“Detestable, ampuloso, pesado, egocéntrico”: de esa forma llegó a describir Agatha Christie a su personaje Hércules Poirot, y admitió que no lo liquidaba sólo porque el público lo amaba.
Se trata, en todas las versiones, de un detective belga de método observador, deductivo y sagaz, más preocupado por su elegante bigote que por cualquier otra cosa y siempre capaz de resolver el más enigmático de los misterios. Es, junto a Miss Marple, una de las dos creaciones más importantes de la que acaso sea la mayor escritora de misterio de la historia: protagoniza 33 novelas y 50 relatos cortos, publicados entre 1920 y 1975.
Por otra parte, es de los personajes literarios que mejor suerte han tenido con el salto audiovisual. El ignoto Austin Trevor fue el primer actor en encarnarlo en Coartada, de 1931, y el nutrido catálogo de quienes lo interpretaron incluye a Peter Ustinov (versión definitiva para muchos), Albert Finney, Ian Holm, Alfred Molina, John Malkovich y David Suchet (en la memorable serie de la BBC y para quien suscribe el mejor de todos, por lejos).
En cuanto a Kenneth Branagh y la versión que nos ocupa, estamos ante la tercera vez que el artista británico encarna a Poirot al tiempo que dirige la adaptación cinematográfica, luego de la muy efectiva Asesinato en el Expreso de Oriente y la fallida Muerte en el Nilo (que dejaba pocas ganas de verlo volver al rol, sobre todo después de dedicar varios minutos al origen del bigote, por decir alguna de las bobadas que venían en esa película).
Como la tercera es la vencida, Branagh vuelve por sus fueros y, acaso en la primera de varias buenas decisiones, adapta ahora una de las novelas menos conocidas de Christie con el personaje: Hallowe'en Party.
El año es 1947 y Poirot se encuentra retirado en Venecia. Ya no investiga; acaso dos guerras mundiales fueron demasiado para él. Pasa los días cuidando sus plantas, comiendo pasteles y aburriéndose. Pero una vieja conocida del pasado, la escritora de misterio Ariadne Oliver (tal vez un álter ego de la propia Christie, aquí interpretada magníficamente por Tina Fey), acude en busca de su ayuda: en la ciudad se encuentra una médium (Michelle Yeoh) que está a punto de realizar una sesión en una vieja casona supuestamente embrujada y parece ser capaz de contactar en verdad con los muertos. A regañadientes, Poirot acepta ir y no tardará en encontrarse con el entramado clásico de personajes que pueblan los whodunit: la dueña de casa (Kelly Reilly), aquejada por la tragedia de haber perdido recientemente a su hija, el doctor de la familia (Jamie Dornan), traumatizado por la guerra, el hijo pequeño del anterior (Jude Hill), quien aparentemente habla con los fantasmas, el prometido (Kyle Allen) de la hija muerta; en fin, una variedad más que interesante como para ponerse a discutir quién es el culpable cuando uno de los antes mencionados aparezca muerto en una larguísima noche en la que una tormenta los aísla en la casona embrujada.
El setting no puede ser mejor y Branagh lo sabe. Por eso filma antes que nada una película de terror, aprovechando el lugar (una verdadera casona abandonada en Venecia) y el clima que se genera de inmediato. A diferencia de sus adaptaciones anteriores, archiconocidas, aquí el misterio se sostiene hasta el final y la solución es tan sorprendente como efectiva, dado que Christie/Branagh construyen un entramado en el que verdaderamente todos son sospechosos y capaces del crimen por sus propios motivos. No se va nunca por las ramas y entrega un relato tan concreto como contenido.
Todo whodunit que se precie de tal tiene que tener un elenco a la altura y aquí brilla con luz propia. Branagh domina desde la primera película su encarnación del personaje, pero aquí logra su mejor versión –menos payasesca, menos exagerada– hasta el momento. Entre los demás, se destaca Fey en su rol casi coprotagónico y hay muy buenos momentos para Reilly y Yeoh, siendo esta acaso el personaje más interesante.
Aunque no hay conversaciones al respecto, esta tercera –y mejor– adaptación de Hércules Poirot a cargo de Kenneth Branagh deja muchas ganas de volver a verlo en el papel, quizá manteniendo esto de no volver a los clásicos de Agatha Christie, sino antes recorriendo su obra menos conocida. Porque el resultado, potente, entretenido y redondo, bien lo vale.
Cacería en Venecia. 103 minutos. En Life Cultural Alfabeta.