Por varios motivos, la película Juegos sexuales, de 1999, se transformó en un objeto de culto. La protagonizaban Sarah Michelle Gellar (Buffy, la cazavampiros), Reese Witherspoon (Legalmente rubia, Big Little Lies), Ryan Phillippe (Sé lo que hiciste el verano pasado) y Selma Blair (Hellboy), y tenía una de las mejoras bandas de sonido de esa década, con hits como “Bitter Sweet Symphony”, de The Verve, “Coffee & TV”, de Blur, y “Lovefool”, de The Cardigans, pero sobre todo logró captar, mediante una misteriosa e impredecible narrativa, el manipulativo mundo sexual de la élite joven de Manhattan.

Ahora esta retorcida historia regresa en formato serie como Cruel Intentions (así se llama en inglés; en español sigue siendo Juegos sexuales). Son ocho capítulos dirigidos por Nick Copus (Gotham) y Adam Arkin (La ley y el orden, Fargo). Más allá de que tanto la película como la serie se basan libremente en la reputada novela Las amistades peligrosas (1782), del escritor francés Pierre Choderlos de Laclos, tienen varias diferencias en la trama y en la construcción de los personajes. Mientras que la película se convirtió en una referencia cultural al mostrar, con elegancia, los juegos de poder y seducción entre adolescentes ricos en un ámbito de la formación secundaria, la serie se ambienta en una universidad, con un enfoque social más profundo y con dinámicas más complejas.

Nuevamente, los protagonistas son dos hermanastros ricos y desalmados, Caroline (Sarah Catherine Hook) y Lucien (Zac Burgess), quienes están dispuestos a todo para conservar su reputación. Luego de un accidente en un ritual de iniciación, ambos ven amenazado su poder en la hermandad y, para no perder su estatus, Caroline desafía a Lucien a que seduzca a Annie Grover (Savannah Lee Smith), la hija del vicepresidente de Estados Unidos. Para convencerlo, le ofrece lo que él tanto desea: ella. Lo que empieza como un juego sexual se convierte en algo bastante más rebuscado que cambia todo.

La apuesta tiene un claro propósito: manipular a Annie, pieza clave en su estrategia de poder, para que se una a la hermandad de Caroline, y asegurarse así el control de la universidad. Esta opción por una trama más centrada en la política permite otras observaciones sobre el elitismo y el deseo de pertenencia e influencia de determinados grupos cerrados en la vida académica y social. Así, entre logias con nombres del alfabeto griego, esnobismo y tensión sexual, y con el mórbido vínculo entre los hermanastros como motor narrativo, se van tejiendo las microhistorias que, además de estar contadas con agilidad y diálogos repletos de ironía, nos dan la posibilidad de ver a los ricos despellejarse entre sí.

Con la unión de melodrama, jóvenes ricos, sexo y un intenso argumento de activismo universitario, esta mezcla de Gossip Girl y Pretty Little Liars parece tenerlo todo: un guion vertiginoso, con muchos reveses, que muestra la lucha de poder y el cruel mundo de las fraternidades yanquis, la apatía con que se usa el sexo como moneda de trueque, la perversión de las redes sociales y muchas observaciones culturales sobre el racismo, el clasismo y la misoginia. Los personajes crean vínculos para su propio beneficio y dan cuenta de esta era líquida en la que prevalecen la conveniencia y el descarte; todo gira en torno al poder, el éxito y el dinero (todo lo que hacen sus personajes es ostentoso).

Juegos sexuales es elegantemente atractiva y provocativa, una seductora remake del clásico de la generación Z (hay referencias estéticas como el crucifijo de cocaína, los lentes de sol y el descapotable negro) que explora nuevos terrenos mientras el drama perturbador conserva su tensión y oscuridad.

Juegos sexuales. Ocho episodios de 45 minutos. En Prime Video.