La edición del 29 de octubre de 1959 de la popular revista francesa Pilote incluía a un nuevo personaje, creación de los hoy día míticos René Goscinny y Albert Uderzo, guionista y dibujante, respectivamente. Dicho personaje se llamaba Astérix y desde esa primera aparición traía consigo las palabras de presentación que lo acompañarán por siempre: “Estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste, todavía y como siempre, al invasor. Y la vida no es fácil para las guarniciones de legionarios romanos en los reducidos campamentos de Babaorum, Aquarium, Laudanum y Petibonum...”.

Astérix es el principal héroe de esa aldea de irreductibles galos, pero pronto su mejor amigo, Obélix, crecerá hasta la altura de coprotagonista y juntos vivirán multitud de aventuras que los opondrán una y otra vez a Julio César, siempre en sus ansias de conquistar por completo la Galia. A lo largo de 24 álbumes –porque de la revista Pilote la historieta pasaría luego a ser recopilada y publicada en libros autónomos– Goscinny y Uderzo llevarían a sus simpáticos protagonistas por aventuras en todas partes del globo, creando un balance perfecto de humor y aventura, para grandes y chicos, de historia e historieta.

Pocas historietas tienen un resultado tan potente, parejo y sobresaliente como las aventuras de Astérix el galo. Adaptadas muchas veces al cine, en su gran mayoría en una muy efectiva animación, el salto a acción real se daría en 1999 con Astérix y Obélix contra el César. El resultado, mediocre en el mejor de los casos, tenía en sí un gran hallazgo: el Obélix al que daba vida un apropiadísimo Gérard Depardieu, quien repetiría el rol en tres películas más. La saga se reinicia ahora de la mano de Guillaume Canet en Astérix y Obélix: el reino del medio, llevando a los héroes galos a un territorio que nunca antes han recorrido.

Canet se reserva también para sí mismo el rol de Astérix; es una decisión cuestionable, porque da un Astérix demasiado guapo, demasiado alto y no particularmente gracioso. También es coguionista de un libreto no basado en las creaciones de René Goscinny y Albert Uderzo, que lleva al lejano Imperio Chino tanto a nuestros amigos galos como al mismísimo Julio César (un muy divertido Vincent Cassell). Allí, Astérix y Obélix (increíble en el rol Gilles Lellouche, a la altura de los mejores momentos de Depardieu) deberán ayudar a la emperatriz titular a enfrentar un alzamiento que llega respaldado por los romanos, quienes buscan así hacerse con la famosa ruta de la seda.

El resultado es una aventura sencilla, efectiva y, antes que nada, familiar. Acaso se extraña esa doble lectura que hacía a los libros de Astérix también imprescindibles para los adultos, pero eso es algo que sólo el creador René Goscinny logró hacer. Aquí, todo está en función de los más pequeños, por lo que no faltarán los tortazos, los chistes, las persecuciones y las carreras a toda velocidad, poción mágica mediante. Se trata de una gran apuesta del cine francés y eso se nota en lo cuidado de su producción, escenarios y el condimento de multitud de apariciones especiales en roles muy puntuales (la Cleopatra de Marion Cotillard, el fenicio de Ramzy Bedia y un gran cameo del futbolista sueco Zlatan Ibrahimovic como Antivirus).

Sin romper el molde, y sin la efectividad que daría el respaldo de adaptar alguna de las 24 aventuras originales, Astérix y Obélix: el reino del medio resulta un eficaz film familiar que podría abrir la cancha para una nueva franquicia sobre el personaje. Bienvenida sea.

Astérix y Obélix: el imperio del medio. 111 minutos. En Netflix.