Sin ponerse a jugar a ser antropólogo, es de común conocimiento que en la evolución de la especie humana los neandertales quedaron por el camino, mientras que los Homo sapiens lograron seguir adelante hasta hoy. ¿Por qué sobrevivieron los sapiens y no los neandertales?

Hay varias teorías que buscan explicarlo. Se habla de una gran erupción volcánica que exterminó al grueso de neandertales ubicados en lo que mucho después sería África. También de la falta de organización social, dado que varios indicios, tanto anatómicos como arqueológicos, apuntan a la posibilidad de que los neandertales tuvieran menor capacidad en esta área que los sapiens, lo que los habría hecho más vulnerables en tiempos de escasez. Se especula que su propia agresividad pudo haber sido clave: estudios genómicos revelan que sentían aversión hacia los extraños y tenían mayor tendencia al nerviosismo y a la ansiedad.

Lo cierto es que la evidencia de su existencia se desvanece hace unos 28.000 años, lo que nos da una estimación de cuándo los neandertales podrían haberse extinguido. Salvo que Genndy Tartakovsky y Primal tengan algo que decir nuevamente al respecto.

Ya conocemos a Lanza y Colmillo, la improbable alianza entre un neandertal y una tiranosaurio rex, los protagonistas de la serie Primal, en la que el niño mimado de la animación (Tartakovsky, obvio) jugaba a generar relatos de acción y horror en un mundo ucrónico. Aquella primera temporada se concentraba en relatos unitarios o autoconclusivos (a cual más fantástico, en todo el sentido de la expresión), pero ahora eso cambia.

La historia de la segunda temporada comienza exactamente donde terminó la anterior: nuestro protagonista tiene contacto con Mira, una mujer sapiens que casi de inmediato era secuestrada. La trama se retoma en una gran y única aventura que se llevará casi todos los nuevos episodios.

La aventura llevará a Lanza y Colmillo a cruzar un océano, luchar con un megalodonte y, por fin, retomar la pista de su amiga perdida en un escenario por completo desconocido, donde nuevamente todo puede pasar. Pero a diferencia de la primera temporada, con sus monstruos y recursos de género, ahora el viaje anacrónico derivará en una recorrida casi exhaustiva entre todas las tribus de las épocas más tempranas del mundo. Así, vikingos, árabes, egipcios, incluso gigantes, irán pasando por el relato, siendo tanto aliados como enemigos de nuestros héroes y teniendo incluso la importancia necesaria para protagonizar alguno que otro episodio.

Este gran viaje por diferentes civilizaciones aproxima aún más a Primal a ficciones significativas dentro de la fantasía heroica, como Conan el Bárbaro, de Robert E Howard, o nuestro más vernáculo Nippur de Lagash, del gran Robin Wood. La imaginería visual de Tartakovsky y su equipo no parece tener techo y cada tribu merece una fanfarria de colores e imágenes deslumbrantes. De hecho, no son pocas las veces que la trepidante y sangrienta narración se toma un respiro y da paso a una poética visual que emociona.

Impredecible e inesperada, aunque ya carente de la sorpresa de su primera temporada, Primal continúa siendo una de las mejores series animadas que es posible encontrar hoy.

Como muestra basta un botón: el maravilloso episodio cinco de esta segunda temporada, The Primal Theory, que de la nada salta a fines de 1800 y plantea una teoría evolutiva que pronto se vuelve una sangrienta batalla por la supervivencia (y no digo más). Es tanta la osadía de Primal, que el mejor episodio de su nueva temporada ni siquiera menciona a sus protagonistas.

Primal. Diez episodios de media hora. En HBO Max.