En el mundo del entretenimiento, hoy hay pocas propiedades intelectuales más rentables que los universos compartidos. Sean los de superhéroes de Marvel o DC, los monstruos de la Universal o ese mundo donde Godzilla se agarra cada tanto a trompadas con King Kong, las productoras en Hollywood buscan continuamente explotar personajes, relatos e historias colectivas hasta desangrarlos, aprovechando que para el público actual es mucho más atractivo –o más sencillo– reconocer personajes que vienen “de antes” que aprehender un concepto o relato completamente nuevo.
Star Wars es uno de esos universos compartidos más reconocibles, pero también uno que ha agotado sus propias historias y personajes, reduciendo no pocas veces esa “galaxia muy muy lejana” al patio de la vecindad del Chavo, donde todos se conocen y no podés dar dos pasos sin tropezar con un Skywalker. Esta sensación de que siempre hay que brindar universo compartido es lo que hace que el actual buque insignia del universo –la serie televisiva El mandaloriano–, hasta ahora sinónimo de éxito y calidad, comience su tercera temporada tambaleándose.
El relato, recordemos, había exprimido por completo su formato de aventuras puntuales enmarcadas en una historia algo más amplia. Nuestro protagonista (Mando, para los amigos) era un cazarrecompensas particularmente habilidoso que llevaba a un pequeño niño jedi para reunirlo con sus pares. Todo lo que había para contar al respecto se había redondeado en las dos primeras temporadas.
Preso de su propio éxito y universo compartido mediante, el comienzo de la nueva temporada de The Mandalorian hace unas torpes piruetas para contar lo mismo que nos había contado. Así, el niño jedi vuelve a manos de su tutor circunstancial, mientras que a Mando, a falta de verdaderas aventuras, le queda emprender una búsqueda espiritual al regresar a su planeta y reencontrarse con quien era o pretendía ser.
Pero, incomprensiblemente, ese argumento se desactiva en apenas dos episodios y nos encontramos una serie en la que el protagonista no tiene rumbo, mientras que al popular Baby Yoda (a esta altura ya sabemos que se llama Grogu y que Mando se llama Djin Djarin) sólo le queda verse tierno para vender más peluches.
Ella, Manda
Como te digo una cosa, te digo la otra: si lo del universo compartido complica muchas veces la narración puntual, en este caso le sirve a Jon Favreau y Dave Filoni (los creadores de esta serie y gran parte del universo Star Wars actual) para encontrarle la vuelta a este problema.
Así, retoman algo que apenas se había insinuado en la segunda temporada: existen diferentes tipos de mandalorianos, que buscan recuperar su planeta Mandalore. Gracias a eso, cobra protagonismo un personaje hasta ahora muy secundario: Bo-Katan Kryze, heredera al trono de Mandalore (encarnada por una estupenda Katee Zakhoff que demuestra una vez más como se come en dos panes cualquier serie que la incluya, sea Battlestar Galactica o Longmire).
La historia de esta guerrera se había empezado a desarrollar en la imprescindible serie animada Rebels, pero hasta ahora no había ocupado el foco de la atención. Aquí, encabezando al nutrido grupo de mandalorianos que tendrán mayor o menor incidencia en la trama, asume el franco rol de protagonista y es con sus propios objetivos y deseos bien claros que la serie recupera el rumbo.
Desde su nuevo rol de secundarios, Mando y Grogu acompañan a nuestra heroína en una búsqueda compleja, que tendrá –fiel al género de aventuras– varios peldaños en su escalera al éxito. Hay villanos a vencer (regresa, para sorpresa de nadie, el Moff Gideon de Giancarlo Esposito), objetivos que alcanzar y una serie de misiones puntuales que, entre todas, conforman el gran relato.
Además, Favreau y Filoni se permiten enriquecer el lore de los mandalorianos, darles una mitología consistente y lograr que importen por sí mismos, mucho más allá de ser la identidad gráfica de tal o cual antagonista que aparecía prácticamente de fondo.
Todo culmina con un gran episodio final en el que –a la mejor manera Star Wars– tenemos vertiginosa acción en tres frentes simultáneos, peligro convincente para nuestros héroes y emoción cómo para repartir.
Cierto es que las piezas vuelven a repartirse y para próximas entregas no parece haber grandes cambios en el camino del mandaloriano y su hijo adoptivo, pero hay que reconocer que las cuotas de entretenimiento siempre están logradas. No todas las franquicias o universos compartidos lo consiguen. A su modo, con todo y trompicones, El mandaloriano mantiene su camino y logra seguir siendo el producto más atractivo (quizá junto a la sorprendente Andor) de todo el universo de la galaxia muy muy lejana.
The Mandalorian, tercera temporada. Ocho episodios de entre 45 y 60 minutos. En Disney+.