Romina Peluffo

Immunity (2019), de Clairo. Descubrí a Clairo en Instagram, de casualidad. Claire Cottrill –su verdadero nombre– es una muchacha norteamericana de 23 años que hace unas canciones preciosas. Lo-fi, bedroom pop y soft rock son algunos de los géneros que se le adjudican. Se hizo conocida por un video casero que subió a Youtube, que para mí es la definición de lo que es ser realmente cool. La canción se llama “Pretty Girl” y fue grabada como parte de un compilado a beneficio de una organización que lucha por los derechos de la comunidad transgénero. Al día de hoy tiene casi 85 millones de reproducciones.

Immunity es su primer disco de estudio, coproducido entre ella y Rostam Batmanglij (ex Vampire Weekend), y tiene un par de hitazos (“Bags”, “Sofía”) que me recuerdan a Soccer Mommy y, más por estos lares, un poco a Niña Lobo. O temas como “I Wouldn’t Ask You”, que me parece una genialidad. Clairo tiene una voz angelada, dulce y melancólica, pero no empalaga. Sus letras hablan de temas propios de su edad desde un lugar sorprendentemente maduro. Para mí fue reconfortante encontrar a alguien tan joven haciendo rock. Seguramente haya un montón, pero yo me crucé con ella y la verdad que me cayó fenómeno.

This Is a Photograph (2022), de Kevin Morby. Un temún atrás de otro. Es el séptimo disco de este prolífico tejano de 34 años que publicó su primer trabajo, Harlem River, en 2013. La obsesión por las fotografías es una particularidad del disco que me atrae especialmente. No sólo el disco (y el corte de difusión) se llama This is a photograph, sino que menciona las fotos, más o menos directamente, en tres canciones más. El tiempo y la muerte son otras de sus (mis) obsesiones. Su universo lírico es profundamente norteamericano, pero al mismo tiempo universal. Se siente la influencia de Dylan en su manera de cantar algunos temas: recitando un poco, no abriendo mucho la boca.

Musicalmente, es un disco complejo y sofisticado, pero no se siente pesado por eso, sino todo lo contrario. Fluye desde el primer al último tema, y tiene un final circular, porque en la última canción se autocita con pasajes de la segunda y la tercera. Breves secciones de sonidos random y un track que es un minipoema de un solo párrafo recitado sin música (“For Ever Inside a Picture”) completan el trabajo, que incluye 12 canciones y dura poco más de 45 minutos; hoy en día, una eternidad.

Wet Leg (2022), de Wet Leg. Estas chicas lo tienen todo: melodías irresistibles, riffs explosivos, letras irreverentes, la voz increíble de la cantante, videos copados, sentido del humor y un look envidiable. Originarias de la británica isla de Wight, publicaron su primer single, “Chaise Longue”, en junio de 2021, y tuvieron tanto éxito que agotaron las entradas para su primera gira antes de tener siquiera un disco editado.

Wet Leg –el disco– salió en abril de este año, y en Reino Unido ha vendido más copias que Ed Sheeran y Olivia Rodrigo. Antes de este éxito inusitado, Rhain, la cantante, trabajaba como vestuarista en Londres, mientras que Hester, la guitarrista, se había quedado en la isla, vivía con su novio y hacía joyas artesanales. Durante la pandemia, Rhain se instaló durante varias semanas en la casa de Hester y su novio y se pusieron a hacer canciones como jugando, sólo para divertirse. Dicen que el demo de “Chaise Longue” estuvo durante un tiempo guardado en una carpeta en la computadora de Rhain porque pensaban que nadie iba a tomarlas en serio. Menos mal que cambiaron de opinión y decidieron publicarlo.

Gustavo Ripa.

Gustavo Ripa.

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Gustavo Ripa

Escucho casi exclusivamente por Spotify, que es una “fuente infinita” de músicas, pero para resumir y recomendar puedo proponer: Call Within (2015), de Manose: ideal para meditación, mindfulness y estados de calma. Silent Ligth (2017), de Dominic Miller: el guitarrista de Sting en una faceta que no conocía. Provenance (2017), de Björn Meyer: bajista y compositor sueco aportando sonidos y composiciones “ambient-minimalistas” –por decir algo–.

Y también estoy escuchando a diferentes músicos y músicas de regiones y países no “centrales”, como Anouar Brahem, Hariprasad Chaurasia, Areni Agbabian, Cenk Erdogan, dosis de “música clásica” y decenas de guitarristas de diversas partes del mundo.

Elena Ciavaglia (archivo diciembre de 2021).

Elena Ciavaglia (archivo diciembre de 2021).

Foto: Agustina Saubaber

Elena Ciavaglia

Cambio de clima (1989), de Mariana Ingold. Mariana aparece en la música uruguaya para hacer historia como compositora, cantante e instrumentista. Presentado en 1989 –un gran año para la música uruguaya–, Cambio de clima se grabó entre 1988 y 1989, producido por Mariana y Osvaldo Fattoruso. Aunque no es el primer trabajo de Mariana, este disco resulta, a mi entender, un hito para la música uruguaya, liderado por ella y su maravillosa creatividad, que abre una puerta en el mundo de la canción fusión, candombera y murguera.

Con la participación de los mejores instrumentistas y referentes de la música local girando alrededor de su lucidez compositiva y creativa, ella abre un camino en la interpretación vocal, en la forma de tocar, de sonar y también en un posible nuevo rol de la mujer.

Sus letras hablan del presente, de lo que está pasando alrededor, de un futuro diferente, hablan del barrio, de las noches de brujas, todo eso sin afectaciones, con un sonido que parece “conectado” y auténtico. Pero es moderno también. Mientras lo escucho me doy cuenta de que es reactual, y es esa atemporalidad, entre otras cosas, la que hace de la suya una gran obra.

Lo que “habla” en el disco no son sólo las palabras con que aparecen los relatos e historias de amigos y de amor, también “habla” con frases musicales, con modulaciones, ampliaciones tonales: es todo un viaje en el que se fusionan todas esas cosas. Es indiscutible que las intervenciones de músicos como Hugo y Osvaldo, Mateo, Cabrera, Rada, Jaime, Galemire, entre otros, conforman la sonoridad del disco, en el que aparecen gestos musicales muy característicos: cuando entran Jaime, Cabrera o Mateo a cantar es imposible no reconocerlos, pero todos orbitan alrededor de la potencia creativa y la personalidad artística de Mariana.

La potencia no es atribuible al poema, ni a la estructura, ni a la frase ni a la forma de cantar: se trata de un todo que no puede descomponerse. Las canciones son todo eso que sucede a la vez, incluso la manera de ser cantada y la manera en la que toca cada uno de los participantes. Eso hace de Mariana una compositora que trasciende la frontera de la canción y la mezcla con el mundo instrumental, coral, jazzero, candombero.

Blue (1971), de Joni Mitchell. Es un disco del que se ha hablado mucho, pero está muy ligado a mi historia musical, así que me arriesgo a decir algo sobre el viaje de escucharlo.

Grabado en California, Joni Mitchell lanza este disco en junio de 1971, luego de una pausa en sus apariciones sobre los escenarios. Enteramente compuesto y producido por ella, nos devela la sutileza de su manera de cantar y de su poesía. Parece que en este álbum todo son aciertos: es melancólico, habla del amor y del desamor, es rítmico, es amplio y es íntimo. Ella canta, se hace coros y contrapuntea sus propias melodías, toca el piano, la guitarra y el dulcimer.

Cuando te cae con “California” tocado con el dulcimer y cantado por ella, quedás de cara, sólo podés preguntarte: ¿de qué planeta es esta mujer? Se pasea por los agudos, salta, va y viene, siempre muy estable en el tiempo y con un estilo folk muy característico, creando en ese momento su propio sonido. Cuando toca el piano y canta, logra acompañar su virtuosismo vocal muy orgánicamente, como si fuera un resaltador de su voz.

También es acertada la elección de los invitados, por ejemplo, las guitarras de James Taylor en “All I Want” o “California”, pero incluso tan bien acompañada, es la protagonista exclusiva y una creadora ineludible.

Tardes cariocas (1983), de Joyce Moreno. Es un álbum profundo pero leve, que te transporta directamente a Río de Janeiro. Su naturalidad para jugar con la voz da la sensación, por momentos, de que está tarareando las melodías por primera vez. En el segundo track, que da nombre al disco, se despliega como cantante con esa manera característica de improvisar que la acerca quizás al mundo del jazz, aunque siempre muy entreverada con músicas folclóricas y las secciones rítmicas del samba.

Su música no sólo habla de Río de Janeiro y de su belleza, además es música de protesta y denuncia. Eso hace a su música más poderosa, autosuficiente, completa. Es un disco con melodías arriesgadas, guitarras, piano, bajo, batería, percusión y arreglos de vientos (maderas y metales), con bastante presencia de la flauta. Algunos de los invitados son Egberto Gismonti en guitarra, piano, sintetizador y arreglos, Ney Matogrosso en voces, y como arreglador, Mario Adnet, entre otros. A lo largo del disco, Joyce no solamente se muestra como cantante excepcional, también es compositora, arregladora y guitarrista con un toque muy personal. Tardes cariocas nos regala una vivencia de Río de Janeiro, sus imágenes, su latido, sus cuadros sociales, a la vez que significa una inmersión en su música desde una perspectiva creativa de mujer.