Poca gracia le debe de hacer esta serie al sindicato argentino de encargados de edificios, como también poca le debía de haber hecho el thriller Mientras duermes a sus pares españoles algunos años atrás. Porque la premisa de partida de ambas ficciones es la misma: el portero del edificio es alguien que excede ampliamente sus límites y atribuciones, entrando a los departamentos cuando están vacíos (o cuando sus inquilinos duermen) y que, bajo su máscara de solícita atención y amabilidad, esconde a tipos muy oscuros.
A diferencia de aquel psicópata que interpretaba soberbiamente Luis Tosar en la recomendable película de Jaume Balagueró (todavía se encuentra en Netflix), que terminaba por volverse un peligro para los otros personajes, el Elíseo que construye Guillermo Francella tiene muchas aristas y es más difícil de encasillar. Por momentos un desequilibrado, en otros un franco criminal, en muchas ocasiones es, sin embargo, un tipo decente y capaz de respaldar o ayudar a varias personas, especialmente a aquellas que resultan más solitarias o indefensas (una anciana, niños).
El asunto, como pasa regularmente en las ficciones de Mariano Cohn y Gastón Duprat, va de clases sociales. La gente del edificio es en su enorme mayoría de altos ingresos (en varios casos, no especialmente bien ganados) y el encargado, un trabajador que lleva 30 años en la tarea, es esencialmente un superviviente. Si bien Elíseo será capaz de chantajear, sobornar, robar o usufructuar bienes que no son suyos, lo que hace parece poco comparado con algunas miserias de los peores habitantes del edificio. En ese contraste la serie matiza constantemente la oscuridad del protagonista y lo vuelve bastante más favorable a los ojos del espectador.
El cortocircuito que se produce en el delicado statu quo que Elíseo sostiene en su edificio llega en forma de piscina: el consorcio ha decidido estudiar una reforma en la azotea que incluye una pileta y su correspondiente espacio para solarium. Esto afectará al encargado de diversas maneras. Así, si bien la serie gira en torno a los usos y abusos de Elíseo en el edificio, pronto toma otro cariz y se transforma en una lucha por la supervivencia entre el portero y sus detractores.
Por su extensión (hay un último capítulo que quizá hubiera funcionado mejor como inicio de su segunda temporada, ya confirmada), El encargado es una serie para disfrutar con tiempo y dejando pausas entre algunos de sus episodios, para no correr el riesgo de sufrir cierta repetición.
Obviamente, gran parte de lo que ocurre y su consecuente disfrute pasa por la actuación de Francella, que está en su salsa y combina sus dos personalidades artísticas que lo han hecho famoso: la del comediante franco y desatado y la más oscura, la de actor dramático serio (que, en una elección algo tosca de dirección, se explicita en sus cambios de humor, de la risa a lo siniestro o de lo siniestro a la risa, de manera algo acartonada). Lo cierto es que la mayor parte del tiempo funciona y logra que un personaje tan complejo –y jodido, vamos– termine siendo muy interesante. Entre sus rivales, que hacen que uno termine hinchando por él, se destaca por detestable el abogado que compone Gabriel Puma Goity.
El numeroso elenco permite, además, un gran desfile de actores que incluye a algunos de los mejores de Argentina: Mirta Busnelli, Adriana Aizemberg, Jorge D’Elía, Alan Sabbagh y Luis Brandoni, muchos de ellos en estupendas apariciones.
En la misma senda que las películas de sus creadores (Mi obra maestra, El ciudadano ilustre, El hombre de al lado), la serie conjuga comedia y crítica social con ironía, más el despliegue de varios personajes muy bien construidos. Otra demostración del nivel medio-alto de la producción televisiva argentina.
El encargado. 11 capítulos de 30 minutos. En Star+.