Una noche, antes de comenzar una nueva actuación del Conjunto Casino en el Palacio Salvo, el animador Juan Grassi la presentó como “la muñeca que canta”. Marihel recién comenzaba su carrera en la música tropical en una de las orquestas más importantes del medio. Antes, desde muy niña, con su tío Rodolfo, había aprendido a cantar y tocar la guitarra en canciones de folclore, y con el trío Marosal, que había formado junto a sus primos Oscar y Alberto.
Sus comienzos en el circuito de bailes de Montevideo no fueron del todo fácil, pero el músico y empresario Ernesto Negrín estaba seguro de las condiciones de la nueva figura de su orquesta. “Niégalo” (1985) fue el primer gran éxito de la cantante, con videoclip incluido, y luego copó todas las radios en el coro de la versión plenera de “Azuquita pa’l café” y como la voz protagonista de “Colé colé”.
Marihel recuerda los miles de personas y el poco respiro que podía tomarse entre bailes en épocas de discos de oro y platino. También recuerda otra noche, una de domingo, saliendo nuevamente del Palacio Salvo. Un hombre de elegante vestimenta la distrajo, tal vez para saludarla. “You sing very well”, le dijo en perfecto inglés el actor norteamericano Robert Duvall, que había cruzado la plaza Independencia desde su hotel para probar una pista de baile recomendada. Ella, que lo había visto en el cine, no supo cómo comenzar a responderle, aunque le agradeció el piropo.
“Che, son las 12”, avisa un compañero. Terminan los años 80 y Casino recorre el país. Es Navidad y el ómnibus, de gira, se detiene en la ruta para hacer un brindis y seguir hacia el próximo baile. “Es que en las fiestas es cuando más trabajás”, explica la artista sobre su vida, como protagonista de la época de oro de la música tropical en Uruguay. “Si volviera a nacer haría exactamente lo mismo”, reconoce.
Su destino continuó con Grupo Antillano y luego con su carrera solista, cuando se hizo cargo del negocio, el repertorio, la agenda y cada detalle de sus actuaciones. La primera al frente de su propia orquesta fue, no sin nervios, en el Palacio Sudamérica: “Era un lugar bellísimo”, cuenta. “Lo que más recuerdo es la escalinata que tenía, como de esas mansiones espectaculares que podías ver en las películas. Cuando tocábamos con Casino había cuatro pistas simultáneas, todas llenas. Era muy grande, tenía hasta un sótano con un cuadrilátero de boxeo. Cuando me enteré de que lo iban a rematar me quedé con muchísima pena. Es un símbolo de la música tropical”, reflexiona.
Conversamos con ella antes de sus shows en La Trastienda (ya agotó las entradas de su función del miércoles 3 de agosto) en los que festejará, con varios invitados, sus 40 años de trayectoria.
Cuando estás en tu casa y no estás ensayando nada, ¿qué se te puede ocurrir cantar?
Cualquier tema de folclore. Me encanta, ahí están mis raíces. Justo hoy estaba hablando con Aldo Martínez de eso. Venimos del mismo palo; los dos hicimos folclore antes de música tropical, y cada poco nos juntamos a cantar, hacemos vivos de Instagram y la gente nos pide canciones. De hecho, en La Trastienda voy a cantar un tema de folclore con Chacho Ramos.
Y tenés una versión en cumbia de “Mate amargo”, de Amalia de la Vega.
Eso quedó impresionante, yo no me la imaginaba en ese ritmo, y me pasó algo muy tremendo con esa canción. Un día me llama Federico Lima, que es un divino, y me dice: “Estoy trabajando en un disco de versiones de Amalia de la Vega y tengo un tema que es para vos, ¿te animás a cantarlo?”. Unos días antes alguien me había mandado un mensaje que decía: “Me encontré con un amigo y hablamos de vos, me dijo que tu tono de voz le hace acordar mucho a Amalia de la Vega”. Fue increíble.
¿A qué adjudicás tu versatilidad estilística? ¿A tu formación?
Cuando cantás en grupos trabajás con diferentes voces y eso te va puliendo el oído. Para que se forme un acorde no solamente tenés que escucharte vos, hay que escuchar a los demás. Igual que cuando tocás las cuerdas de la guitarra, si hay una que suena mucho más, el acorde no suena bien. El profesor de canto que tuve de chica siempre hacía hincapié en la armonía. Por ejemplo, cuando teníamos el trío Marosal nos decía palabra por palabra y nota por nota lo que cada uno tenía que hacer. Hoy aquello sería un método muy primitivo, pero a mí me sirvió muchísimo para todo lo que hice, y particularmente para carnaval.
También formás parte de la revista Tabú. En 2022 cantaste “Barro tal vez”, de Luis Alberto Spinetta, y el conjunto ganó el primer premio de la categoría.
Y este año hice una de Fito Páez [“Un vestido y un amor”]. Siempre trato de buscar algo diferente. Caería en lo obvio si hago una salsa, o una cumbia, y me gusta desafiarme a mí misma porque es una forma de crecer musicalmente.
¿Y quién eligió esas canciones?
Yo. Hay espectáculos en que no encajan ese tipo de temas, pero yo sabía que “Barro tal vez” iba a quedar perfecto en la propuesta de ese año. Además, yo soy muy fan de Pedro Aznar, lo fui a ver cuando vino acá, me gusta su onda y la versatilidad que tiene. O sea, me encanta su versión de la canción.
En Casino trabajaste con Ernesto Negrín, uno de los grandes arregladores de la música tropical. ¿Cuál era su particularidad?
Él tenía una visión comercial increíble. Le cantaba los arreglos que tenía pensados al arreglador y le explicaba cómo quería que fuera el montuno o la intro de un tema. Se los llevaba en un casete y le decía: “Tiene que ir por acá”.
¿Cuál es el secreto de la plena? Podés escuchar diez temas, pero hay uno que despierta algo especial.
Es medio mágico. Hay temas que sobresalen naturalmente. A mí me tocó grabar muchísimo. De repente no le dabas crédito a una determinada canción, te la jugabas por otras, y en la que menos creías era la que explotaba. Es como “Elena, Elena”: escuchás los primeros acordes y salís a bailar.
¿Y cuál es la esencia de la plena uruguaya?
El ritmo, la percusión, eso es lo nuestro. En algún momento se hacía plena danza, otras variaciones. Hoy es plena plena, con arreglos de percusión, pailas, congas, accesorios, y el toque del piano, que es completamente diferente. Antes se acostumbraba a pasar temas de salsa a plena, y adaptarlos a la uruguaya. Hoy la gente te puede aceptar un poco más otros ritmos, pero la plena sigue siendo imbatible.
¿Cúando identificás la mejor época de la música tropical uruguaya?
La explosión para nosotros en Casino vino con “Azuquita pa’l café” y “Colé colé”. Ahí fue cuando la música tropical pudo derribar algunas barreras que tenía hasta ese entonces. Había cierta élite que nos miraba con la nariz respingada, pero con esos temas llegamos a lugares que eran impensables.
¿Por ejemplo?
Carrasco, Pocitos, Punta Gorda. Antes no había chance por ahí. Y cuando arrancó la explosión empezamos a hacer fiestas particulares en tremendas casas de esos barrios, todos los fines de semana.
¿Cómo definirías tu personalidad?
Siempre fui emprendedora y tomé riesgos. Reconozco que tuve la suerte de tener a mi lado gente que me respaldara a la hora de asumir compromisos, luchas o sueños, y eso es una gran ventaja. Cuando estás solo, la cosa cambia; hasta el día de hoy sé que puedo contar con mi familia, mis colegas y compañeros de trabajo. Yo fui la primera mujer presidente de Sudei [actualmente es su prosecretaria], que es la sociedad de gestión de derechos de intérprete más antigua del mundo. Además de un honor y una gran responsabilidad, también fue un gran desafío. Y me tocó asumir en una etapa bastante embromada como fue la de la pandemia. No es fácil la tarea, pero tenemos un equipo muy lindo.
Justo en ese momento.
Sí, fue espantoso para todo el mundo. En esos días, cuando uno hablaba de los artistas, podía sonar como egoísta, porque quedó mucha gente sin trabajo, pero lo cierto es que a los artistas no les dieron ninguna chance; los obligaron a decir “hasta acá”. Tenías un mes de actuaciones agendadas y de golpe se te terminó el mundo. Hay muchos colegas que sacan su plato de comida diario de lo que trabajan el fin de semana. Eso fue muy complicado.
¿Cuál fue tu primera decisión como presidente?
El presidente saliente tenía una diferencia con los demás integrantes del consejo en sus viáticos, por decirlo de alguna manera. Yo dije: “no, de ninguna manera”. Si yo asumo este compromiso, el de mis compañeros tiene que ser el mismo. Yo no voy a estar sola, tenemos que estar todos unidos, y para eso vamos a estar todos en el mismo nivel. Eso fue lo primero que hice: bajarme mis viáticos.
La pandemia ya pasó. ¿Cuáles son los desafíos que tienen ahora en Sudei?
De la pandemia salimos adelante porque, repito, tenemos un muy buen equipo. Todos tuvimos que hacer un esfuerzo tremendo. El desafío más grande en este momento es internet. A los artistas e intérpretes no se les reconoce sus derechos en las plataformas digitales. Estamos en esa lucha. Con gobiernos anteriores tuvimos algunas reuniones sin mucha respuesta. Con esta administración se viene dando nuevas instancias de diálogo y parece que puede haber algún avance. Esto es una ley que se tiene que respetar, por lo tanto, hay una situación de explotación. Nosotros vamos a seguir luchando hasta conseguir que se respeten nuestros derechos.
¿El hecho de ser mujer te significó un mayor esfuerzo a la hora de hacerte valer?
Sí y no. Cuando arranqué, el ambiente era muy machista. Y yo no tenía ni idea de cómo funcionaba el negocio de la música tropical. Pero vuelvo a lo que te decía de estar bien acompañada. Por ahí, no me dejaron ver algunas cosas que estaban mal, como que ciertos empresarios decían: “esta mujer no va a durar un mes”, o “si viene esa mujer no te contrato el conjunto”. Esas cosas pasaron, pero yo me enteré tres años después. Vaya a saber si algo de eso podría haber influido en mi carrera, pero, claro, tal vez en ese momento me hubiera sentido intimidada, podía pensar que estaba perjudicando a mis compañeros. Siempre estuve en bandas rodeada de hombres y nunca me hicieron sentir mal. Al contrario. Siempre digo lo mismo: ganarse el cariño de la gente es divino, pero ganarte el respeto de tus colegas es muy importante.
¿Cuáles fueron los momentos más difíciles de tu carrera en los que igual tuviste que subir al escenario?
Fueron dos, en los que no me dio el tiempo de hacer el duelo, por así decirlo. Estaba en Grupo Antillano las dos veces. El día en que falleció mi padrino tenía una actuación y no tuve chance de decir que no. Después, cuando murió mi abuela, la mamá de mi papá, en Paso de los Toros. Esa noche la promoción del baile decía: “Antillano, con la voz de Marihel”. En ese entonces alquilamos un auto con mi exmarido, nos fuimos al velorio, de ahí me fui a Paysandú a hacer la actuación, y después volví a Paso de los Toros. Después falleció mi papá, ese fue un golpe muy duro; vivíamos juntos, además. En ese caso pude hacer el duelo y seguir adelante, pero son cosas de las que no te recuperás nunca más.
¿Eras muy cercana a tu padrino?
Sí, se llamaba Antonio Ballesteros. Aparte era guitarrero, cantábamos juntos en las reuniones familiares. Tenía un amor tremendo por Alfredo Zitarrosa, por Numa Moraes, y me enseñó muchísimo sobre ellos. Cuando él muere yo estaba en El Club de Anita; todavía recuerdo perfectamente esa imagen.
¿Había rivalidades entre orquestas?
No, es más: si hay ahora, no lo sé, y si hubiera, sería tristísimo, por todo lo que nos costó impulsar la música tropical.
Pero no me vas a negar que algo de rivalidad existía.
Es que no. Había alguna pica con algunas orquestas, pero muy sanamente. Era a quién se subía al escenario de la mejor manera. Nada más que eso. Por ejemplo, me acuerdo de cuando Conjunto Casino y Sonora Palacio sacaron simultáneamente “La canoa”. Pobre Pingüino [Daniel Enrique, cantante de Casino], que en paz descanse; él se había armado una coreografía, y una escenografía con luces y una canoa con papel crepé. Cuando subíamos al ómnibus me acuerdo de tener que estar esquivando todo eso, pero era lindo. Había una preocupación por salir bien, pero no se daba eso de hablar mal de los colegas.
¿Cuáles han sido tus grandes amores?
Mi familia, por sobre todas las cosas, fue mi bastón principal, tanto en la parte personal como en mi carrera. Hablo de mi madre, mi padre, mi hermano, y después, las amistades muy íntimas. También la música, que me mantiene… no sé si diría “activa”. Es algo más. La música es una forma de vida, no me imagino sin poderme subir a un escenario a cantar.
Paralelamente a lo que hacías en la música tuviste otros trabajos.
Desde que tengo uso de razón. Estuve en una casa de crédito, después en un estudio contable. Tuve micro escolar, trabajé en una empresa de seguros, entre otras cosas que hice.
¿Estás separada?
Divorciada.
¿Te reclamaron otro lugar por tu dedicación a la música?
Sí y no. Mi segundo matrimonio fue un poco más complicado, el primero fue con una persona divina. Hay ciertas cosas que a veces cansan, lo puedo entender. Al principio es novedoso. Te ven arriba del escenario y es una cosa, pero después no es fácil la convivencia con alguien que se dedica, como yo lo hice, a este oficio. Son muchas horas, las de ensayo, de trabajo, más la casa; sé que no fue fácil. Y yo también tenía claro que no quería renunciar, por lo que tuve que tomar ciertas decisiones. Igual, hoy por hoy tenemos una relación bárbara. Tenés que estar con una persona que realmente entienda cómo es trabajar en la música.
Vos que lo conocés tan bien, ¿qué tiene de especial el público más fiel de la música tropical?
A mí en estas semanas me ha dejado muy asombrada. En mis redes sociales, con mi equipo, subimos una encuesta para saber qué canciones no podían faltar en estos próximos shows. Y la respuesta fue impresionante. De hecho, me empezaron a nombrar canciones que ni recordaba haber grabado. “Hombres sin H”, escribió alguien. ¿La grabé? ¡Sí! El cariño de la gente me tiene gratamente sorprendida, y sé que me voy a emocionar mucho con estas actuaciones.
Marihel Barboza: 40 años con la música. Jueves 3 de agosto a las 21.00 en La Trastienda (Daniel Fernández Crespo 1763). Entradas a $ 1.000 y $ 1.500 en Abitab.