Vayamos al principio: en 1987 y buscando replicar de algún modo el éxito de la saga Alien, llegó desde Hollywood una propuesta definida en un inicio como “Alien en la selva”. Conocemos el resultado de esa historia: la enorme película dirigida por John McTiernan (sólido candidato a Mejor Director de Acción de Todos los Tiempos) resultó mucho más y comenzó una saga que por derecho propio se cuenta entre la mejor de “ciencia ficción y acción” de todos los tiempos.
En medio de la selva –quién sabe bien dónde, quizás en algún lugar de América Central– hay un grupo guerrillero que se supone que ha tomado como rehenes a un par de estadounidenses. A su rescate parte un comando experto de soldados liderado por Dutch (un Arnold Schwarzenegger pletórico), que son algo así como un arma de destrucción masiva colectiva. Tenemos acá uno de los grandes hallazgos de la película: un elenco perfecto integrado por Bill Duke, Jesse Ventura, Sonny Landham, Richard Chaves, el guionista no acreditado Shane Black y, destacándose, Carl Weathers. Como ya sabemos todos, poco podrán hacer estos Rambos cuando se ponga a cazarlos el formidable alienígena. Sangre, tiros, gore y varias de las mejores set-pieces jamás filmadas conformaron además uno de los más grandes éxitos de taquilla de la década de los 80. Además, Depredador se volvió un objeto de culto inmediatamente.
No hubo que esperar demasiado para que llegara una secuela. En 1990 salió Depredador 2, que traslada la acción a la jungla de asfalto, una Los Ángeles tomada por pandillas y narcos bajo una agobiante ola de calor. El Depredador instala su coto de caza sin saber –mientras mata a diestra y siniestra a criminales y policías– que una unidad gubernamental le sigue los pasos luego de lo ocurrido en América Central. En este caso, nuestros protagonistas no son una unidad irreductible de comandos, sino una brigada de duros policías –un elenco ganador: Ruben Blades, María Conchita Alonso y el inmortal Bill Paxton– liderada por el teniente Harrigan (un intenso Danny Glover, muy bien en su rol, aunque me pasé toda la película esperando que Riggs apareciera para darle una mano). Aunque no está a la altura de la primera –su director no es John McTiernan–, tiene momentos inolvidables, entre ellos el tiroteo con el que comienza o la secuencia devastadora en el subte. Sumemos un secundario de esos pasados de rosca de Gary Busey y un final dentro de la propia nave del Depredador para tener una muy digna entrega que, sin embargo, no fue particularmente aplaudida y cuya tibia recepción motivó que la tercera entrega demorara bastante en llegar.
No fue sino hasta 2010 (¡20 años más tarde!) que se retomaría la historia en Predators. En esta entrega, el director Nimrod Antal y el inefable Robert Rodríguez (oficialmente productor, pero se supone que metió mano en el guion de Alex Litvak y Michael Finch) reinventan el concepto y en vez de tener uno o dos depredadores en la Tierra tenemos un puñado de tipos duros trasladados a un planeta desconocido, donde serán la presa de un trío de Depredadores. Tiene un arranque intenso y probablemente una muy buena primera media hora: el ínterin de la llegada, la interacción entre todo el malandraje –incluye un yakuza, un buscado por el FBI, un mercenario, una soldado del Mossad, etcétera– y cómo se van acomodando al coto de caza donde les tocó correr. Luego, con la primera baja la cosa cae por lugares bastante comunes y no queda duda de quién vive y quién muere. Con todo, el devenir es bastante interesante, hay un intento de aportar “castas” a los Depredadores que suma, y hay margen para ver buenas actuaciones de Adrien Brody (quien nunca repitió el rol de héroe de acción, que acá le viene como anillo al dedo), Alice Braga, un divertido Topher Grace, un inesperado Laurence Fishburne, Oleg Taktarov y Danny Trejo (que siempre le da +1 a todo). Con todo, era claramente inferior a sus antecesoras, por lo que tampoco impactó en la taquilla como podía esperarse.
Dejando de lado sus dos colaboraciones con los Aliens en dos películas bastante olvidables, la última entrega de la saga de Depredador llegó en 2018 cuando Shane Black volvía a la saga y hacía un completo desastre en The Predator, donde se apartaba por completo del gore de la franquicia, ponía un montón de personajes olvidables a pelear con un par de superdepredadores y lograba algo literalmente espantoso, una seudoparodia de la mítica franquicia que él mismo había ayudado a consolidar. Olvidada rápidamente, hundida por la crítica y el público (y cuanto menos hablemos de ella, mejor) esta cuarta entrega pareció ser el clavo final en la tapa del ataúd y entierro definitivo del Depredador en el séptimo arte. Pero no resultó ser así.
Regreso a los orígenes
Cuenta Dan Trachtenberg –director y coguionista de esta quinta entrega– que el origen del relato se remonta directamente a la primera película, cuando Billy –el nativo americano del grupo de mercenarios– se quedaba a ganarles tiempo a los demás enfrentando mano a mano al cazador intergaláctico en un puente. Una escena mítica que adivinábamos más que veíamos dio lugar a la premisa de “nativo contra depredador” que alimenta este relato.
Nos trasladamos a 1719 en las praderas de lo que alguna vez será Estados Unidos y uno de estos cazadores alienígenas comienza a hacer de las suyas. Enfrente está Naru (Amber Midthunder), una comanche con muchas ganas de subvertir los deseos de su tribu y volverse a su vez cazadora, que terminará siendo la que detecte al Depredador en acción y la que, eventualmente, lo enfrentará.
Si podemos decir que cada película de Depredador encuentra en sus personajes reflejo de su tiempo –en la original, musculosos soldados intervencionistas de la era Reagan; en esta, la heroína empoderada–, vale notar que peores incluso que el Depredador son los malvados tramperos franceses, hombres blancos presumiblemente heterosexuales. Con la notable excepción de nuestra cazadora (y su perro, que tiene unas cuantas buenas escenas), no hay otro personaje que tenga el más mínimo desarrollo o interés, convirtiéndose tan sólo en carne de cañón para que el Depredador haga de las suyas.
Por tanto, no es allí que encontraremos la efectividad de este relato, sino en las espectaculares escenas de acción –que son unas cuantas y muchas de ellas muy efectivas, aunque se abuse de los animales en CGI–, y este Depredador tiene elementos algo diferentes a los que estamos acostumbrados, así sea por operar 300 años atrás: es un monstruo muy efectivo que avanzará con la efectividad de una topadora.
Para sorpresa de nadie –pero tampoco nadie pensaba en que Arnold podía morir en la original–, todo depende de nuestra protagonista y su ingenio para dar la batalla final. Y así, si mantenemos nuestras expectativas medidas, encontramos que con mucho ritmo y bastante gore Depredador se reacomoda como saga y abre la puerta quizá a más secuelas (¿entregas históricas?; los cómics nos han mostrado a los depredadores en tantas circunstancias que el cielo es el límite) con este relato sencillo y funcional, que quizá no esté a la altura de los mejores momentos de la saga, pero sí es bastante digno y, por encima de todo, entretenido.
Depredador: la presa. 100 minutos. En Star+.