Parecía otra serie más sobre jóvenes divertidos y hormonales pero, a base de sólidos guiones y buenas actuaciones, Sex Education se transformó en una obra de culto sobre cómo educar en sexualidad y mostrar las angustias de la identidad adolescente.
La comedia dramática creada por la dramaturga Laurie Nunn es un producto de calidad que ahora llega a su fin luego de cuatro exitosas temporadas en las que nos acercó con humor y sensibilidad a la sexualidad en la pubertad y puso a los adolescentes, dentro de un mundo adultocéntrico y heteronormativo, como personas diversas dignas de ser escuchadas.
En sus tres temporadas anteriores, Sex Education acompañaba la vida y desventuras de varios estudiantes de la secundaria de Moordale y presentaba a su especial protagonista, Otis Milburn (Asa Butterfield), un adolescente inseguro y con un trastorno de ansiedad social que se comporta de forma contradictoria respecto del sexo: es capaz de responder preguntas técnicas sobre la libido ya que es hijo de una sexóloga famosa (Gillian Anderson), pero no puede entender su propia vida sexual. Transita la dualidad de ser un adorable perdedor o un simpático villano, y ha tenido la idea de abrir un consultorio sexual clandestino dentro del colegio, donde ayuda a sus compañeros con consejos confiables y a resolver problemas de salud mental.
Ahora llegó el momento de decir adiós y en esta última temporada, con el cierre de Moordale, los protagonistas aprenderán a lidiar con sus propios problemas mientras se adaptan a nuevas situaciones. Maeve (Emma Mackey) viaja por una beca a Estados Unidos, Adam (Connor Swindells) asume su bisexualidad y trabaja en una granja y Jean, luego de un parto complicado, está abrumada por la maternidad. Mientras, en el moderno y liberal Cavendish College, Aimee (Aimee Lou Wood) inicia un camino de sanación por su pasado de abuso, Eric (Ncuti Gatwa) sigue descubriendo su identidad queer, Cal (Dua Saleh) batalla con conflictos por su disforia de género, mientras Otis intenta seguir con su consultorio sexual y desentrañar sus propios bloqueos.
Esta temporada final llama la atención por la enorme capacidad de tejer minirrelatos dentro de una misma narrativa y por lo bien que se equilibran todas las subhistorias; pasan muchas cosas a la vez, pero nunca resulta en confusión. Hay una evolución y un inteligente desenlace de todos sus personajes y arcos narrativos, y el guion recurre a su marca registrada: el humor ácido, típicamente inglés, que vuelve a usarse para relatar, profunda y sentimentalmente, situaciones complejas y quebrar tabúes sobre sexualidad y relaciones.
Con gags de comedia redondos, una cinematografía impecable y una banda sonora sublime, Sex Education ahonda en los vínculos entre jóvenes como pocas series lo han hecho: la deconstrucción de los mandatos familiares, la amistad, los noviazgos violentos, la religión, el abuso, la depresión posparto, las discapacidades y la inclusión. Es un fascinante relato sobre la empatía, la complejidad del enamoramiento y una hermosa muestra de la torpeza y fragilidad adolescentes (y por qué no, humanas) para manejar la sexualidad, el deseo, la mirada ajena y sabernos vulnerables.
Esta cuarta temporada es el broche de oro de una serie indispensable para las adolescencias y necesaria para los adultos que, fusionando como ninguna otra entretenimiento y didacticismo, resulta una clase magistral sobre la importancia de hablar de nuestras necesidades, del acceso a la información, de validar las emociones y de luchar contra el bullying, la discriminación y la violencia de género.
Sex Education, cuarta temporada. Siete episodios de una hora y un capítulo final de 83 minutos. En Netflix.