una historia que mantiene la tensión, en la que el ritmo narrativo no impide el detenimiento ni la delicadeza en esa mirada peculiar con que Lucy observa su mundo. Es, también, un hermoso homenaje a la música como refugio y al amor y la comprensión como fuerzas primordiales.

Lucy y las criaturas, de Sebastián Pedrozo, con ilustraciones de Federico Murro. Fin de Siglo, 2022. 192 páginas. $ 550.


Libros para jugar

Hasta el viernes hay tiempo para anotarse para el taller que el sábado 2 de julio, de 15.00 a 17.00, darán la ilustradora Luisa Sabatini y la escritora Silvia Soler en el Centro Cultural de España (Rincón 629). A partir de El libro infinito (+ Cerca, 2019) y de ¿Y si jugamos a que había un fantasma?, de reciente aparición por el sello + Cerca y con el apoyo de los Fondos Concursables para la Cultura que otorga el Ministerio de Educación y Cultura, las autoras propondrán construir un barrio en pop-up. Con un juego de búsqueda de fantasmas en la sala, inspirado en la búsqueda del tesoro, como disparador, elementos básicos como hojas, lápices, marcadores y pegamento serán los materiales que los participantes tendrán a mano para contar una historia. “Este taller parte de la base de que los fantasmas no existen, pero los podemos inventar y reírnos de nuestros temores. Incluso disfrutar sintiendo un poquito de miedo”, sostienen las talleristas, que contarán con la participación de Marcos Cano en la música. La actividad, dirigida a niños de cinco a ocho años, tiene cupo limitado y requiere inscripción previa llenando el formulario disponible en la web del CCE.