Cuando Netflix tenía el monopolio de hecho en cuestiones de streaming, ese rinconcito conocido como “Mi lista” podía ser una lista manejable de series y películas que teníamos intenciones de ver. Con la explosión de los años siguientes, la llegada de casi todas las plataformas (te estoy mirando a ti, AppletTV+... o mejor dicho, no te estoy mirando) y la desesperación por mantener a la clientela, “Mi lista” se transformó en un monstruo sin control, capaz de alojar más contenido del que podríamos ver en nuestras vidas.
Algunas joyitas se pierden detrás de películas que queremos ver de nuevo, y cuando finalmente les dedicamos el tiempo suficiente, se ven interrumpidas por un estreno que fomenta la conversación en tiempo real. “Ya volveré a terminar esa miniserie”, piensa uno con ingenuidad. Hasta que un día termina de ver Station Eleven y confirma que se trata de un producto de altísima calidad, que miraría de nuevo si no hubiera tantas cosas esperando.
La miniserie (diez episodios en HBO Max) tiene un par de elementos que atentan contra su popularidad: exige un poco más del espectador, aunque sigue siendo un producto entretenido y entendible; y comienza con una pandemia global de gripe que se lleva puesta a casi toda la población mundial. Así que puedo entender si todavía no están en condiciones de darle una oportunidad. No la pierdan de vista, eso sí.
El resto de los elementos son virtualmente irreprochables, desde un guion ajustado que intercala líneas de tiempo sin confusión alguna, actuaciones que hacen creíble la realidad posapocalíptica (más allá de que uno siempre se distraiga con cuestiones logísticas), una banda de sonido a la altura de las circunstancias y una fotografía que deja como zombis a la mayoría de la competencia. Tranquilos, que acá no hay zombis; los que mueren de gripe no vuelven.
La gran protagonista de la historia es Kirsten (Matilda Lawler a los ocho, Mackenzie Davis a los 28), que el día que explotó la pandemia quedó accidentalmente a cargo de Jeevan (Himesh Patel). Juntos estuvieron sobreviviendo un buen tiempo, aunque 20 años después no se sabe nada de él y ella forma parte de una troupe de actores que realiza obras de Shakespeare en un circuito anual que la lleva por diferentes centros poblados.
Pasan muchas cosas en Station Eleven, así llamada por una novela gráfica que tiene gran importancia en distintos momentos. El arranque es bastante opresivo y, como ocurre en varias ficciones posapocalípticas, la tensión de ese mundo que descubre que las cosas jamás volverán a ser como eran es difícil de igualar en la (realmente) nueva normalidad. De todas maneras, la historia va cargando de sentido a todos sus integrantes, haciendo que en el último episodio cierren un montón de historias del antes y del ahora.
Entre los temas que se repiten están el hogar y las pérdidas, y cómo formamos nuestra personalidad de acuerdo a la forma en que lidiamos con estas últimas. La pandemia obligó a formar nuevas comunidades, pero hubo quienes se dedicaron a trashumar (el teatro ambulante es una excusa genial) y quienes cerraron sus fronteras para que nadie entre, pero en especial para que nadie salga. Hay cultos cargados de muerte y maternidades repletas de vida, hay niños-bomba y también nuevas maneras de vincularse sexoafectivamente. Nada es tan bueno ni tan malo, porque ante todo es (tan) humano.
Después de la historieta The Sandman, actualmente adaptada en Netflix, y su famoso capítulo “Sueño de una noche de verano”, Station Eleven debe ser de las mejores obras en incorporar piezas shakesperianas, dejando de lado a aquellas que son adaptaciones directas. De verdad me gustaría tener otras diez horas para seguir el recorrido de las piezas, sabiendo cómo van a terminar ubicadas en el tablero. Pero “Mi lista” me mira como diciendo “La semana que viene tenés que hablar de algo distinto”. Me conoce demasiado.
Station Eleven. Diez episodios de una hora en HBO Max.