“Los actores siempre quieren hacer un Shakespeare, porque es alcanzar esos grandes personajes que históricamente reconocemos. Pero desde la dirección, al contrario, está el miedo a hacerlos”, reconoce Leonel Schmidt, a pocos días de reponer su versión de Romeo y Julieta.

Nacido hace 31 años en Río de Janeiro, aunque hace tiempo que vive en Montevideo, Schmidt se define como una mezcla uruguaya, brasileña y alemana. De Bertolt Brecht y de Peter Brook, revela el director, tomó apuntes para mostrar el espacio vacío y apostar a “la capacidad de contar mundos que tiene el teatro, simplemente con la tensión”. Todo ocurre en un cuadrado blanco de escenografía, con el mínimo apoyo de un perchero, y el elenco completo a la vista, constantemente, en una puesta “aforada”.

Siente que encontró una forma válida de poner en escena hoy a los trágicos amantes de Verona. “Puede parecer peculiar, pero la clave fue entender que no es una historia de amor. En esta etapa de mi vida lo veo así. Si bien hay amor, no es esa historia romántica, naíf, edulcorada, que nos han mostrado. Por algo Shakespeare, hace 400 años, cuenta sobre dos jóvenes que deciden terminar con su vida por no encontrar rumbos. Ellos se desestabilizan a través del amor. Pero hay que pensar que en esa época, cuando era delito y tabú, un pecado condenable, alguien decide poner en escena, con la plata de la realeza, que sí creía en la religión, una defensa de lo que vivieron esos jóvenes, que los llevó hasta el límite”. Entiende que ahí está la conexión directa con el espectador actual, cuando el índice de suicidio juvenil es alarmante.

“Creo que hay un impacto –esto lo hemos corroborado con franjas marcadas de público, que ya transitaron la etapa de los personajes–, que estamos plagados de discursos del amor romántico. Cuestionarlos nos hace abrir otras etapas. No es fácil, a veces, porque no tenemos la información; no es que no nos han explicado, es que no hemos vivido ciertas cosas. Yo, sin dudas, estoy lejos de querer un amor como el de Romeo y Julieta y de deseárselo a cualquier persona, porque ahí hay algo que es tóxico. No niego que ellos se hayan amado, pero la gran pregunta que nos hicimos en los ensayos es qué hubiese pasado si hubiesen seguido vivos. Pasan prácticamente cinco días: del sábado a la madrugada del domingo es la fiesta en la que se conocen, y el jueves se terminan matando. Algo que me obsesiona es de dónde vienen los personajes. Qué hay en el fondo para que esos chiquilines, en cinco días, sientan esa pasión y de algún lado decodifiquen que si no está eso, no hay necesidad de seguir vivos. Que no puedan visualizar el horizonte”.

Schmidt está empeñado en demostrar la fuerza de los relatos. “Sin dudas esta puesta en escena no tiene nada que ver con la primera vez que dije que quería hacer Romeo y Julieta. El gran desafío fue deconstruirlo”.

Cruce generacional

No quería actores de 30 o 40 años, como sucede a menudo, interpretando a estos adolescentes (aunque tampoco de la edad exacta). Este director conforma elenco para cada obra, y en este caso se armó en base a egresados de distintas escuelas (Circular, IAM, EMAD, Escuela del Actor). Una vez más recurrió a Walter Rey, “gran faro”, señala, “que empezó allá, en Club de Teatro, con Dhad Sfeir, y tiene más de 50 años de carrera”. Observa como un proceso interesante esta multiplicidad de miradas; al tratarse de una puesta despojada, el peso está en la palabra.

“Algunos dicen que Rey es mi actor fetiche. Es una persona a la que quiero muchísimo y estoy agradecido de que, con su trayectoria, haya aceptado, en 2018, hacer Como decíamos ayer”, un unipersonal sobre Miguel de Unamuno, de un joven al que no conocía y que debutaba en la dirección. “Eso me posicionó; nos fue muy bien. Walter estuvo nominado a los premios Florencio, y nos permitió ir de gira por Uruguay. Tengo admiración por esa generación de actores y actrices: la Medina, la Schipani. Cuando dirigí Bodas de sangre, él no actuó pero hizo una de las voces en off”.

Abordar un clásico es escoger entre un cúmulo de revisiones. “En la introducción al texto original, aunque hay una posibilidad de que justo esa parte haya sido adicionada tras la muerte de Shakespeare, dice ‘en las siguientes dos horas’; nuestra versión dura una hora cuarenta y al público se le pasa volando. En un proceso de cinco meses de relectura en diferentes traducciones al español y también en inglés, se reescribió la obra respetándola. Me considero un purista de los clásicos; creo que hay que respetarlos y valorarlos”, afirma.

Con esa visión del asunto, removieron algunas escenas que sentían que enlentecían la narración e hicieron un trabajo de simplificación del lenguaje. “A veces es más fácil ser directos”, sostiene. “Creo que ahí hay un diferencial, porque la gente ha conectado con la obra”.

Schmidt trabaja en el área de comunicación del Sodre, y al Auditorio Adela Reta se muda ahora su montaje shakespeareano. ¿Cómo asume el traspaso de sala? “Es algo que tengo que perfeccionar: pienso mucho mis obras para una sala. Esta se estrenó en el teatro Victoria, donde tuvo una temporada exitosa, su nominación al Florencio como espectáculo, y a veces pensarlo para una sala te limita. Pero hay ajustes mínimos y se trató de buscar un escenario parecido: a piso, con la platea elevada. Es una sala que conozco, por trabajar acá y porque estrené en ella mi primera obra”.

Un bestseller a escena

Para junio Leonel Schmidt prepara una pieza por la que viene batallando desde hace una década, cuando la vio en Londres, mientras estudiaba en la Universidad de Salamanca. Es la adaptación de un bestseller, El curioso incidente del perro a medianoche. “La hizo el National Theatre y fue un éxito impresionante”, cuenta acerca del espectáculo, basado en el libro de Mark Haddon y adaptado por el dramaturgo británico Simon Stephens. “La inversión para conseguir los derechos la hizo un amigo que es ingeniero civil, amante del teatro y de la novela. Es una obra que pone sobre la mesa el tema del espectro autista, los vínculos y cómo nos manejamos”.

Schmidt anuncia “un elenco gigante”, para el que comprometió a María Mendive, Rogelio Gracia y Leonor Svarcas, entre otros. Adelanta que es un montaje que implica gran despliegue técnico. “Quiero recrear y que el público perciba las sensaciones que se generan cuando una persona con autismo se encuentra ante estímulos como sonido y luces”. Para lograrlo está procurando asesoramiento, tanto de arquitectos como de sonidistas. “Es un proyecto enorme, seleccionado por Fundación Itaú a fines del año pasado”, dijo.

Romeo y Julieta, con dirección de Leonel Schmidt, en la sala Hugo Balzo del Auditorio del Sodre del jueves 2 al sábado 4 de marzo a las 21.00 y domingo 5 a las 19.00. Entradas: $ 500 (Comunidad la diaria 2x1) en venta en Tickantel o en boletería de la sala.