Corría el año 1982 y Jorge Nasser, por entonces periodista, ilustrador, diseñador gráfico –y lo que pintara– radicado en Buenos Aires, no se imaginaba que algún día estaría desenredando el arpegio de una milonga en algún festival del interior de Uruguay, bajo el ala de un sombrero, entre un mar de sillas playeras, parrillas repletas de asado con cuero, puestos de chucherías y miles de paisanos de cachetes rosados y alegría contagiosa. Imposible: entonces, la vida era urgente y contracultural.

Uno de esos días, a su mesa de trabajo propensa a proyectos del ambiente bohemio intelectual porteño llegó un encargo particular: diseñar el programa para los recitales del regreso a Argentina de Mercedes Sosa tras un exilio de tres años y todavía en dictadura. La ilustración que dibujó para el programa –un retrato de Mercedes mimetizada con las quebradas del norte argentino– terminó, por decisión de la cantora, en la portada de álbum doble que registra aquellos míticos conciertos hoy considerados símbolos del proceso de reapertura democrática.

Para el dibujante, aquello fue “una bendición de la vida”, aunque asegura que lo mejor fue haber sido testigo del hecho artístico –“no me perdí ningún show, estuve las 13 noches”–, un espectáculo rupturista que terminó con todas las convenciones del purismo folclórico y por el que pasaron decenas de invitados, desde Charly García a Rubén Rada. “Nunca tuve la menor conciencia de eso, por suerte. Lo viví, se alojó en mí y, claro, se ve que a la larga se expresó”.

Nasser debutó en las bateas musicales en 1984 con el álbum solista Era el mismo, producido por Jaime Roos y con influencias del candombe beat, la murga y todo ese tuco con el que el autor de “Cometa de la farola” venía experimentando. Pero en 1986 ya estaba en el timón de Níquel, el proyecto que lo catapultó a la fama –versión uruguaya– y que condujo durante 15 años.

Atravesó la muerte y la resurrección del rock nacional como un expedicionario siempre en la vanguardia del sonido, la imagen y la producción artística, escribió hits del tamaño de “Candombe de la Aduana” y le dio sentido a la sagrada trinidad de sexo, drogas y rocanrol. Hasta que en 2001, un poco cansado de remarla, se descolgó la Fender y comenzó otra travesía, la de las milongas.

Diez discos y más de 20 años después, la gárgola criolla se prepara para celebrar su peripecia folclórica. El recital se denomina Mundo milonga y Nasser lo define con explícita exageración como un “Cirque du Soleil”, por lo ambicioso y la cantidad de invitados que lo acompañarán: Malena Muyala, Larbanois & Carrero, Florencia Núñez, Numa Moraes, Maia Castro, Chacho Ramos, Copla Alta, Milongas Extremas, Daniel Drexler, Sin Estribos y Garo Arakelián, por nombrar algunos.

Veinte años no es nada. O es mucho, depende. Seguro es tiempo suficiente para mirar por el retrovisor y admirar lo recorrido. Para preparar la pista –porque hay anuncio de baile– en las últimas semanas presentó un par de sencillos, las versiones milongueras de “Las décimas”, de La Trampa, y de “Cimarrón”, la canción que grabó para el disco regreso de Níquel y cuya autoría comparte con Alejandro Núñez, un hombre en situación de calle.

Tiene sentido, porque de alguna manera en este tiempo se convirtió en un alquimista de las bordonas, todo lo que toca lo convierte en milonga y ya nadie se extraña cuando lo ven subir con sus alados sombreros a los más variados escenarios; es parte del ambiente, aunque hace 40 años no lo hubiera imaginado. Corre 2023 y Jorge Nasser sigue haciendo el camino de siempre.

Contame de qué va Mundo milonga.

El show tiene sus ambiciones, quizás en algún punto sea lo más ambicioso que he encarado artísticamente en mi vida porque no se trata de una mera sucesión de canciones, que es lo que el 95% de las veces he hecho. En el otro 5% podríamos anotar al Nasser 3.0, que fue un resumen de una carrera, cronológico y muchos invitados, pero nunca había hecho una cosa conceptual y mucho menos por una cosa tan importante para mí y para todos nosotros como la milonga. Pero bueno, me parece que había juntado 20 años de estar cocinándome en esa salsa, y ta, es lo que voy a tratar de mostrar.

Por ahí dijiste que el rock es tu casa, pero llevás más años en la milonga que en el rock.

Es que el rock es la casa paterna, la casa de la que me fui, y mi segunda casa es la milonga. Y como toda segunda casa, esta está hecha y está tuneada más a mi forma, más personal. No hay que olvidarse de que en el rock era una banda, nunca fui solista, siempre que fui solista estuve ligado a la milonga. Cuando volví al rock lo hice porque Níquel se juntaba, he tenido alguna experiencia con el blues más de solista, pero un par de shows.

¿Cuándo te empezaste a sentir parte de la escena? Porque al principio imagino que eras como un extranjero.

Cuando arranqué no me sentía parte de nada, era un proyecto que pretendía ser una experiencia y nada más. No tenía ningún tipo de ambición y mucho menos formar parte de nada. Era un aporte, un tipo que estaba en el rock y graba un disco con milongas. Siempre menciono un disco de Mick Jagger con los Chieftains [The long black veil] como la referencia. O sea, música celta, el folclore de ellos, y el loco se copó, le gustaba esa onda. Salvando la distancia de todo tipo, lo que busqué era eso. Después, eso devino en que me empezaran a llamar de los festivales para tocar y para que mostrara esa experiencia. Veinte años después es algo totalmente naturalizado por el medio y formo parte. Creo que eso es lo que le da mucho sentido al show: pasó algo más. Muchas veces grabás un álbum con 12 canciones y está bárbaro. Lo que pasó con Efectos personales, Milongas del querer y el tercero, Por milonga, es que me definieron como artista y mi vida hasta el día de hoy.

No todo fue milonga: también produjiste y grabaste con referentes de la música de raíz del norte del país, la tradición de la música con fuelles y para bailar.

Tuve la suerte de trabajar con Sinfónica de Tambores y A Puro Viento, compartir con el [acordeonista Eleno] Lelo Fagúndez, creo que era el último bastión de una forma de tocar única. Era como esos bluseros del delta.

¿Ese mundo lo descubriste a partir de que empezaste a girar?

Sí, en los festivales. Los descubrí en el festival Dulce corazón del canto [en Pan de Azúcar], estaba Sinfónica de Tambores. Me enamoré de ellos como me había enamorado en su momento del Cuarteto Zitarrosa, fue un proceso muy similar; les produje un disco y a la vuelta de los años, cuando ya eran A Puro Viento, hicimos el álbum Baile de campaña [premio Graffiti a Mejor álbum de folclore 2012], que ya lo hice bajo la sombra de mi enfermedad, muy especial, ya estaba con la cabeza puesta en que me tenía que operar de una cosa medio heavy, y fue bárbaro, fue como una catarsis poder cantar las letras de mi amigo [Román] Quico Diez, uno de mis héroes, no muy nombrado.

Foto del artículo 'Jorge Nasser: “Podés ser popular y experimental hasta cierto punto, pero podés quedar en offside”'

Foto: Alessandro Maradei

¿Por qué te parece que ese fenómeno cultural y esos autores estaban y están todavía medio ocultos?

Había como una realeza, digamos, y un relato que obedecía a eso y puso el foco ahí, en los creadores de antes, de los 50, 60 y 70. Y después estaba la realidad que fui recogiendo en el campo, la antropológica. Ahí estaban Quico Diez, Cocorico [Walter Apesetche]. Eso va a estar también en el show, porque, claro, el corazón es la milonga, pero ¿y las chamarras de José [Carbajal]? La puta madre, loco, son increíbles, me ha gustado escribir eso, como “Ruta 7” y “Luna de Pirarajá”. Páginas que se fueron escribiendo a lo largo de estas dos décadas y que se van a dar cita juntas por primera vez en un show y con todos esos amigos y todos esos compadres, e un hecho artístico que me tiene loco, loco bien.

Además de muchos músicos, te va a estar acompañando el ballet folclórico Rumbo Norte.

Es algo muy ansiado y natural. Fui educado en un formato de que los músicos nunca bailan, como que todo lo ponés en la música y entonces no bailás, no sos Michael Jackson, pero resulta que eso hay que revisarlo también. Jorge Drexler lo revisó para sí mismo y lo cuenta a quien quiera escucharlo [en el álbum Bailar en la cueva]. Voy a tener a Daniel, su hermano, en el show, si se quiere también sacándome un poco el sombrero frente a toda esa milonga Polonio, La Paloma, toda esa milonga medio cósmica que a mí me encanta.

Hablabas de los bluseros del Delta. Esa analogía es reiterativa en tu discurso.

Porque eso [“La milonga es el blues de Montevideo”] se lo dijo Alfredo [Zitarrosa] a Dino y Dino me lo dijo a mí, o sea, fue transmisión oral. Por eso también va a estar Garo representando a la milonga ciudadana, no hay que olvidarse de ese costado. Tal vez lo más arquetípico es lo que se veía en [el programa de televisión] Grandes valores del tango, una cosa casi caricaturesca, que no implicó un crecimiento sino una sistematización, por lo tanto, una frivolización de las posibilidades que te da la milonga ciudadana; eso a mí nunca me sedujo demasiado, hasta que conocí a Alberto Mastra y escuché sus grabaciones de 1930. Ahí dije: “Ah no, pará, esto es un tesoro”.

Dino abrió ese camino entre el rock y la milonga. ¿Vos te sentís parte de esa senda?

Viste que a veces uno se pregunta por qué Dino se quedó ahí en un punto y paró, habiendo estado participando de todo. Hizo candombe rock, hizo el disco aquel Milonga cuando estaban todos durmiendo, hizo algunas cosas que si las escuchás ahora… si mañana sale Milonga, chau, qué invención, de ahí hay mil cosas para sacar. Él, ya crecido, maduro, se refugió allá [en Dolores], lo vivió, se hizo folclore, se hizo parte. Fue casi como una cosa artiguista, como Artigas, que fue un revolucionario, empuñó las armas y en determinado momento cortó todo y se puso a labrar la tierra con los morenos y terminó ahí siendo un cacique de una comunidad y a la gran política la dejó para otro. Creo que en algún punto Dino hizo ese proceso como artista, dejó esa mochila que pesa. Él me decía: “Vos seguile dando”. Tiene mucho sentido lo que me decía. Vos seguile dando con todo, que vos tenés toda la fuerza. Era una expresión de deseo. Tuve la suerte de poder vivirlo, de poder estar en un escenario con él, que le pidieran la “Milonga de pelo largo” y dijera: “Ta, sí, la hago, pero si la canta Jorge”. Era como que el loco me pasó la mochila.

¿Cómo ves hoy el panorama de la música de raíz folclórica?

Hay un poco de apropiación cultural. Nosotros somos un medio muy chico y muy proclive a ser invadido. Toda la historia de esta tierra es esa, no sólo a nivel musical, siempre está ese correlato recurrente. A veces nos invaden los brasileños y somos colonia brasileña, entonces escuchamos a Caetano Veloso, hacemos unas milongas medio Polonio. Y ahora creo que estamos teniendo una invasión del folclore del litoral argentino, volvió esa canción chacarera medio mainstream.

Que no es la chacarera santiagueña.

No es la del Raly [Barrionuevo], chacareras de verdad de Santiago del Estero, de Salta. Es ese ritmo que es raro, es un 6 por 8, pero es como un chamamé liviano también, está como ahí en el medio. No sé, estudienló, yo no lo quiero estudiar, sé que Catherine Vergnes toca unos temas de esos que están buenísimos y ella viene a caballo de todo eso.

En los últimos años, antes del regreso de Níquel, intentaste hacer una síntesis de tus diferentes sonidos. Pienso en el show Nasser 3.0 o en el disco Llegar, armar, tocar.

Lo intenté. En Llegar, armar, tocar intenté generar una música en la que confluyeran las artes, pero en algún punto es algo fallido.

¿Por qué?

Porque no sé si terminó de conectar con la gente, algo pasó ahí. Hay amigos que me dicen que lo que pasa es que yo ya estaba en otra, como que me había picado el bichito de reunir a Níquel, pero para mí fue más profundo que eso. La verdad es que lo que me da es que tenía unas expectativas que no se colmaron, fue como que me marcó algún límite también esa experimentación. Es decir, no podés ser popular y experimental o podés serlo hasta algún punto: si pasás una raya quedás en offside, te vas al pasto y volvés al primer casillero. Esa es un poco la conclusión que saco de ese álbum.

Camino a este show, en varias notas te definieron como “cantor popular”.

Para mí es un mimo eso, me cayó tan bien que me encontraran un lugar. Gracias.

Qué carga esa etiqueta, igual.

Sí, pero en el fondo esa carga yo la venía trayendo ya. Capaz que era más carga andar ahí sin nombre, sin góndola o en varias góndolas, un lío bárbaro. Hasta el día de hoy tengo grandes problemas con la industria y la industria conmigo, porque me quieren, me valoran, lo siento así, creo que estoy en un sello que me recontra quiere, pero la verdad que a veces los confundo. Faltaba este escalón, capaz que del show este voy a salir parado en ese escalón de cantor popular que el otro día que fui a ver a Rada lo vi al cantor popular ahí. Había un cantor popular que trascendía el candombe, el “Cha cha muchacha”, los experimentos con el jazz, era todo, era Rada, cantor popular. Sería como empezar a parecerse a los tipos que amo y admiro desde que tengo uso de razón, entonces sí, por ahí es una cucarda que ojalá me toque y, si me toca, genial.

En el último tiempo, además de la pandemia que te afectó como a la mayoría de los artistas, perdiste dos compadres fundamentales como Toto Méndez y Wilson Negreyra. ¿Qué reflexión te genera ahora que volviste al ruedo?

Supongo que lo que saco de esos eventos desgraciados es que lo que tenga que hacer lo tengo que hacer ahora. Haberme encontrado con Toto y Wil fue una bendición, a su manera cada uno, la verdad que tuve mucha suerte en eso. Son ausencias que son presencias y que van a seguir siendo al menos en mi vida. Lo único que pienso es eso, si voy a hacer algo es ahora. Es la piscina de Charly [García], es mirar la piscina allá abajo y decir: “Pará, calculo más o menos y me tiro, chau”.

Mundo milonga, con Jorge Nasser y artistas invitados. Domingo 15 de octubre a la 21.00 en el Auditorio Nacional Adela Reta del Sodre. Entradas en Tickantel y boleterías desde $ 600 a $ 1.000.