“Ya soy una señora mayor”, bromea cuando charlamos sobre la abundante y variada oferta de boliches nocturnos que ofrece su barrio. Reconoce que ya no sale tanto como antes y dice que en sus noches libres prefiere una cena tranquila. De pronto recuerda un episodio reciente: “Salí con unas amigas, y cuando pasamos por El Living, vemos mucha gente que comienza a bajar al subsuelo. Estaban pasando música y nos quedamos”.

A Noelia le encanta bailar. Estudió ballet, danza contemporánea y urbana y también flamenco, su ritmo predilecto para estos fines: “No sé por qué. De chica vi películas de Carlos Saura como Carmen, Amor brujo, Cría cuervos, donde esa música estaba presente. Es una danza que tiene mucho carácter”, dice un mediodía en su casa, rodeada de discos y libros, acompañada por un perro grande y dócil de nombre Lucho.

El sol apenas se muestra por la ventana que da a un pequeño patio. Un rato más tarde, como cada día de lunes a viernes, Noelia tendrá sobre sí las luces de grandes focos a los que está acostumbrada desde su adolescencia. Este invierno conduce junto a Pablo Silvera el programa de actualidad Mirá Montevideo que se emite en la pantalla de TV Ciudad.

“Creo que tengo dos profesiones poco predecibles”, afirma, y encuentra varias ventajas en la coincidencia: el contacto permanente con la cultura y la posibilidad de renovar su entusiasmo ante cada nueva oportunidad.

En su labor de actriz, este mes continúa en la sala Verdi como protagonista de Yo soy Fedra, y el 1º de julio, en función única y especial, volverá a interpretar a Magdalena en Los padres terribles.

“Desde muy chica siempre me gustó actuar”, cuenta. “Con mi madre jugábamos a las amigas y la atormentaba. Agarraba un lápiz y hacía como que fumaba. Siempre quise estar arriba de un escenario, quizá porque mi madre nos estimuló a mí y a mi hermana la parte artística y escénica. Íbamos mucho al cine y al teatro”.

De esa época Noelia recuerda el momento en que vio en la televisión de su casa la febril y dramática All That Jazz, y la forma en que la película logró atraparla desde la fascinación.

Yo soy Fedra. Foto: Lucía Silva Musso, difusión.

Yo soy Fedra. Foto: Lucía Silva Musso, difusión.

¿Cuando comenzaste a pensar seriamente en la actuación tenías esa noción clásica de prepararte en todas las áreas?

Sí. En mi vida, bailar, actuar y cantar siempre estuvieron muy presentes. Primero hice la escuela de cine para niños de Cinemateca. Después de la dictadura, ahí mismo había cursos de verano para adultos, donde me acuerdo de que participaron muchos ex presos políticos, y yo llegué a actuar en alguno de los cortos que salieron de ahí. Luego estudié comunicación en la Universidad Católica, pero seguía teniendo pendiente la actuación. Ahí apareció Alambique, que tenía un enfoque nuevo, con teatro físico y una preparación integral. Averigüé y me anoté.

¿A quién tenías de profesores?

Era un plantel tremendo. El director era Mario Aguerre; después estaban Fernando Toja, Ana Corti, Carina Trías, Verónica Steffen, Nibia Scaffo, Norma Berriolo, Diana Veneziano, y en el egreso tuve a Luis Vidal. Eran todos muy buenos docentes.

Y el lugar era como una alternativa a la formación más tradicional.

Era un tipo de teatro más físico, y recuerdo que se tenía muy presente Eugenio Barba [director e investigador italiano que creó el concepto de “antropología teatral”], pero la verdad es que salías con una formación muy completa. Hasta el día de hoy, cuando estoy arriba del escenario me acuerdo de ejercicios o comentarios de profesores que me siguen sirviendo.

¿Por ejemplo?

Sobre todo, en relación a cómo estar sobre el escenario y a tener presente que todo el cuerpo está comprometido en ese momento. Ana Corti fue la que más me enseñó a tener conciencia de mi cuerpo y todas sus posibilidades. Cuando uno está haciendo un personaje no lo puede hacer sólo desde la mirada o desde la voz. Ana te decía: “¿Dónde está el talón? ¿Dónde está el dedo meñique?”. Al principio me costaba entender qué quería, porque yo venía de otra formación. Nos tenía media hora haciendo tres pasos para adelante y tres para atrás. Cuando entrás en esa sintonía y ves a tus compañeros, te das cuenta de cómo cambia esa caminata sólo por el hecho de ser consciente de tus movimientos. Y eso después, con el entrenamiento, se incorpora a tu cuerpo y se te hace mucho más fácil saber dónde está todo, percibir la distancia que tenés con los demás y qué estás diciendo con el mentón, por ejemplo. Así dicho puede sonar extraño, pero para la actuación es muy importante. ¿Cómo es el cuerpo de una persona tímida? ¿Cómo es el de alguien que está angustiado? Vos más o menos podés descifrar a la gente según su postura.

Repasando todas tus obras, da la sensación de que muchas tienen algo en común. Como que vos también te decidiste por un camino alternativo.

No lo sé. Yo empecé con un dream team. Mi primer trabajo fue en una obra para niños, Villasombra en una noche mágica, que dirigía Verónica Perrotta y el texto era de ella y Pablo Albertoni. Los actores eran de la compañía L’Arcaza, estaban Agosto y Leonor Lavecchia. Y después, un día le hago una entrevista a Coco Rivero para Canal 10; él sabía que yo había estudiado en Alambique y nos conocíamos desde la adolescencia, y me dijo: “Sabés que estoy con un proyecto, voy a hacer Mein Kampf, farsa, de George Tabori; hay un personaje, Margarita, que estaría bien que lo hicieras vos”. Le di las gracias y me olvidé. Al año me llamó e hice esa obra, con Nacho Cardozo que interpretaba a un Hitler bestial y un tremendo elenco.

Seguí trabajando en obras para niños con Nacho y me empezaron a llamar otros directores excelentes: Alberto Zimberg, María Dodera, Luis Vidal, Roberto Jones. Empecé con gente muy grosa, pero no me quito méritos, porque si no lo hubiese hecho bien, no me habrían vuelto a llamar. Y ahí voy. Yo tengo otras cosas: el trabajo en los medios que me da para vivir, soy madre, tengo padres grandes, entonces todavía no hice un proyecto que saliera de mí. Ese es mi debe. Tuve la suerte de que siempre me convocaran para proyectos interesantísimos, y por ahora sigo ese camino.

Yo soy Fedra. Foto: Lucía Silva Musso, difusión

Yo soy Fedra. Foto: Lucía Silva Musso, difusión

Este año reestrenaste La bailarina de Maguncia y estrenaste Yo soy Fedra, dos unipersonales. ¿Qué tal esa modalidad?

Yo nunca había hecho un unipersonal, ni tampoco me había planteado hacerlo, pero me llamó [la directora] Sandra Massera, que fue mi compañera en Alambique, para hacer La bailarina... Me encantó el personaje y le dije que sí, pero claro, encarar un unipersonal es una experiencia totalmente distinta a encarar una obra con un elenco. En el escenario sos la única responsable. Quieras o no, al trabajar tan en soledad con la directora, como en este caso, perdés un poco las referencias, tenés muchas más inseguridades y es más fuerte todo lo que te pasa internamente.

¿De qué se sostiene una actriz en un espectáculo unipersonal?

Del público. Sandra me decía: “Vos no te preocupes que el público te va a acompañar”, y yo pensaba: “¡Ay! ¿Y si no les gusta?”. Obviamente hay que tener muy claro lo que uno hace en la obra, y tu viaje de estados emocionales y tus movimientos, muy ensayados. Además, tanto en La bailarina... como en Yo soy Fedra hablo con el público, por lo que tengo que estar con la mirada muy presente.

En Yo soy Fedra, además, el espacio en el que transcurre la obra es otro desafío.

Sí, es teatro inmersivo. Hacemos la obra para 35 espectadores que ingresan al sótano de la sala Verdi, donde está armado el dormitorio de Fedra. El público está dentro del espacio escénico. Es una obra muy importante para mí y, entre otras cosas, me dio la oportunidad de cantar en vivo por primera vez.

¿Quién es la Fedra que vos interpretás?

Lo que hizo Marianella Morena [guionista y directora del proyecto] fue tomar el mito de Fedra como una excusa para hablar de otras cosas. Fedra se enamora de su hijastro, pero no es correspondida. Entonces le inventa a Teseo, su marido, que Hipólito intentó violarla y Teseo manda a matar a su hijo. A partir de ahí, la obra es una tragedia contemporánea que habla de la soledad, el engaño, pero también de la vejez, la presión social por la belleza, la idolatría por la juventud y cómo las personas grandes dejan de valer. A priori, uno podría pensar que en Fedra se van a identificar sólo las mujeres, pero no. Si tenés más de 30 años y te pasaron cosas, en algún punto te vas a identificar con este personaje.

Creo que es una de las mejores cosas que tiene el teatro. Te da la posibilidad de hacer catarsis, de entenderte a vos mismo y a los demás. Cuando te dedicás a la actuación, a veces tenés que encarnar personajes que no soportarías en la vida real o te parecen espeluznantes. Tenés que derribar tus prejuicios para poder dar con los matices del rol, y ese trabajo te ayuda en tu vida.

Es un espectáculo de emociones muy intensas. ¿Cómo se canaliza esa energía cuando bajás del escenario?

Simple: termino de actuar y se va el personaje. Sólo una vez me pasó que quedé un poco atrapada, ya hace muchos años. Fue en 2005, cuando María Dodera me llamó para hacer Groenlandia. Mi personaje era una parricida y Gabriel Peveroni, el autor de la obra, me hizo leer En sangre propia [de Daniel Figares], que narra el asesinato de una familia. Me angustió muchísimo ese proceso. No tenía ganas de ir a los ensayos y estaba muy agresiva; hice una pausa y eso me funcionó y volví a disfrutar de mi trabajo.

Obras como esa, que hiciste hace mucho tiempo, ¿hoy las percibís con mucha lejanía?

No. Las siento cercanas. De hecho, hay procesos que te pasaron que te ayudan en cosas que estás haciendo en el presente.

Foto del artículo 'Noelia Campo: “El teatro me da placer y tranquilidad, voy feliz de la vida a cada función”'

Foto: Alessandro Maradei

Los modernos fue otro trabajo por el que recibiste muy buenas críticas. ¿Tenés ganas de volver a hacer cine?

Sí, me encantaría.

Qué buen personaje Clara.

Sí. Era lindo. No dudé en hacer esa película porque conocía a [los directores] Mauro Sarser y Marcela Matta y confiaba plenamente en ellos dos, pero claro, cuando leés el guion y ves la vuelta de tuerca que tiene, pensás: “Pah, ¿funcionará esto?”. Con Stefanía Tortorella [otra de las actrices del film] me acuerdo de que después de unas escenas que hicimos juntas decíamos: “Nos puede ir muy bien o muy mal”. Por suerte nos fue bárbaro y muchísima gente vio la película.

Existe cierto consenso en que vivimos en un mundo muy acelerado y de mucha ansiedad. ¿Cuál es tu receta para lidiar con eso?

Yo soy muy acelerada también. No, lo digo en broma. Creo que mi receta la encontré en los momentos sociales. Por ejemplo, me encanta cenar con mi hijo y mi pareja; es el momento que tenemos para charlar y saber cómo nos fue, pero a la vez me gusta mucho salir y encontrarme con amigas. La parte social me baja a tierra. Igual, soy muy de estar siempre haciendo algo, el ocio me altera un poco. Si no estoy haciendo nada, digo: “Tengo que leer un libro”.

¿Y el teatro, cómo funciona en esa ecuación?

El teatro me da placer y tranquilidad, voy feliz de la vida a cada función. Ponele, con Fedra teníamos funciones los domingos al mediodía y había gente que me decía: “Noelia, ¿no te da pereza trabajar ese día y a esa hora?”, y yo los días de función me levanto temprano fascinada, pensando en que voy a ser Fedra.

No podría vivir sin el teatro, o sí, podría, pero necesitaría algo parecido.

Yo soy Fedra. Últimas dos funciones: domingos 18 y 25 de junio a las 20.30 en la sala Verdi (Soriano 914). Entradas a $ 600 en Abitab y Redpagos. Comunidad la diaria, 2x1. Los padres terribles. Función especial. Sábado 1º de julio a las 21.00 en el Auditorio Nelly Goitiño del Sodre. Entradas a $ 550 en Tickantel.