La función arranca con la distancia del disfraz y del tiempo: un cónclave de cabezudos tratando de animar a Momo, buscando la forma de devolverlo al escenario. Pronto la entropía de la vieja Antimurga BCG y la poética de Recuerdos de Niza, el espectáculo previo de Jorge Esmoris, se amalgaman en una propuesta que atraviesa las épocas, apoyado en una banda dúctil y lúdica.
En Una noche en el tablado Esmoris construye un musical en el que irrumpe el espíritu de La Troupe Ateniense y quizás de Canciones para no dormir la siesta, hay números de variedades, memoria del circo criollo, cuplés, anuncios comerciales con la tónica de Les Luthiers. Esperpéntico y aleccionador, el maestro de ceremonias que compone parece un personaje de Tim Burton cruza con Don Quijote. Pese a su sombrero agujereado, intenta no perder la compostura mientras cita a Nietszche y presenta al Niño Maravilla (Néstor Guzzini), a la murga La sin pelos en la lengua o los premios de la Academia Manfredi.
Suenan viejas melodías (“Te quiero conocer / Saber adónde vas, Alegre mascarita / Que me gritas al pasar”) que hurgan en la memoria colectiva y el Carnaval, como el muy montevideano Hombre Araña que interrumpe escenas, se cuela en esa fiesta igual que el personaje del borracho. Con el correr de la función, la nostalgia se acomoda y el humor absurdo va ganando el espectáculo, que desgrana trabalenguas, el “Malambo de la existencia”, eslóganes como “Ya se van las ofertas, quedan las cuentas” y preguntas incómodas como “¿mamá, qué es la economía?”. Con recursos de bajo presupuesto, como un biombo a rombos, una valija, una escalera, guirnaldas de championes, todo se acelera hasta el gran final candombero en 18 de Julio.
Una noche en el tablado, de Jorge Esmoris y Federico Silva, va en el teatro El Galpón, el 12, 13, 14 de mayo. Entradas en venta en Tickantel.