Florencia Dansilio confía en “las amistades creativas”: así describe el lazo que en 2021, después de haber montado Doméstica realidad, formalizó en Hiedra. Con Camila Sansón, Alejandra Artigalás y Karen Halty se conocieron en la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático y para 2016 ya habían trabajado en Las primeras armas. Abierto a nuevos integrantes, el equipo logró a continuación llevar a escena Museo, del colectivo argentino Piel de Lava, en el Subte, en un hueco de agenda entre dos exposiciones. Más adelante investigaron durante una residencia en Proyecto CasaMario, y después hicieron una intervención como parte de After EAC (Espacio de Arte Contemporáneo).
“Era una programación fuera del horario habitual, convocaban a artistas para el final de exposición del Premio Nacional de Artes Visuales. Se me ocurrió proponer una performance, justamente con Hiedra, que vinculara aspectos de la sociología del arte con las obras expuestas”, cuenta la directora sobre la presentación de febrero pasado.
Por más que sepa que “es algo no resuelto”, Dansilio cree en “el esfuerzo por horizontalizar los roles, por actuar, dirigir, producir, escribir, y que el colectivo sea un espacio donde darles lugar a proyectos artísticos pero también a preguntas”. En ese cruce de las disciplinas se produjo la dramaturgia de Frecuencia fantasma, pronta para estrenar el próximo martes: “Por más que el texto base sea mío, todas ponen de su imaginario”, concluye sobre un proceso que firman en conjunto y que recibió apoyo de los Fondos Concursables para la Cultura del MEC.
Christina Heimbürger, el personaje central, es una neurocientífica que llega a Montevideo para estudiar ciertas frecuencias sonoras y sus efectos en el estado anímico. Pero la doctora no se conforma con un casillero estanco, y su búsqueda “se vuelve así rizomática, problematizando la melancolía, los límites de lo cognoscible y las convenciones arbitrarias que a fuerza de repetición dejamos de ver”.
En Frecuencia fantasma, como en tu espectáculo anterior, Doméstica realidad, hay un texto previo, de reflexión.
Tiene que ver con la forma de trabajar escénicamente una vez que nos juntamos. Es decir, tenemos una serie de materiales, no necesariamente teatrales, y a partir de eso empezamos a pensar escenas, en un diálogo muy estrecho, de ping pong, entre las actrices y actores, y yo, que estoy afuera, en la dirección. A partir de esas ideas se va construyendo el nuevo texto, el que va a ser representado o dicho en la obra. En Doméstica partimos de materiales, en cierta forma, más sociológicos: entrevistas, una tesis de maestría sobre el empleo doméstico; acá el texto base no tiene ninguna condición científica o académica, es literario pero no teatral. Era una suerte de diario de una vuelta a Montevideo. Hubo otro tipo de materiales que nos interesaban, sobre el universo sonoro, las influencias de la sonoridad en el estado anímico, tanto los ruidos de la ciudad, por ejemplo, como de la música. Con todas esas herramientas empezamos a trabajar. A medida que se van creando las escenas, se va hilvanando la historia.
La sinopsis habla de una científica que llega a estas costas, donde justamente no hay cifras alentadoras sobre salud mental.
Es una científica austroalemana. Ninguna de nosotras tiene un vínculo directo con esa nacionalidad, lo que nos permitió jugar con la distancia. Es decir: vamos a observar Montevideo y a ver qué pasa estando acá a través de los ojos de una extranjera inventada. Eso es algo que permite la ficción, abordar la ciudad y lo que nos pasa con un sentido más lúdico, si bien creo que la obra tiene algo existencial, en el sentido sartreano, algo que ni siquiera está de moda. Pudimos abordar de forma mucho más liviana ciertas repeticiones que encontramos en el habitar montevideano, sin que dejaran de ser tenaces y profundos los cuestionamientos. Montevideo, sus sonidos, su paleta de colores, sus vicios y su belleza están muy presentes en la obra.
Es esa mirada extrañada que vos tenés seguramente por haber estado afuera.
Estuve 11 años viviendo estable en Francia, desde 2009 hasta 2021. Me fui por una beca de maestría, me doctoré allá, di clases un montón de años y sigo vinculada a la investigación con la Universidad París III. Me vine durante la pandemia, pero igual voy y vengo. La reinserción académica en el medio local es compleja. Mi actividad teatral, paradójicamente, cobra sentido en Montevideo. No sé tanto si es una mirada que traje por el hecho de haber estado mucho tiempo afuera o fue reencontrarme con algún relato local y lo que permitió fue simplemente recortarlo y hacer de eso una obra. Esta cuestión, ese extrañamiento, puede llegar a ser desestabilizante, y también es interesante para cuando uno vuelve a su lugar de origen, si hay algo que pueda llamarse así. Esa experiencia, hoy por hoy, la siento constitutiva de mi identidad y de mi mirada. Con Hiedra hay una empatía que precede ese viaje y una suerte de reencuentro.
¿Se ven en el espejo del colectivo argentino Piel de Lava? Les falta un cineasta como Mariano Llinás.
Nos encantaría filmar una película. Es uno de los proyectos que tenemos en el tintero. Nos inspiran mucho, son un colectivo claramente de referencia. Hice mi tesis de doctorado sobre el teatro argentino y las descubrí yendo a Buenos Aires a ver mucho teatro. A todas nos gustan. Con Camila fuimos a un laboratorio de escritura con Laura Paredes, y ellas nos cedieron el texto de Museo y estuvieron al tanto.
¿Cuánto hay de teatro documental en lo que hacen? Incluyen datos de la realidad.
Por ahora tratamos de eludir, aunque no es algo que esté vedado, el teatro documental o lo biográfico. En este momento no nos paramos en esas metodologías, pero sí, hay un link directo con materiales que vienen de otras áreas, no necesariamente artísticas. En este caso tiene mucho que ver con que la mitad de mi vida o más está dedicada a la sociología, entonces, traigo bastante data de ese universo. Si bien, evidentemente, eso atraviesa el resultado final, no es documental en la medida en que no hay una pretensión de fidelidad respecto de la realidad de la cual se parte. Traemos esos materiales para alimentar la creación, sin tener que seguir una máxima de validez. No es teatro documental stricto sensu; las historias las inventamos. En este caso leímos filosofía feminista o sobre el rol de las mujeres en la ciencia, Donna Haraway, etcétera. También entrevistamos a Ana Silva, que es grado cinco en la Facultad de Ciencias, pero todo eso después es usado muy libremente. No estamos hablando de una situación específica de una persona real. El relato y los discursos sí están atravesados por esas visiones filosóficas.
Frecuencia fantasma, el 22, 23, 24 y 26 de agosto a las 20.30 y el 27 a las 19.00 en la sala Zavala Muniz del teatro Solís. Entradas: $ 550 (2x1 para Comunidad la diaria).