La cosa arranca de golpe y sin dilación. Estamos en 1945, se acaba la Segunda Guerra Mundial y tenemos a un soldado alemán en fuga. Pero, sorprendentemente, no está escapando ni de los rusos ni de los estadounidenses, sino de sus propios compatriotas. En particular, de un salvaje batallón de las SS con el que ha tenido la mala fortuna de cruzarse justo en el momento en que desertaba. Los SS no toleran defecciones y por eso nuestro protagonista (Robert Maaser) termina rápidamente en la película con una soga anudada en el cuello. Tiene la fortuna de que los SS están con prisa porque les urge ir a un pueblo donde saben que quedó escondido oro de una familia judía y no se quedan a comprobar que efectivamente haya muerto ahorcado. Nuestro héroe será rescatado in extremis por una mujer (Marie Hacke), quien no tardará en arrepentirse de su intervención.

Así, le alcanzan unos pocos minutos a Sangre y oro para poner sus fichas sobre el tablero y dejar bien en claro la situación. Por un lado, los SS encabezados por su siniestro oficial a cargo (Alexander Scheer), que buscan ese oro contra reloj por la inminente llegada del Ejército Rojo a territorio alemán. Por otro, el soldado desertor que busca revancha contra los SS ayudado por la familia que lo rescató. Y como tercera pata, los pobladores que saben más de lo que dicen de aquel oro que quedó luego de que la familia judía fuera secuestrada.

Siguiendo con firmeza la estela de películas de “aventura” enmarcadas en la Segunda Guerra Mundial –con altos exponentes en El botín de los valientes (Kelly’s Heroes, Brian G Hutton, 1970), en la que soldados aliados y nazis pactaban un improvisado alto el fuego para robar un banco en plena batalla, y, en tiempos más recientes, en la salvaje comedia de acción finlandesa Sisu (Jalmari Helander, 2022) con su buscador de oro perseguido por un batallón nazi al que hará trizas de las maneras más ingeniosas y sangrientas–, Sangre y oro complementa su propuesta con una edición rápida, sincopada y que no da respiro alguno al espectador.

En la senda de directores como Quentin Tarantino, el realizador Peter Thorwarth (presente ya en Netflix con su película Blood Red Sky), propone un ejercicio de entretenimiento que consigue narrar sin pausa. Su escasa hora y media de duración no afloja nunca y ofrece al mismo tiempo una perspectiva diferente del propio conflicto, al estar protagonizada por completo por alemanes (no hay el clásico héroe aliado para esta ocasión y todos, buenos y malos, vienen del mismo bando) en algo que termina por resultar bastante fresco.

La carrera por el oro será denodada y no van a faltar las explosiones, los tiros, las cuchilladas y las tremendas escenas de combate. Como para una matiné de sábado de tarde.

Sangre y oro. 100 minutos. En Netflix.